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- El mío es mejor…
- Qué va, es el mío. Mira los trocitos de nuez que lleva arriba envueltos en chocolate.
Dos chicas adolescentes cruzan el paso de peatones al salir del kiosco de las cuatro esquinas.
- Este lleva almendra molida y coco. La frase fue acompañada de un empujón al brazo que hizo saltar el helado de su amiga entre dos franjas blancas pintadas en el asfalto.
Entre insultos, empujones, consuelos y ofrecimientos se fueron internando por una de las calles de las cuatro esquinas, ajenas al resbalón provocado por el frenazo sobre su helado caído.
El ciclomotor salió despedido hacia la izquierda sacando chispas de la calzada mientras el muchacho que lo conducía, repartidor de una firma conocida de pizzas, fue rodando hacia el otro lado, estrellándose contra la base del tronco de una palmera. El casco, suelto por su cierre le libró la cabeza de un gran chichón, pero su mandíbula quedo abierta e imposible de cerrar cuando su barbilla le hizo frente al bordillo de la acera y perdió.
Quedó tendido y lanzando gritos de dolor desde su boca forzosamente abierta.
Varios transeúntes se le aproximaron. Uno de ellos, anunciando a los demás que tenía algunos conocimientos de salvamento, se arrodilló junto a su cabeza y se le veía manipular, los otros dos: una señora con bolsas de plástico llenas de comida de algún super próximo, con ojos como platos, sólo decía: -¡ “Dios mío” “Dios mío”!. Mientras estiraba el cuello y trataba de mirar entre las cabezas de quienes atendían al muchacho. Y dos o tres viandantes que formaban un grupo heterogéneo entre desocupados y jubilados, emitían pareceres sobre cómo podrían desencajarle la mandíbula al muchacho.
Del kiosco salió su dueño y quedó a un metro de su puerta dando voces. -¡No se pongan tan cerca de la cabeza del chico que le quitan el aire! ¡No sé qué tiene este cruce que no pasa un día sin accidente! En el banco de esa esquina, dos ancianas asentían al kiosquero mientras una de ellas decía que iban como locos con las motos. Tres hindúes ataviados pasaron cerca de la moto y el sol iluminó sus turbantes y dentaduras blanquísimas con destellos de alguna pieza de oro. Miraban y comentaban la escena. Dos gitanas embarazadas y con tres chiquillos de las manos emitían sus juicios sobre lo ocurrido en voz bien alta para que todo el mundo conociese su parecer. La secretaria de la inmobiliaria de otra de las esquinas, salió a causa del estrépito, ajustándose el vestido ceñido a unas curvas en peligro de extinción. Su cabellera, teñida de rubio platino, pone una nota brillante de luz favorecida por el descarado sol de la mañana. Raudas palomas blancas asaetan la escena y, al pasar por el primer piso de la casa de otra de las esquinas, deslumbran al desocupado que fuma apoyado en la barandilla del balcón con el torso al aire mientras, entre volutas, le narra a la parienta, paso por paso, los aconteceres del accidente.
La sombra de una de las palmeras de las cuatro esquinas se proyecta sobre el pobre chico magullado cuya boca pudo cerrar el de salvamento marítimo. Ya estaba de pie, aunque aturdido. La señora del Dios mío le había acercado un vaso de agua del taller electricista de la otra esquina y una sirena lejana se acercaba por las callejas del poblado marítimo asustando palomas. - “Será la ambulancia”. Sentenció el kiosquero a las abuelas. Ellas asintieron.
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Texto agregado el 04-09-2005, y leído por 400
visitantes. (20 votos)
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Lectores Opinan |
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04-12-2006 |
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que deliciosa narraciónque trasporta al lugar mismo...auqne el suceso es un tanto cuanto trágico, refleja una cotidianidad rica y muy humana...genial luzyalegria |
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19-09-2005 |
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Toda una instantanea, bien filmada, dibujada y reflejada. Sin olvidar sobre todo los detalles mínimos, que son los que verdaderamente "engrandiosan" el accidente, lo hilvanan dándole ese toque de unidad variopinta y mestiza que se cruza y da vida y colorido a cualquier incidente, repito, por mínimo que sea. Cuanto más mínimo, más gran"dios"o. azulada |
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10-09-2005 |
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En las ciudades de hoy la vida es anodina, nadie se conoce. Basta con que suceda algo fuera de lo común, para que todos acudan y opinen (es como un estímulo que proporciona vida efímera a la urbe... ya muerta y sepultada).
Muy buen relato, Juan. akim |
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09-09-2005 |
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Siempre ocurren ese tipo de cosas cuando se votan estorbos en la calle, ocurren muchisimos lamentables accidentes, esto me hace refleccionar, ayer lance sin darme cuenta un cigarrillo a mitad consumido en un tacho de basura lleno de papeles, afortunadamente pude apagarlo inmediatamente, upss!! Magistrales descripciones, amigo. Saludos. Aramis |
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08-09-2005 |
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Que buen txto, amigo. Me sentí allí, en algún lugar de esas cuatro esquinas, observando su gente, la vida cotidiana transcurrir, y ese asombro cotidiano que parece no tener tiempo. ***** Un abrazo inmenso. Shou |
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