El drenaje por Pandorax
De nada sirvió haber ultrajado las leyes de la gravedad, si lo que en verdad importaba era escapar juntos.
Los guardias vigilaban a cada instante que todos estuviéramos en fila y que a nadie le diera por suicidarse, sobre todo por aquellos que la verdad les pesaba hasta el culo, y no hacía más que carcomer sus débiles ánimas al punto de no aguantar la angustia y poner en desorden la hilera de cuerpos desnudos a punto de ser sentenciados. De todos modos era tan absurdo como para sangrar de risa, pues a todos les sujetaron los pies a unos pedales incrustados en la banda eléctrica que al parecer estaban adheridos a poderosos imanes que formaban parte de la misma estructura de las bandas.
Dividieron a hombres y mujeres en bandas distintas. Cada una circulaba a través de un inmenso túnel que parecía no tener más que moho sobre las paredes, además de tuberías oxidadas que poblaban el techo las cuales goteaban un líquido rojo y espeso que emanaban una peste intolerable, cayendo al vacío emitiendo un débil e insoportable sonido que hacia perceptible la presencia de algún charcal que suponía ser del mismo líquido que se escapaba de las tuberías. Tal vez esto no me atemorizaba tanto como el zumbido que emitía el movimiento de la banda, acercándome cada vez más a mi destino, aún sin tener idea de cómo iba a terminar mi vida, en una perversa ejecución o en la re-normalización de mis actividades diarias a sabiendas de que varios de mis mejores amigos y colegas estaban contagiados, por lo que habría que soportar un punzante silencio de muerte que se apoderaría de todo el edificio, no habría espacio alguno que no fuera invadido por este vacío desgarrante.
Al menos lograba abstraerme de ese limbo pensando en ella, el simple hecho de saber que lo haría me daba ánimos y por unos momentos todos mis sentidos se inhibían e impedían que por unos minutos percibieran el fétido olor, o el goteo desesperante, la oscuridad, y el sinfin de cosas horrendas que habitaban a mi alrededor. Sin embargo un sentido no se inhibía, era el que me permitía trasladarme a su mente para resguardarme unos momentos en ella y susurrarle a su alma que pronto seríamos libres los dos de cualquier juicio final. Nos escaparíamos de ese mundo, y nos perderíamos en el espacio y tiempo, o cualquier lugar fuera de esta galaxia.
A lo lejos, logré vislumbrar un cubo de grandes proporciones que parecía ser la cámara de análisis sanguíneo, y unos tubos y cables que salían de los costados de esta estructura, mismos que a su vez se elevaban hacia las ponzoñosas tuberías arteriales sobre nuestra sien.
Al parecer los condenados tenían un final más interesante pues una vez que pasaban por ahí y eran seleccionados, posteriormente entraban en una ampliación del túnel que se perdía en la oscuridad, y apenas y se lograban escuchar los gritos de horror y sufrimiento.
A Higgs le había tocado pasar por el DRENAJE dos años antes que yo. El no trabajaba en SEAMENS, la cual era una empresa trasnacional que producía semen artificial de la mejor calidad libre de toda enfermedad viral, el cual podías adquirir por “cápsulas testiculares” que producían una sensación en el hombre inclusive aún mejor que la heroína, y además, a través de “resonancia cuanto-genética” podías configurar los espermas para que tuvieran tu ADN, salvaguardando tu vida y la del feto. Uno podía leer en los espectaculares de la ciudad mensajes como: “No más condones. No más abortos. No más pastillas del día siguiente. No más coito interrumpido. Dale un alivio a tu vida sexual con SEAMENS”. Yo me dedicaba a limpiar los vidrios del edificio, sobre todo los de las majestuosas letras del nombre de la empresa.
Yo conocía a Higgs de la calle. Él era un boleador de zapatos, pero lo que lo hacía único y especial era su estilo de bolear: a ciegas y con un solo brazo. Cabe decir que era el mejor de la avenida. Él perdió su brazo derecho cuando en un sueño descubrió un portafolios negro de piel con asa de marfil y sin botón u orificio por donde se pudiera abrir justo en medio de la nada, un desierto de carrasposas tormentas de hielo seco, y al abalanzarse despiadadamente sobre el portafolios atragantado por la ambición, intentó abrirlo, pero éste expidió una luz negra infinitamente brillante que derritió sus pupilas tirándolo al suelo cuando repentinamente, mientras arrastraba las manos por el suelo tratando de encontrar las gotas de iris que se habían suspendido al ras del océano de mosaicos de tendencias polimórficas, un largo tendón que pendulaba de las nubes, cercenó el brazo de Higgs, recobrando instantáneamente su estado de vigilia pero con una interferencia hipnagógica de tipo K que lo dejo en esta inmundicia de mundo.
Mientras boleaba tenazmente mis zapatos, Higgs me contó su experiencia en el DRENAJE, me describió detalladamente todas las cosas por las que tuvo que pasar. El muy cínico me lo contaba con tal simplicidad y carisma que me daban ganas de cortarle su otro brazo y así dejarlo sin su adorado trabajo, pero lo que lo hacía sentir grato era el hecho de que él había nacido con el prepucio sellado, y además no tenía que preocuparse por eyacular y dejar atascado su líquido seminal porque lo hacia por el ombligo.
Higgs me contó que justo después de la cámara de análisis sanguíneo, había una máquina pulpoide que se encargaba de marcar a manera de estigma con tinta negra incandescente, proveniente de uno de sus múltiples ventosas, a los bípedos para ponerles su sello de Positivo o Negativo, y luego un soldado, con un tablero atestado de botones, dirigía tu camino, ya sea a la perdición en el primer caso o al DRENAJE. La perdición era regresar a tu puesto formal, a tu vida común y corriente, a tu ácida existencia. Y como segunda opción, estaba el DRENAJE, un método por el cual se le succionaba toda la sangre contaminada al portador del virus y esta se reutilizaba para hacer desde ultra-mutaciones en animales, que los convertían en monstruos letales para el uso de la infantería, hasta armas biológicas de todo tipo. Los cuerpos drenados pasaban a ser el alimento de los animales mutantes.
Obviamente yo no estaba muy a gusto con la idea de que con unas estúpidas letras cambiaran tajantemente mi destino, una purgación de libertades castradas. Si bien tenía que morir, ya sea por estar contagiado o por perecer en la plastificada sociedad, yo quería disfrutar mis últimos momentos de vida en un lugar más allá del espacio y el tiempo.
Fue entonces que tomé la decisión, justo a unos metros de pasar a la cámara logré tronzar mis dedos de los pies y pude zafarme de los pedales, luego salté al vacío sin ningún miedo a que se encogiera mi alma. Yo estaba seguro de que en esos abismos no existía poder más sulfuroso que el de mi fe, capaz de doblegar el espacio y el tiempo a mis pies, y es así como mi ser se expandió, penetrando con sus raíces las dimensiones más ocultas de la realidad, fundiendo casi por completo con el vacío. Sin embargo… Susy no ha saltado… No entiendo si es que ella ya lo sabía o simplemente el miedo la desgajó y se olvido de nuestro profundo amor.
(Susy toma una toalla y le seca el sudor de la cara. Hace unos momentos que despertó alarmado, con gran desesperación, después de una intensa pesadilla y un fiebre muy alta suplicando misericordia por que no se llevaran a su amada.
Susy derrama una lágrima sobre su pecho, le da un beso en la frente y le susurra unas palabras al oído y trata de contenerse y no romper en llanto.)
(Susy desconecta el cable que mantenía en vida a Alberto. Su cuerpo ya no podía seguir padeciendo de esa manera la enfermedad, Alberto ya había dejado este mundo hace tiempo y sólo su cuerpo seguía paralizado en este mundo, reflejando los últimos efectos de la enfermedad. Ella lo sabía y, por eso, una vez escuchado el mapa que Alberto le había descrito en sus alucinaciones, Susy se levanta de la silla, agarra un portafolio negro que estaba en un mueble de a lado, toma vuelo y salta por la ventana del cuarto en busca de su amado.)
Fecha: 29/08/05… |