Hacia días que la idea de volver de estas cortas vacaciones sin ningún pensamiento escrito para dedicarte amiga Gadeira me daba vueltas y vueltas en la cabeza.
- Dedícame un pensamiento chiquito que me hable de ese desierto que tanto me gusta ¡Hasta pronto amigo! - Me habías escrito cuando te comenté que me ausentaría por unos días de la página de los cuentos debido a que pensaba tomarme unos días de descanso.
Pero por más que me esforzaba no lograba encontrar ningún disparador que me envolviera en la magia de la escritura. Parecía que ese seco viento de los desiertos, en lugar de traerme alguna insólita historia, destapando arenas y pasados, había secado la tinta del tintero y mi pobre, y sedienta pluma no lograba desangrarse en azul sobre las blancas hojas de papel que esperaban, sobre el escritorio, ansiosas por justificar el exterminio de los bosques. Como podría, así, traerte una imagen escrita de todas esas bellezas, como hacerte sentir el calor del verano al mediodía en las montañas de Judea, ó la refrescante brisa marina al anochecer a orillas del mediterráneo en las playas de Yaffo. Como transmitirte los penetrantes olores y aromas que inundan las angostas callejuelas en el mercado de la ciudad vieja de Acco, repleta de verduras, frutas y pescados, de vainillas, oréganos y pimientas. Como hacerte escuchar el canto de los muhazin llamando a los fieles, para las cinco oraciones diarias de los musulmanes, desde las torres de las mezquitas ó sentir las silenciosas plegarias de los religiosos en las sinagogas de Safed rogándole a Dios ; como poder contarte sobre esos miles de cristianos de todo el mundo que cada año llegan a Tierra Santa, para visitar los sagrados lugares, en los alrededores del mar de la Galilea, Capernahum,Tiberiades, en la Nazareth de la anunciación ó en la inmortal y hermosa Jerusalén. Como hacerte sentir el aspero pelaje de los camellos y el rítmico bamboleo que se lleva al cabalgar sobre sus lomos en los interminables desiertos al sur de Bersheva, descendiendo hacía las Columnas de Salomón, allá en el golfo de Eilat. Como humedecer tus pies con la salada espuma del mar, allá en las extensas playas de Ashdot y Ashkelon ó tus labios con las frías aguas que descienden del monte Hermón .
Tantas cosas, lugares e historias impregnadas en estos parajes y yo sin encontrar la forma de regalártelos. Qué fácil sería enviarte unas postales y listo.
Hasta que ayer por la noche fuí a cenar a un restaurante en la ciudad de Nazareth, la noche cubría la ciudad, como un manto liviano, tejido por las habilidosas manos de alguna vieja beduina con lanas de cabras. Las calles, que a medida que ascendían se angostaban, nos llevaron hasta un restaurante, que queda justo frente a la Iglesia de la Anunciación. Luego de estacionar el coche junto a un negocio de souveniers que, por la hora tardía, ya estaba cerrado, caminamos unos metros hasta el local de Alreda, así se llama el actual dueño y que por el parecido que tiene con ese viejo que me estuvo mirando toda la cena desde un cuadro en la pared, seguramente es el nieto del fundador. El lugar muy lindo por cierto, bien decorado, en un estilo bohemio, cálido y ameno, que inundado por la música de un viejo laúd nos hacia aún mas grata la velada.
Eramos siete personas, tres parejas y yo, fue por eso que a mi me tocó sentarme en la cabecera de la mesa, frente al cuadro del abuelo de Alreda. El comedor era un amplio salón dividido en cuatro por una columna que desde el piso empedrado se alzaba al techo cerrando sendas colmenas por sobre nuestras cabezas, y permitiendo de ese modo un ambiente más fresco, ya que el calor ascendía hacia la cúspide. La pared que estaba frente a mi separaba el local en dos partes ; el comedor donde estábamos sentados y las dependencias (la cocina y los depósitos), pero además en la parte alta tenia un enrejado de madera, que cerraba ante nuestros ojos lo que aparentaba ser unas habitaciones, dando rienda suelta al ángel de la imaginación.
Las típicas ensaladas y frituras se iban mezclando con la carne de cordero asada ; las copas de vino tinto nos iban mezclando las ideas y así entre risas y cuentos la noche empezaba a diluirse con el amanecer, la ciudad se destapaba de su manto y yo sin saber que escribirte. Fue entonces, no se si por el vino o por los remordimientos, pero te juro que te ví, allá, detrás de las rejas de madera, mirándome, sin ser vista, espiándome, como recordándome que debía saciar tu sed de oriente y de desiertos, con algún pensamiento, pero yo en esos momentos no estaba sobrio como para poder pensar, eso sí, de algo estaba seguro: mañana por la tarde te enviaría la más preciosa de todas las postales que pudiera encontrar, en la que aparezcan todas esas hermosas cosas sobre las que quisiera contarte y no sé como hacerlo.
Por eso ahora te envio esta postal
¡Hasta pronto amiga !.
© Norberto Adrian Mondrik.
l
|