TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / Suriplanta / DE NO SER

[C:136993]

DE NO SER

No habría pensado en entrar a este lugar, de no ser por Gabriel, amigo desde hace años. Habíamos tenido una amistad muy fuerte durante la adolescencia, pero ahora que estudiábamos en universidades distintas nos veíamos ocasionalmente, siempre con una excusa de por medio. Esta noche me llamó porque estaba deprimido —su novia había cortado repentinamente la relación que tenían desde hacía año y medio— y probablemente no tenía a quién más acudir. No me importaba acompañarlo, pues no tenía un plan para esa noche. La mayor parte del tiempo guardábamos silencio, aunque por momentos teníamos conversaciones cortas. Gabriel era una persona completamente distinta a la que había conocido en el colegio. Teníamos que aceptar —disimulando siempre— que nos habíamos convertido en desconocidos.

«Hay muchísima gente.» Desde afuera se sentía el vapor que subía y hacía empañar los vidrios. Quise retractarme. No tenía el ánimo suficiente para conocer gente, para bailar ni para reconciliarme con mi amigo. Quería regresar, pero era tarde; ya había pagado la entrada y me encontraba en medio de una requisa. Una vez entramos sentí un cambio brusco en la temperatura. Gabriel atravesaba un momento de euforia, quizás como mecanismo de defensa para no enfrentar su tragedia personal. Tan pronto como dejó la chaqueta en el ropero buscó una mujer para bailar. Yo preferí ir a la barra y pedir un trago… Luces, música en niveles exorbitantes, movimiento por doquier… no era mi noche.

Cientos de personas se liberaban, reían, se deshacían del peso de la responsabilidad que implica la cotidianidad. Cada uno de ellos se configuraba a partir de la alteridad. En ese espacio dejaban de ser ingenieros, abogados, estudiantes o transeúntes, y se tornaban en signos vacíos, listos para adquirir una serie de connotaciones móviles, distantes de la invención del yo.

Me sentí apartado, descontextualizado de todo. Me odié por no poder compartir el sentimiento colectivo. Estaba rodeado por una multitud y me sentía infinitamente solo. Veía a Gabriel entre toda esa gente, parecía emocionado, perdido. Saltaba… me perturbaba con sus saltos hipócritas. Olvidaba la historia de su vida mientras yo me martirizaba por eso. Yo hacía conciencia de la supuesta realidad de la que todos pretendían deshacerse. Iba a ignorar a Gabriel y su estupidez; pediría un trago y luego me iría.

En una mesa cercana, noté que me miraban. Un rostro familiar, igualmente desconocido. «Mariana», pensé. Ella había tomado una clase conmigo el semestre anterior. Siempre había querido conocerla, pero nunca tuve una verdadera oportunidad.

Tomé la carta y pedí un Rum Punch, lo más barato que encontré. Encendí un cigarrillo para atenuar la espera y ocultar mi leve nerviosismo. En menos de tres minutos tuve el coctel en mis manos. Tomé un sorbo; era muy dulce para mi gusto. Bebí un poco más, hasta que ese líquido rosa copó un poco menos de la mitad del vaso. Seguí bebiendo hasta terminar, e inmediatamente pedí otro. La música martillaba mi cabeza y sospechosamente comenzó a subir mi estado de ánimo. Entre la multitud sobresalía Gabriel. Se movía sin parar. Cuán ridículo se veía intentando ocultad su soledad. La sonrisa irónica que se escapó de mis labios quiso ocultar la envidia que comenzaba a tenerle.

El calor era infernal, pero eso había dejado de importarme. Me tenía a mí mismo y eso era suficiente para sentirme bien. Giré la silla para ver a Mariana de nuevo. Como nada tenía que perder, comenzaría a enviarle señales para llamar su atención. Noté que ella me miraba. Llevaba un rato haciéndolo. En su mesa había dos personas más que parecían conversar. Ella comentaba algo de vez en cuando, pero se notaba que estaba prácticamente fuera de la conversación. Pensé en ir a decirle algo, pero no tenía un pretexto más que el oculto interés que siempre había tenido por ella. «Es una fiesta, nada tengo qué perder», pensaba incesantemente. Pero mi cobardía no me habría permitido acercarme a ella en esa situación. En su misma mesa, un hombre y una mujer —amigos suyos— entrecruzaban miradas en un inconfundible juego de seducción. «Al fin y al cabo está tan sola como yo», me dije. Con un aire de resignación pedí un trago de aguardiente. Luego pedí un coctel con vodka, soda y yerbabuena. Sin quererlo, el mundo comenzó a salirse de su eje.

A cada rato miraba la mesa que estaba tras de mí. Al cabo de unos minutos comencé a dejar mis taras de lado. Era un hecho que lo que deseaba en ese momento era hablarle a Mariana y sólo una ridícula acumulación de temores me lo impedía. Caminé hacia ella. Sorpresivamente, ella se dirigió primero a mí.

—Tú estuviste conmigo en el taller de escritura, ¿cierto? —dijo con cierto entusiasmo—, yo te conozco.
—S… ¿Sí? Sí, sí.

Estaba absolutamente intimidado. Por suerte mi interlocutora era mucho más comunicativa que yo, y al parecer me llevaba algunos tragos de ventaja. Al menos la situación había sido más espontánea de lo que habría podido imaginar.

—¿Cómo te fue en el proyecto final? —preguntó.
—Bien. Tuve un cuatro seis, fue la nota más alta del curso —dije con cierta inseguridad.

Hablamos de cuestiones académicas por un rato, pero estaba claro de que era sólo una forma de generar confianza. Yo estaba demandando alcohol con urgencia. Ella mostraba evidente señales de interés por mí y yo me sentía como un inseguro adolescente que no sabe cómo reaccionar ante esa situación. Pedí un trago de vodka y fuimos a bailar.

La música resonaba a través de nuestros cuerpos y nos descomponía en cadencias melódicas. Las frecuencias bajas hacían vibrar el suelo y las ondas circulares se filtraban en nuestra piel y recorrían todo nuestro sistema nervioso. La tenía frente a mí canalizando parte de su sexualidad con movimientos rítmicos, repetitivos y armónicos que me envolvían. Dejábamos de ser seres discontinuos y nos fundíamos en el sentido de lo ritual; nos convertíamos en señales complementarias, unívocas. Aunque comencé a marearme un poco, no quería parar. La que comenzó siendo la peor noche de mi vida se transformó en la materialización de mis deseos.

Nos sentamos un rato y seguimos conversando. Ahora quien hablaba con seguridad era yo. Le conté un poco de todo; hice alarde de mis proyectos personales y le conté de todos mis talentos. Reí de mis propios chistes. Estábamos muy a gusto —al menos yo lo estaba—. Experimentaba un inusual estado de efusividad y quería proyectarlo en ella. Tanto tiempo la había esperado, la había contemplado en silencio, y ahora compartía conmigo su momento de soledad. Pedí otro vodka. Luego tomé su mano y la miré a los ojos. Ella bajó la mirada. Me haló y me impulso una vez más a bailar.

Todo era confuso. La música y las luces se fusionaban con la gigantesca masa multiforme. Mariana se perdía entre la multitud, y yo ni siquiera podía seguirla con la mirada. Su presencia se hizo intermitente; aparecía y desaparecía a su parecer, me abandonaba por momentos y volvía periódicamente para asegurarse de que yo estuviera añorándola. Cuando no pude mantenerme de pie volví a la mesa donde estábamos. Miré un rato cuanto me rodeaba. Había colores y múltiples formas que se desfiguraban y se recomponían con el aullido de los altavoces. Estaba percibiendo la vida a través de un caleidoscopio.

Esa persona que apoyaba la cabeza contra el borde de la mesa y miraba el piso fijamente en busca de un punto de referencia definitivamente no era yo. Era un extraño que agonizaba en mi cuerpo y se disolvía en sus deseos; un extranjero que llevaba mi nombre en su frente.

* * * * *

Gabriel me sacudió para despertarme. Amigo. Como un ente sin sentidos, apenas podía moverme. Todo lo que veía era borroso y mis movimientos eran torpes y lentos. Él pidió un taxi para que me llevara a mi casa. Eso sólo lo habría hecho un buen amigo. Ahora me trataba con el cuidado que se tiene con un enfermo terminal, con una actitud burlona por el deplorable estado en el que me encontraba. Con una nube ante mis ojos lo vi despedirse. Una vez me fui, se tomaron de la mano y continuaron conversando. Esa misma noche conoció a Mariana…



©2005 David Escandón V.

Texto agregado el 04-09-2005, y leído por 166 visitantes. (0 votos)


Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]