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A mi madre y a todas las madres del mundo,
que construyen por el sendero de la vida
con su esfuerzo y con sus enseñanzas,
los sueños infinitos de sus hijos.

La madrugada de Marzo 11 de 2005


Si pudiera tomar el tiempo entre mis manos y dejar en mi boca el sabor de los recuerdos, abrazaría con mi alma desnuda el beso de una Noche de Reyes que acarició mi pobreza y me llenó de la mayor riqueza espiritual. Con sabores a nostalgias, aprendí a tomar del sorbo de la vida, las enseñanzas humanas de mi madre. Ella tejía en sus redes manteles bordados y sueños sobre nuestro futuro, cobijaba en el calor de un abrazo: la tristeza que embriagó el sendero del tiempo esforzado que llevaba en su espalda.

Recuerdo aquella Noche de Reyes, el frío era el convidado de piedra, el árbol de Navidad pintaba una sonrisa en nuestros rostros, pero al parecer los reyes magos habían olvidado nuestros nombres, quizás ya era tiempo de crecer, ya era tiempo para amar y de sentir como la vida va tallando en nuestro cuerpo el pasar del tiempo. Mi madre tomó de su bolso un pequeño regalo, que me entregó con una sonrisa avergonzada. Tomé de sus manos aquel presente, que mis dedos fueron hurgando y que tímidamente al asomarse a mis ojos se transformó en un regalo olvidado y despreciado. Sentí como una espina se clavaba en la sonrisa de mi madre. A mis ojos eran simples dulces con formas de cristales y que dejé abandonados en un rincón del desencanto.

La noche envejecía y el sonido de un gallo daba las dos. Los sueños en un carruaje de plata tirado por siete corceles blancos emergerían de madrugada a contarme una historia que mis recuerdos grabaron suavemente y entonces bajaron desde lo alto del cielo tres hombres buenos vestidos de seda. En sus manos traían oro, incienso y mirra conjugado con el enigma mágico de una estrella, tomaron la lágrima de mi madre, que se había impregnado en aquella bolsa de dulces olvidada y despreciada, la guardaron en una lámpara de cristal adornada con la transparencia del eco del aire que irradiaba tristeza. De pronto, en un segundo mágico emergieron bellos arcoiris, cuyos colores sabían a frutas frescas del amanecer más hermoso que se haya contemplado en el universo. Detrás de cada arcoiris, como de la nada brincaron duendes con vasijas de ilusiones y destellos de esperanza, transportadas por hadas mágicas con alas de nácar y vestidos de un suave tul tan blanco como la noche, los envolvía la nostalgia delicada de un frío invierno que se asomaba en una ventana. La nieve jugaba con sus cabellos mientras el viento suavemente los arrullaba con el pétalo de la primera rosa del alba, que tímidamente se asomaba. Treparon con sus alas y volaron hasta la puerta de mis sueños, pintaron con sus caricias el bello aroma de las enseñanzas, que emergía por todos los rincones de mi mente, llevándome a un lugar del que jamás podré saber donde terminan los sueños de un hombre y donde comienza su realidad. Entonces, la bolsa de dulces secó sus lágrimas y uno a uno sus sabores delicados fueron despertando, cristalinos como el viento les bastó un soplo de vida, un soplo de humanidad para que sus colores se mezclaran con el brillo del oro y jugaran con el aroma del incienso y de la mirra. Con el sonido del despertar de los gorriones danzaron al compás de los arcoiris y escribieron en mi ventana las palabras de las enseñanzas, aquellas que mi madre alguna vez tejió en las redes de mi alma.

Esa noche, las estrellas se vestían de gala, pero una lágrima de mi madre tocó las puertas de mi alma, me abrazó con el aroma de sus enseñanzas y la voz de su sabiduría, para contarme una historia que ocurrió hace miles de años, me dijo que: “la fe en una estrella, reunió a tres hombres de razas muy distintas, en busca de un niño que representaba la última esperanza de los hombres; su luz los guió a un humilde pesebre y al llegar donde aquel niño, le obsequiaron mirra, incienso y oro. Con el paso del tiempo nuevos significados emergieron para darle vida a aquellos presentes, pero a partir de esta noche hijo mío, el oro resplandecerá para iluminar y dar riqueza espiritual a las almas pobres, que han perdido la fe en el camino; el incienso ha de traer el aroma del entendimiento a aquellos que intentan por la fuerza, darle sentido a la razón de sus intereses propios plasmados sobre bellos ideales olvidados de una niñez inocente que partió tan lejos y la Mirra ha de curar las heridas, como aquellas de los que una mañana al compás del tiempo, sufrieron el trágico dolor de ver partir en segundos a sus almas cercanas, aquellas que tocaron con sus alas el cielo, dejando sus ilusiones coartadas en una línea férrea del tranvía; porque todavía quedan aquellos, que viven en la pobreza sembrando la tristeza y el desencanto para justificar sus pasiones en rebeldía”.

Quizás esa noche, el dolor de una lágrima de mi madre, hizo que tres hombres buenos vestidos de seda, me hicieran apreciar la belleza que existe en las cosas pequeñas, quizás en la magia de una bolsa de dulces, que se da con todo el corazón y con todo el amor del mundo, aquellas pequeñas cosas, que trascienden a la realidad que conocemos, porque a veces para expresar lo que en realidad sentimos, basta con una sonrisa y un beso verdadero o quizás simplemente poder decir un cuanto te amo o un cuanto te quiero... y entonces descubrí que la pobreza nuestra, era muy distinta a la pobreza verdadera, aquella cuya verdad a veces no somos capaces de ver con nuestros ojos.

Aunque mi madre ya no está, cada noche de reyes, mi hija misteriosamente recibe una bolsa de dulces y la caricia de un beso, porque alguien desde el cielo ilumina nuestras vidas con sonidos mágicos, que me hacen pensar y creer en lo esencial de las cosas, en que aún existe la esperanza, porque cada mañana, como un ritual divino, al despertar, en cada amanecer, la vida nace nuevamente y nos da tiempo para construir, nos da tiempo para amar, para agradecer y luchar por nuestros ideales, para construir un mundo nuevo forjado en los valores y principios éticos de la humanidad, para creer en la unión de todas las razas y para creer como aquellos tres hombres buenos unidos creyeron en una estrella, en un nacimiento y en una nueva esperanza para el mundo, porque hoy es noche de reyes y hoy sólo nos resta tiempo, porque en esta mágica noche aún nos queda tiempo para amar con toda el alma.

Texto agregado el 04-09-2005, y leído por 615 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
07-09-2005 "...el dolor de una lágrima de mi madre..." diría Plaza respecto a su madre: "sólo tengo una madre, ¡me ama tanto! sus pechos mi niñez alimentaron y sus vigilias hombre me formaron, a ése ángel de bondad..." y ciertamente así es, bonito retrato del la esperanza inherente a la alegría de saber lo que se tiene y lo que se ama. engel_rembrandt
05-09-2005 :´( guasarapo
04-09-2005 muy intersante, muy bueno. fedesao
 
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