La muerte se acerco lentamente
por la puerta trasera,
aspiro la apariencia vaga,
de los errores acumulados
debajo de las sabanas.
El hombre se escondió
junto a su perro,
amigo inseparable de sus noches.
En el patio
una puerta brillaba,
amigable,
sin muertes dando vueltas
en la trampa mortal
de los espejos.
El hombre miró al perro,
acaricio su lomo
mientras el sol se escondía.
La luna
testigo eterna de todas las jugadas,
ilumino
con su ceremonia romántica,
dos cuerpos aferrados a la tierra,
escondiendo sus huesos,
detrás de un árbol seco.
El perro bien sabía,
que la elegante dama
conocía la trama
de todo movimiento.
Entonces,
apoyando el hocico
en las piernas temblorosas
de su amo,
se fue quedando quieto,
hasta que su corazón dejo de latir.
El hombre lentamente
exhalo desgarrado
su último suspiro.
La muerte
airosa,
agazapada en su vestido negro,
cerro los párpados de su desolación,
mientras una tormenta
atravesó la madrugada
y el ángel de las sombras
los envolvió en sus alas,
de muerte,
de flores,
de nada...
|