Estoy en el infierno y lo sé. Llamas oscilantes que me rodean como ígneos trigales, no me devoran ni me lastiman con sus lenguas azulosas pero me dejan huellas incandescentes en el espíritu, mortificándolo con esta amenaza que no termina de consumirse. A través del tupido fuego veo calendarios acuciantes y compromisos impostergables que añoro saldar para asomar la cabeza a otra cosa que no sean esas devastadoras lumbres. Ya se ha dicho, de buenas intenciones está plagado el Averno y siento que me desgajo a cada trecho y soy yo diseminado en infinidad de partes en esas caldeadas regiones. A veces, las llamas ceden y contemplo un cielo azul de una tonalidad tan místicamente pura que me acometen irrefrenables deseos de llorar. Pero ese oasis de paz, ese venero de luz, dura lo que un suspiro y luego todo se entenebrece para que las llamas nuevamente se enseñoreen en esas vastedades rojizas. Atisbo demonios injuriosos que me acusan, con sus voces cascadas, de ser poco consecuente, otros estiran sus garras tratando de atraparme para empujarme a sus silos humeantes, carcajean y sus gargantas se inflaman pero sé que no son risas de gozo sino de desesperanza, de locura, la misma sensación que me embarga errando por esas regiones.
En mi lecho, me doy una y mil vueltas y arrastro conmigo en esos furiosos embates la ropa que se apega a mi cuerpo como un sudario desvencijado. El calor es intenso y no sé si estoy despierto o sueño con que estoy soñando y es tanto mi desconcierto que me levanto sudoroso y camino por los pasillos como un desolado espectro y después no recuerdo haberlo hecho, quedando las evidencias de mis divagantes pies desnudos dibujados en el piso. Estoy en el infierno, cuando las pesadillas me asolan, cuando despierto y también cuando no quiero pensar en nada y el tic tac de mi corazón me indica que los plazos se cumplen, las manos aguardan una respuesta y las llamas arrecian en la yesca en que se ha convertido mi alma solitaria. Esto es el infierno y me temo que cuando mi cuerpo perezca, cuando mi entidad permute a algo más abstracto, nada habrá cambiado en el paisaje y acaso sea la reiteración de todo esto la obviedad de un estigma para los seres que no son capaces ni desenredarse ni de sus propias sábanas…
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