En algún momento de la historia, en algún lugar de este mundo; dos hombres de un pueblo que vivía en la oscuridad recibieron un regalo divino.
Dios, quién sabía de la infinita oscuridad de dicho pueblo, decidió darle, a cada uno de estos dos afortunados pobladores, una vela encendida. Les reveló el misterio de sus vidas diciéndoles:
-“Esta vela que les estoy otorgando contiene la luz de su existencia, cuando está llama se extinga, su tiempo en este mundo habrá terminado, espero que puedan cuidarla, no malgastarla y aprovecharla”-
Dicho esto desapareció. Los hombres, sorprendidos, regresaron cada uno a su hogar.
Uno de ellos dejó la vela en la habitación en la que residía, por primera vez consiguió ver ese lugar lleno de luz, como siempre había querido.
Pasaron pocos días para que se diera cuenta de que esa vela se iba consumiendo y comenzó a cuidarla; le puso un reparo para que el viento no la apague y un toldo para que la lluvia no haga lo propio, cuidó que tenga la suficiente entrada de oxígeno para que la llama se mantenga viva y le colocó una buena base para que no pueda caerse.
Así, el tiempo fue pasando y él iba mejorando las condiciones de su vela encendida, se imaginó que su compañero debía estar en la misma situación y también sintió pena por toda esa gente a la que Dios no le había dado la posibilidad de tener una vela encendida y vivía en oscuridad. Pero él no podía desperdiciar este oportunidad, entonces siguió cuidando su vela.
Un tiempo después, el hombre comenzó a sentirse mal y descubrió que su vela se estaba consumiendo casi por completo, muy angustiado, maldijo a Dios, a la vela y a la llama.
Ese mismo día, su amigo llegó a su hogar, cuando entró el dueño de casa vio que aquel también tenía en sus manos, la vela a punto de apagarse, y le dijo:
-“Finalmente esta vela no ha sido un regalo divino sino una maldición. ¿Te has dado cuenta? Todo lo que he hecho en mi vida fue cuidar que esta llama no se extinga y ahora está a punto de hacerlo”-
Su amigo, lo miró sorprendido y respondió:
-“Para mí ha sido realmente un regalo y he disfrutado de mi vida al máximo. Además mi llama no está a punto de extinguirse, es más, hoy en día, su tamaño es mucho mayor a cuando la recibí”-
El dueño de casa miró extrañamente al invitado y creyó que el cuidado de la vela lo había vuelto loco. Entonces le dijo:
-“¿No ves que nuestras velas se están apagando, nuestras vidas acabando y nuestras llamas extinguiendo?”-
El invitado lo miró y le dijo:
-“Puede ser que mi vela esté a punto de apagarse y mi vida en el tramo final. Pero te aseguro que mi llama no se extinguirá nunca”-
Al decir esto lo acompañó a la calle. Fue allí cuando el dueño de casa conoció un pueblo nuevo, un pueblo completamente iluminado, donde cada poblador tenía su vela encendida. Su amigo le dijo:
-“En cada vela que ves encendida, en cada casa iluminada allí está mi llama ardiendo, allí está una parte de mi vida que decidí regalar para iluminar la de otros”-
Dicho esto su vela se apagó. El dueño de casa descubrió angustiado que la llama que una vez recibió con tanta alegría ya no sería luz para nadie más y allí su vida conoció la oscuridad.