Y fue como un relámpago en medio
de la noche más densa.
Apagando el silencio que me arrinconaba
e iluminando la caverna fría,
vasto de espera, con mi revestimiento
de necesidad y anhelo.
Fue una llama, posesión de un cielo
que salto a unir nuestras miradas…
Nosotros,
cautivados y atrapados en un círculo
de fuego
como símbolo de unión.
¡No lo apagues! ¡Esta vez no lo apagues!
Condenados a recordar
¡siempre hacia la muerta senda!
Donde estalla el eco de la risa.
Y lo hago:
Otrora, cuando ese fuego me devoro
y me dejo signos,
señales de este mundo.
Lo olvido. Lo quise olvidar
las lecciones, en momentos,
quieren ser efímeras.
Fue la centella que desgarro
la oscuridad de la ausencia
para que las miradas se hallaran
¡Luz que entona palabras
que solo el silencio conoció y conocerá!
Reposa allí, es inexplicable.
Fue el rayo que revivió los sueños.
Pincel que ilumino la senda
de nuestro oculto y añorado hogar
donde las mascaras pierden sus amarres
y los atavíos son absurdos.
Allí nos llevo el lenguaje del mundo,
insinuaciones del follaje y el susurro de nubes.
Todo es lenguaje. Guía de nosotros
errantes sin cansancio, o con él.
Es allí donde nos condujo el relámpago,
Señal del cielo, lenguaje divino:
Al amor.