No es mi intención molestar...
Me subo a una micro de la línea “414”, yo me encontraba frente al Hospital Clínico de la Universidad de Chile, ya que, aquí trabaja un gran amigo mío y lo fui a visitar. Al subirme el chofer me ve con cara de capitalismo, exigiéndome el dinero por el favor que me va a hacer, me subo, le paso los $350 en los que estaba la micro, el microbús avanza, va recogiendo mas y más personas. Al llegar al sector céntrico de la capital, aparece un hombre de un aspecto penoso, sube, lo extraño dentro de esta situación era algo netamente comercial, a mí me había cobrado y a el no. Mi disposición a alegar era inminente, mi enojo ya pasaba todo limite, ya estaba comenzando a ponerme de pie para ir a sacarle mis $350 a ese canalla estafador cuando de repente aquel miserable y desgraciado hombre comienza a contar su triste y penoso drama familiar.
- Disculpen caballeros, damas, jóvenes, niños que están en el autobús, pero yo soy un padre de familia, tengo diez hijos, ocho de ellos gravemente enfermos, ya que están contaminados de una enfermedad llamada “Antrax phisialocuspharcheacolincasynial”, a parte de mis diez hijos y mi esposa, tengo que alimentar a un hogar de niños minusvalidos que fueron arrojados una noche de truenos y relámpagos, lamentablemente no tengo como mantenerlos a los veintiocho niños y a mí esposa, además, al ser despedido de la Planta Metalúrgica en Antofagasta, quedé con un problema al hueso, acudí al Hospital de Calama y no me encontraron nada, los dolores al hueso continuaban y me volví a Santiago, en la Posta Central me encontraron una deformidad en la tibia, saqué un presupuesto y para poder sanarme necesito de Ochenta Millones, éstas son las razones que tengo para pedirle a ustedes que colaboren con este desgraciado padre de familia.
El hombre se bajó el pantalón y mostrando su “deformidad” en la Tibia, más unas piernas moradas de frío comienza a pasar aquella esquelética mano puesto por puesto pidiendo nuestra colaboración, el hombre ya llevaba como diez mil pesos en la mano cuando llega hacia mi persona, le dije que no le creía, que no le creía absolutamente nada, lo traté de estafador provocando un nerviosismo tal en dicho personaje que se bajó de la micro.
El micro seguía su rumbo, se subió un hombre con cara de exitoso comerciante, este venía de terno y corbata.
- Señores todos presentes en la máquina, no vengo a venderle, vengo a regalarle, en esta oportunidad un lápiz que en el mercado establecido cuesta la inaccesible suma de cincuenta mil pesos, y aquí viene el ofertón señor pasajero, yo lo vendo a la módica suma de quinientos pesos, y como vengo a regalarle se lleva además un libro pa` colorear, para los mas peques de la casa, sea inteligente cabro una oportunidad como esta no llega dos veces.
En verdad este hombre no se equivocaba, en realidad esta era una buena oferta, tenía que comprar ese lápiz, el hombre pasa con ese lápiz plateado en la mano, ¿A cuanto lo vende? a “quina” papito, lo compré, que Dios lo bendiga y Dios me bendijo, el maldito lápiz no funcionó, iba a acudir a cambiarlo por otro, pero el pseudo vendedor ya se había bajado.
Continúa avanzando la micro, al doblar por la Alameda veo un grupo gigante de gente que caminaba de un lado para otro, en una calle que tenía por nombre Ahumada, jamas en mi vida había visto tantos asaltos simultáneos, era impresionante, la micro continúa avanzando.
Ya en pleno Providencia, unos escolares levantaban sus manos para parar la micro, el chofer los mira con cara de ogro, los infantes asustados muestran un cartón rectangular y pagan doscientos pesos al chofer, el chofer les dijo que deberían haber cancelado los trescientos cincuenta pesos que salían el pasaje normal, los jóvenes se miran entre ellos y a lo único que atinan es a continuar su caminan es a continuar su camino en busca de un asiento, detrás de ellos aparece una señora mayor junto con dos caballeros mas, mayores también, los dos caballeros ocuparon los dos últimos puestos, la señora (a la cual le costaba caminar) se puso enfrente de mi asiento, con aires de conquista, la mujer pedía a gritos mi asiento mas yo no me levantaba, me sentía tan bien en ese asiento que pedirme abandonarlo sería casi un pecado, la señora era incapaz de entender esto mas comenzaba a mirarme mal, que me parta un rayo si no intente darle el asiento a esa señora, pero algo de carácter biológico me lo impidió, mis piernas se endurecieron, mi cuerpo no quería moverse, por mas que mi cerebro les mandaba ordenes no se movían absolutamente nada, pasando de esta forma largos cinco, diez, quince, treinta y ya habían transcurridos cuarenta y cinco minutos y llegamos al destino de la señora, se bajo.
Seguíamos por nuestra travesía veíamos como los autos pasaban a nuestro alrededor, luz roja, se sube un vendedor de helados.
- ¡Choco Panda a cien, a gambita socio!
Nadie le compro su refrescante producto, mas solo de él recibimos cariñosamente el servicio de hurto: dos carteras, una billetera en cuyo interior poseía la no despreciable suma de cien mil pesos, y para finalizar la extracción de todo el dinero recaudado por el chofer.
El chofer comienza a llorar, ya que, no tiene como devolver el dinero a los pasajeros, en un acto heroico abre su billetera y lo saca, me toca mi turno, lo miro con cara de capitalista exigiendo mi dinero que él en un principio me sacó, en eso, la micro quedo en pana, liberando una cantidad de humo como de película, me bajo
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