Si bien los clichés sexuales constituyen barreras persistentes para el ascenso jerárquico de las mujeres , ello no significa que nada haya cambiado. Nunca los estereotipos habían sufrido cambio semejante al actual, resulta como una tremenda sacudida que prácticamente los lleva hasta el punto de censura. Al no reconocerse ya en el ideal de la ama de casa las mujeres pugnan por un ideal de igualdad profesional con el hombre, el derecho a desempeñar todos los empleos, “el derecho a la carrera”, y asumir todas las responsabilidades. Tener ambiciones y ejercer el poder ha dejado de ser contradictorio con las aspiraciones femeninas. De manera correlativa, la superioridad jerárquica ya no va ligada “por naturaleza” al sexo masculino. En los años sesenta, en Francia el 80 % de los hombres rechazaban la idea de ser mandados por una mujer. En esa misma época dos de cada tres ejecutivos estadounidenses reconocían que soportaban mal, el hecho de trabajar bajo la autoridad de una mujer. El 50% de los hombres aceptaban que el temperamento de la mujer no era apto para los puestos de gestión. En la actualidad estos prejuicios no han dejado de tener vigencia aunque no hay que negar que se deslizan por una pendiente declinante.
Las normas de la socialización que estructuran rasgos de personalidad, gustos y comportamientos que se dan por adaptados a uno y otro género son marcados desde la llegada al mundo. Los modelos de socialización preparan mejor a unos sexos que a otros para la lucha posterior por el poder y la posición social. Es el llamado sex typing que inicia un proceso de producción social que se reflejará finalmente en la desigualdad de los sexos frente al poder.
Las observaciones ponen de manifiesto de qué modo el espíritu de independencia y competición experimenta un desarrollo más sólido en la educación de los chicos que en las chicas. Al ser consideradas más vulnerables y frágiles, a las jóvenes se las protege y vigila más. Los chicos en cambio reciben castigos y críticas con mayor frecuencia que ellas. Frente a una tarea difícil sus padres no les ayudan tanto como a las chicas. Del mismo modo que les autorizan a desplazarse libremente por un perímetro más amplio que a las jóvenes. En la adolescencia, a los padres les cuesta más dejar salir a su hija que a su hijo. Normas diferentes que entorpecen el acceso de las chicas a la autonomía y que favorecen en los chicos el espíritu de riesgo, la mayor confianza en sí mismo, menor pasividad, menos temor a seguir adelante sin reparar en obstáculos.
A esta lógica que impulsa al hombre hacia la independencia se agrega una socialización y una psicología masculina orientada hacia la competencia, la agresividad, la auto afirmación en el desafío, el enfrentamiento con los demás y le dominio del entorno. Las peleas entre ellos, dominarse unos a otros, establecer jerarquías a partir de la ley del “más fuerte”, los deportes colectivos para crear un simulacro de lucha, batalla, y vencimiento de los demás. Todo a fin de ser reconocidos por el entorno, por las otras personas, por los mismos vencidos, para atraer la atención de las chicas, para afirmar su valor, para probar su fuerza, para afirmar su virilidad. Juegos agresivos en la cultura deportiva, trifulcas con imágenes viriles vehiculadas por los medios de comunicación, proezas sexuales reivindicadas mediante el alarde de conquistas amorosas donde no se abandona la lucha metafórica, la connotación deportiva de dominio y vencimiento del otro, todo indica la importancia de los valores competitivos en la construcción de la identidad masculina. Ganar, ser el más fuerte, sobrepasar a los demás son objetivos que constituyen el meollo del ideal viril. Y también poseer el poder en forma egoísta solo para sí sin contemplar compartimiento alguno.
En tales condiciones, ¿cómo ser ciego al nuevo integrante de la lucha, que busca su lugar con sorprendente coraje en un terreno donde el hombre estaba acostumbrado a llenarlo? ¿Cómo no sentirse confundido frente al nuevo integrante que se levantó con toda su fuerza y avanza amenazadoramente día tras día a pie firme? ¿Cómo no asombrarse de la incursión de la mujer activa trasgrediendo el molde clásico, de miles de años que tan confortablemente calzaba el hombre?
Como se dijo anteriormente, es, pues menester, redefinir el nuevo rol de la mujer, en tanto, reclama por una igualdad del reparto del poder discursivo apuntándose con variable puntería hacia el equilibrio de las dos partes. Ante tal situación resulta inminente la confluencia de los roles, que incluye necesariamente la redefinición del rol femenino, tanto como del masculino en mayor medida, involuntariamente .
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