Estaba sentado en aquella pequeña plaza donde nos vimos por primera vez. Había viento y el invierno se hacia notar en el frío y en la llovizna helada que caía. Enciendo un cigarrillo mientras espero y los arboles desnudos me miran con soberbia como diciendo “yo soy mejor que vos”. He sido muy despiadado en esta vida y ya no tiene sentido que la siga. Logre que nadie me quisiera excepto unos pocos lunáticos que mañana no sabrán que yo existí siquiera. El cielo esta gris como mi alma sin esperanza ni sueños solo un presente y un vacío en el alma.
Se sienten unos pasos por mi espalda y sé que es ella porque usa un perfume demasiado bueno para la pocilga de plaza en la que estoy sentado. Aparte de que nadie estuvo cerca desde que llegue. Me doy vuelta e instintivamente poso mi mano en la culata de mi revolver. Saco mi mano antes de que ella se de cuenta. El vestido que tiene es de un rojo sangre, tan linda es que hace que todo lo demás parezca en blanco y negro. Tiene nostalgia y mucho pesar en sus hombros y sus hermosos ojos ya están lagrimeando. Me braza como buscando consuelo... tan linda y yo como un idiota parado ahí sin poder hacer otra cosa que abrazarla y decirle que la amo.
Ella se va. No tiene nada que hacer con un fracasado como yo. Y, sin embargo ella fue la única persona por la cual retrase este momento. Mi vida ya iba a la deriva desde hace mucho tiempo y ella me libero de la rutina de esperar sentado a que la muerte llegara. Pero ya se fue. Saco la pistola, dicen algunos que las balas no mienten. Bueno vamos a comprobarlo.
La pongo en mi cabeza suspiro y aprieto el gatillo, durante unos segundos pasa mi vida entera delante de mí, pienso que este es mi hermoso final cuando... ¡click! Hace mi pistola y se niega a dispararme ¿Por qué sigo vivo? ¿cuál es mi maldita misión en este estúpido planeta? Empiezo a gritar y blasfemar a los cuatro vientos luego dejo que la lluvia helada me tranquilice y me aclare las ideas. Capas que no todo esta perdido. Me voy en dirección de la dama de rojo.