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Y cayó en una especie de sueño, todo era de color verde, ¡un gran prado verde se extendía a su paso! Y paseó por el llena de felicidad. Y esta le cogió la mano, la felicidad transformada en humano. No era precisamente la persona más guapa del mundo y su siniestra voz había hecho estremecer a más de uno, incluso a Layana, pero ella había sido capaz de arrancar de esa máscara, que era la cara de Severus, una sonrisa que irradiaba felicidad pero solo y exclusivamente para ella, y sus ojos, siempre negros y vacíos, podían brillar de amor si se encontraban con los suyos grandes y verdosos como el mar al amanecer.
A su lado Severus sonreía. Llevaba puesta la ropa muggle con la que habitualmente se paseaba en el mundo no mágico, las camisa sin mangas que llevaba enseñaban un vendaje bien hecho, no como el de una vez que se caía constantemente. Entonces Layana se paró con una seriedad muy rara en ella. Snape la miraba con una expresión de auténtico desconcierto, cuando Lay se acercó a su brazo para desprender el blanco vendaje, levantó la ceja al más leve estilo Carlos Sobera, un presentador muggle, y a Snape aquella mueca le daba un aspecto cómico poco común en él, ya que siempre se mostraba frío y malvado.
Lay arrancó con suavidad el vendaje y abrió la boca tanto como pudo al no encontrar huella alguna de la Marca Tenebrosa.
Snape la cogió de la mano y continuaron andando hacía ninguna parte rodeados del césped verde que brillaba con el sol.
Layana no podía expresar, ni con palabras ni con gestos, la felicidad que le inundaba en aquellos momentos. Paseaba felizmente a solas con Severus, el amor por el que tantas veces había luchado, lejos de ojos ajenos que no veían bien aquella relación, lejos de su hermano repitiéndole una y otra vez la cantidad de cosas que le ocurrían desde que era un mago, lejos de sus padres, que si se enteraran de lo suyo con Snape…no quería pensar en ello. El sol caía sobre ellos como celebrando tanta alegría. Al atardecer durmieron juntos encima de la húmeda hierba, mirando el mar negro, que era el cielo, impregnado de estrellas.
Layana apoyó su cabeza en el torso de Snape, desde allí podía escuchar los latidos de su corazón, parecía una melodía resonando en sus oídos, una melodía que ya había escuchado antes, muchas veces. Cerró los ojos para centrarse en escuchar aquella canción que sonaba cada vez más lejana.
Y despertó de repente, en la cabaña donde pasaba unos días con sus amigos. Un fuego crepitaba en al chimenea de piedra.
Se levantó y fue hasta el espejo que había a su lado, donde se vio a sí misma con una mueca de tristeza dibujada en su cara. Entonces leyó en la parte superior del espejo algo familiar y sonrió con tristeza. Ahora lo comprendía todo…

Texto agregado el 02-09-2005, y leído por 102 visitantes. (1 voto)


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