No podía contener mi rabia, me salía por los poros no me podía controlar, me violentaba tanto su actitud me irritaba su risa, olor, aspecto, todo en él era repudiable y ni siquiera por simple educación podía disimular mis ganas de que le cayera encima un edificio, que lo atropellara un auto o que por último se cayera en la calle sobre un charco de barro y se le quebraran todos los dientes, pero no, tenía que volver a verle cada día.
Y se encontraba sentado ahí con su perfecta actitud de galán más encima pasado a pachulí, conversando como si el mundo le perteneciera, como si no hubiera ni un ser humano más importante que él, sus movimientos parecían haber sido ensayados mil veces frente a un espejo, nada resultaba natural en él, hablaba idioteces sobre la vida, el mundo, la política y todos caían rendidos, pero nadie analizaba sus palabras decía una y otra vez frases clichés, utilizaba términos de moda y al reír mostraba toda su perfecta dentadura y nos bañaba en saliva pero que importaba, si era Gabriel, maldito Gabriel, como el arcángel repita siempre y todas las niñitas no se cansaban de escuchar y de celebrar cada una de sus putas ocurrencias, ¿Que acaso era el único que se daba cuenta de lo imbécil que resultaba ser a veces?.
La hora terminó, se callaron la voces, todos tomaron sus cosas y partieron en grupos de dos, de tres personas, Gabriel también tomo sus cosas y se retiró con su racimo de mujeres, escuché risas a lo lejos, escuche pasos hacia todas partes y después no escuche nada más, cerraron la puerta, miré a mi alrededor, había terminado mi café, el salón estaba tan confortable ahora, miré la hora, caminé hacía la puerta, cerré y seguí caminando en dirección a la salida, pasé por el frente de un grupo de personas y escuché:
- Hola, ¿Cómo estas?, buen discurso el de hoy Gabriel; le miré e incliné la cabeza a modo de saludo.

No pare y seguí sin mirar, en el trayecto solo un pensamiento me acompañaba, ¡Como odio a este puto pendejo!