Cosme
Hasta hace unos meses Cosme era un tipo ordinario, iba a la universidad por las mañanas, trabajaba en una dulcería de su tío en la central de abastos por la tarde y los fines de semana dedicaba algunas horas a jugar fútbol; tenía una novia bonita; era hijo único y sus padres lo apoyaban económicamente cuando le hacía falta dinero. Le gustaba escuchar música y en sus ratos libres leía un poco. Era amable y saludaba a toda la gente, aunque en verdad era tímido cuando quería dirigirse a algún desconocido. Pero tenía buenos amigos.
Lo que más disfrutaba era ir al cine; los miércoles su tío lo dejaba faltar por que según él ese día tomaba clases de inglés, aunque no era cierto, le gustaba ir solo al cine.
Únicamente había dos cosas que realmente le disgustaban: el rechinar de las uñas sobre un pizarrón y cuando a alguien se le ocurría embarrarle alguna cosa pegajosa sobre cualquier parte del cuerpo, como miel o chocolate.
Solo había dos cosas a las que realmente le temía: a las mariposas panteoneras que en verdad son polillas inofensivas de color grisáceo y que buscan lugares oscuros para descansar; y a los ruidos nocturnos provenientes del patio de su casa.
Desde muy pequeño durmió solo en la habitación que daba al patio y siempre imaginaba cosas cuando escuchaba los ruidos. Una parte del patio está cubierta por un árbol de limones y la otra por un tejabán, entonces, cuando hacía mucho aire, los limones caían y rodaban por el tejado hasta chocar con el piso y como tenía un sueño muy ligero se despertaba sobresaltado y pelaba los ojos, muy calladito, pensando que se trataba de algún ladrón. O a veces las ramas crujían haciendo los ruidos más extraordinarios y él clavaba los ojos en la ventana esperando que una silueta apareciera bajando las escaleras que se encontraban pegadas a la ventana. Mas nunca pasaba eso. Una noche, cuando ya era mayor escuchó claramente los pasos de alguien que bajaba las escaleras, -ya valió madre- pensó; pero sintió que de alguna forma tenía que terminar con sus temores de una vez por todas. Se levantó de la cama lentamente, y caminó hacia la ventana; se colocó en la esquina que hacían la pared y la cortina y la recorrió lo suficiente para observar el patio. No se distinguía ni una sombra entre la oscuridad, ni una silueta ni nada, -estoy seguro de haber escuchado pasos- pensó –habrá sido mi imaginación-; y se dio la media vuelta, justo cuando ponía un pie en la cama volvió a escuchar un ruido más fuerte, y en un arranque de coraje y locura tomó el bat que tenía al lado del buró, encendió las luces y abrió irrumpiendo ruidosamente, como si no le importara lo que fuera a pasar.
Al abrir esperaba ver la cara de alguna persona, pero para su sorpresa era solo un gato, y aun más sorprendente fue que este al ver que salía con el bat corrió en su dirección dispuesto a atacar. Por suerte Cosme reaccionó a tiempo y se protegió detrás del mosquitero que se anteponía a la puerta, todo fue muy rápido, el gato alcanzó a brincar, pero el mosquitero lo interceptó y se sujetó de las uñas de los pequeños agujeros de la malla. Rápidamente se soltó y huyó hacia las escaleras para volver a la azotea. Cosme exaltado aún, pensó, -este gato me las paga- y se fue tras de él por las escaleras, cuando llegó a la azotea el gato ya estaba lejos en las azoteas vecinas y Cosme solo acertó a darle con un limón que agarró en el tejabán.
Ya más sereno volteó hacia arriba y vio el cielo hermosamente estrellado, al oriente la luna colgaba entre las nubes como un cráneo amarillento. Cosme encontró todo esto muy inspirador y se quedó observando el cielo por largo rato. Después fijó su mirada en las demás casas, algunas azoteas estaban al mismo nivel que la suya, otras se alzaban más altas, casi accidentalmente volteó a ver los patios de las casa colindantes, todas tenían un cuarto con una ventana igual al suya, todos los cuartos tenían las luces apagadas, a excepción del que estaba justo detrás de su casa.
De pronto apareció alguien en el cuarto que tenia la luz encendida, Cosme se escondió detrás de las ramas del limonero para no ser visto; de entre las ramas alcanzó a distinguir que era una muchacha de unos veinte años que se veía frente a un espejo, parecía que se estaba desmaquillando o algo así. Súbitamente la respiración de Cosme se volvió más agitada; una sensación de adrenalina se apoderó de todo su cuerpo; presagiaba que la chica se desnudaría, pues parecía que se preparaba para dormir. Cosme engullía lentamente el espectáculo y lo disfrutaba realmente; la chica, como no se daba cuenta de que era observada se quitó la blusa desinhibidamente, al instante dejó al descubierto unos hermosos senos de piel muy blanca que culminaban en unos pezones canela, no eran muy grandes pero sí muy firmes. Cosme estaba muy excitado no solo por el hecho de observarla, también por el hecho de no ser observado. La chica seguía desnudándose, se quitó el pantalón y se veía de perfil en el espejo, luego de frente, tocaba la punta de sus pezones y luego se veía de cerca como explorando sus ojos. Quedó solo cubierta por una tanga que se perdía entre sus nalgas. Cosme no aguantó mas, tuvo que masturbarse ahí observando a la preciosa chica. Después ella sacó un pequeño camisón, se lo puso, apagó la luz y se fue a dormir. Cosme se quedó observando un rato hasta que la silueta de la chica se desvaneció en la oscuridad.
Bajó de las escaleras todo idiotizado, como si hubiese tenido su primer encuentro sexual. Cerró la puerta cuidadosamente y corrió las cortinas, apagó la luz y se acostó a dormir. Sus padres ni siquiera se dieron cuenta de todo el alboroto. Esa noche Cosme durmió tranquilo, como nunca había dormido; sus oídos ya no estaban esclavizados inconscientemente a los sonidos externos. Hasta soñó que iba a un concierto de piano con interpretaciones muy relajantes.
Al día siguiente esperaba ansioso la noche; estuvo todo el día contando las horas. Con una excusa tonta dejó a su novia más temprano, y con otra excusa se encerró en su cuarto más pronto de lo habitual. Fue más cuidadoso, puso seguro en su puerta, apagó las luces y hasta se puso tenis para no hacer ningún ruido. Esta vez la chica llego más tarde, pero esto solo acrecentaba la sed visual que Cosme acumulaba. Así pasaron varias noches; en algunas ocasiones la chica llegaba muy tarde, Cosme esperaba varias horas en las escaleras del patio hasta ver que la luz de la recámara de a espaldas se encendía, entonces salía de su guarida para disfrutar el espectáculo, era como apreciar una obra siempre diferente, la misma sensación de placer y peligro se apoderaba de Cosme cada noche.
Nunca intentó hacer algo para conocerla; se sentía impúdico, no se atrevía a hablarle, mucho menos a buscarla. Era solo un amor platónico. Un dia vio que la chica venía por la misma calle y el sintió tanta vergüenza que tuvo que girarse y regresar por donde venía para evitar el encuentro.
Todas las noches la esperaba desde su escondite; a veces con lluvia, a veces con frío; compró unos binoculares para verla más de cerca, y entre más cerca la veía, más perfecta la encontraba. El sabía que lo que hacía estaba mal; pero lo consideraba inofensivo, además, creía firmemente que todas las personas tenían alguna fijación u obsesión sexual. Se sentía tan normal como cualquiera.
Una noche, la chica tardó más que de costumbre, -es sábado, probablemente esté en una fiesta- pensó Cosme. Duró cerca de tres horas observando fijamente a la ventana de la chica; casi se queda dormido. De pronto vio que la habitación trasera de la casa siguiente a la de la chica se iluminó. Nunca se le había ocurrido espiar a otra gente, pero estaba desesperado, se había convertido en un vicio para él. Se deslizó fuera de la protección de las ramas del limonero. Esta vez era más arriesgado, pero lo hizo cuidadosamente. Su sombra se proyectaba directamente a la ventana de la nueva casa espiada. Pensó en arrepentirse, pero ya había ido demasiado lejos; asomó su cabeza hasta que alcanzó a distinguir algo en la habitación; solo vio a un tipo tirado en su cama viendo la televisión; le pareció algo grotesco, se disponía a regresar a su escondite cuando vio que entró a la habitación una mujer, rubia, algo gorda, se paseaba en ropa interior de un lado a otro de la habitación. A Cosme no le gustaba del todo, pero seguía experimentando la misma sensación de adrenalina que con la chica. La rubia se recostó al lado del tipo, intentó besarlo, pero este se quitó indiferente; la chica le dijo algo que Cosme no alcanzó a distinguir, pero acto seguido la rubia le fue desabotonando la camisa hasta llegar al pantalón que le desabrocho hábilmente, le bajo los pantalones junto con los calzones y comenzó a hacerle sexo oral; el tipo seguía indiferente viendo la televisión, después la gorda comenzó a quitarse la poca ropa que traía; esto le pareció muy bizarro a Cosme, pero algo lo detenía a seguir observando. Después la gorda se colocó sobre de él como si estuviera encima de un maniquí, el tipo ni hacía gestos, mientras que la gorda gemía exageradamente; el tipo saco un cigarrillo y lo encendió; Cosme pensó que la escena era digna de una película de Waters y el se reía entre dientes mientras los veía, y la vez se masturbaba.
Así pasaron muchas noches, algunas veces espiaba a la chica y otras a la pareja. Una vez Cosme se quedó dormido mientras espiaba a sus vecinos, y se levantó asustado al escuchar las primeras aves del alba.
Día tras día Cosme hacía las cosas con menos cuidado; era más ruidoso, ya no se ocultaba tras del árbol; en más de una ocasión la chica se sentía observada y con una expresión de miedo corría las cortinas y apagaba las luces. Otras veces la pareja escuchaba los ruidos que Cosme hacía al caminar sobre algunas hojas secas del árbol de limón y el tipo salía al patio con un revólver en la mano y solo veía la sombra de Cosme que desaparecía.
En conclusión, los vecinos le temían; creían que se trataba de ladrones. Cada noche agudizaban los oídos y guardaban las cosas de valor que tenían en sus patios. Vivían acosados por Cosme. En cambio él ya no temía a los ruidos, ni dormía mal, pues sabía que en las azoteas no había nadie a excepción de él.
Una noche Cosme ya no encontró diversión, todas las cortinas estaban cerradas y todas las luces apagadas, ya había atormentado demasiado a esas personas, dormían con miedo y se acostaban temprano; ponían candado a sus puertas traseras y se mantenían a la expectativa de cualquier ruido. Entonces Cosme bajó las escaleras lentamente, -será otro día- pensó; se introdujo en su habitación, cerró la puerta del patio y la cortina. Se detuvo un momento frente a la puerta tapada con la cortina; sintió algo extraño en su habitación: estaba muy fría; al lado de la puerta cubierta por la cortina había una ventana y recordó que la había dejado abierta; recorrió la cortina lo suficiente para sacar la mano y cerrar la ventana. Al sacar la mano sintió que alguien lo sujetó fuertemente del antebrazo; todo su cuerpo se erizó, se puso heladísimo, no se podía mover de tanto miedo; pero mayor fue su espanto, cuando de entre la abertura que dejaba la cortina observó que quien lo sujetaba era él mismo.
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