El padre Braulio fué por muchos años, el cura de la parroquia en un pueblo costero ubicado al noroeste de la República Mexicana. Asturiano de nacimiento, fué criado en los Estados Unidos, donde vivió una niñez y adolescencia típicamente americana, al estallar la Segunda Guerra Mundial; su familia emigró a México huyendo del conflicto bélico.
Braulio, con veinte años cumplidos, buscando su camino en este mundo ingresó al Seminario de Monterrey allá por el año de 1943. Una vez ordenado sacerdote fue enviado a la parroquia del Puerto de Huatabampito en el estado de Sonora, para asistir al párroco local, un anciano gruñón que ya no podía con las labores diarias de la curia.
Joven e idealista pronto el padre Braulio fue ganándose el corazón del viejo cura y de su grey.
Siendo una comunidad relativamente próspera, formada principalmente por familias de pescadores, que relacionaban el éxito en la captura con el cumplimiento de los preceptos religiosos, y por ende con la aprobación Divina; ambos sacerdotes vivían una vida cómoda y sin apuros económicos.
Habiendo vivido en los Estados Unidos, el padre Braulio estuvo familiarizado desde niño con los automóviles, las carreras de coches eran el sueño y la pasión del joven sacerdote, recortaba cuanto artículo se publicaba en el diario local y con frecuencia encargaba los últimos ejemplares de las revistas de automovilismo a sus amigos y feligreses que viajaban a la capital. Pero su pasión por el automovilismo sólo era superada por su buen corazón, a pesar de recibir un sueldo por su labor, a él generalmente antes de la siguiente quincena, el dinero se le acababa por hacer lo que él llamaba sus visitas, llevando despensa a alguna viejita enferma, ayudando a un jubilado a pagar la renta, comprando el ropón de bautismo para el hijo de algún jornalero, el dinero volaba sin que reparara en ello.
Así pasaron los años, el anciano cura murió y el padre Braulio le sucedió como era de esperarse. Manteniendo su afición por las carreras de coches pero viviendo una vida austera, el ya no tan joven sacerdote, nunca pudo darse el lujo de comprar un automóvil, oportunidades se le presentaron por docenas, feligreses que conociendo su afición le ofrecían un auto a precio de regalo, e incluso un rico comerciante quiso obsequiarle un coche al cumplir Braulio veinte años como sacerdote, pero él siempre decía “Mejor se lo invertimos a las visitas, que esas dejan mas provecho”, con el tiempo y los avances tecnológicos, la televisión satelital llegó al puerto y por fin el ya anciano sacerdote pudo disfrutar de sus amadas carreras por Fox Sports, ESPN y canales similares. Pero la sobre exposición al deporte que lo apasiona y su edad avanzada provocaron en el padre Braulio un efecto peculiar.
Sucedió una mañana de Diciembre, de pronto se vio al padre Braulio realizar su matinal recorrido visitando la escuela y el hospital, a paso rápido, procurando alcanzar y rebasar a cuanto transeúnte apareciera en su camino. El primero en notar esta nueva condición fue Higinio el barrendero, dada su actividad profesional, Higinio es conocido, por todos los habitantes del pueblo, y conocida, más bien legendaria; es también su debilidad por el chisme y las habladurías. Esta letal combinación lo convierte en el órgano informativo no oficial de Huatabampito, Sonora. Conoce de vidas y haciendas de todos los pobladores y, diligente y alegremente se encarga de esparcir buenas, malas y falsas noticias por toda la comunidad.
Por esta razón no fue nada extraño que al siguiente domingo todos en el pueblo estuvieran al tanto del padre Braulio y sus carreras.
Discretamente, al principio, observaban como el párroco del pueblo, arrancaba por la calle del Ayuntamiento, apuraba el paso para rebasar al grueso del grupo de peatones frente a la plaza de la fuente y aceleraba a fondo antes de llegar a la esquina de la calle Hidalgo para dejar atrás a sus oponentes. Aquellas veces que la victoria coronaba sus esfuerzos, colorado por el ejercicio realizado, el anciano cura juntando las manos elevaba su vista al cielo, en una silenciosa plegaria de agradecimiento. En cambio cuando el resultado le era adverso, con el ánimo por los suelos rumiaba en silencio su derrota.
Pronto la gente del pueblo aprendió que no era bueno confesarse si el padre Braulio perdía su carrera matinal, las penitencias tendían a ser duras y excesivas, por el contrario, si el resultado era favorable; encontraban un cura comprensivo, magnánimo y moderado.
Con el transcurso de los años la carrera del padre Braulio incorporó una variante, murmurando, entre dientes, el párroco realizaba una vívida narración del desarrollo de la competencia; denostando contra sus adversarios y calificando con los peores adjetivos a quien osara atravesarse en su camino o detener su marcha.
Las carreras del padre Braulio eran un secreto a voces, discretamente guardado por los habitantes del poblado, no se hablaba de ello, pero todos estaban al pendiente de sus hazañas, como la vez que llegó al puerto un turista americano, que acostumbraba ejercitarse caminando por las calles del lugar, cuando el padre Braulio lo divisó, apresuró el paso para alcanzarlo, el gringo, al sentir al anciano sacerdote a su lado apretó la marcha, desatándose una de las más emocionantes competencias de las que el puerto de Huatabampito tuviera memoria, cuando finalmente el sacerdote rebasó a su contrincante y arribó triunfante a la esquina de la calle Hidalgo, la multitud estalló en aplausos y gritos de júbilo.
Los habitantes del puerto, viendo que por su avanzada edad cada día era más difícil para el cura obtener el ansiado triunfo, sin nadie que lo sugiriera o lo organizara; empezaron a caminar más lentamente por las calles donde el padre Braulio realizaba sus recorridos.
Todos en el pueblo moderaron su marcha y se alineaban sobre su carril derecho para permitir al párroco rebasarlos sin mayor esfuerzo, todos, menos Nazario SanMiguel; un tipo sin oficio ni beneficio que gozaba mortificando al anciano sacerdote. Cuando lo veía venir Nazario dejaba lo que estuviera haciendo, corría para emparejarse al padre y se mantenía por un momento a su lado, para después apretar el paso hasta reventar al octogenario cura. Otra de sus maniobras era emparejarse al párroco para de pronto frenarse, permitiéndole avanzar 10 o 15 metros y después correr a toda velocidad para rebasarlo al tiempo que ruidosamente imitaba el ruido de un motor. Obvio es mencionar que Nazario no gozaba del cariño de la gente, quienes le prodigaban un silencioso rechazo.
Lo que no consiguió el rechazo de la gente, las súplicas de su madre y los regaños del padre, lo reclamó triunfalmente el amor. El amor se encargó de corregir al referido pillastre, conoció Nazario a una bella muchacha de la localidad y sucumbiendo ante sus encantos se enamoró. Como en esta vida, siempre hay un roto para un descocido, sucedió que la dama en cuestión, correspondió en amores a Nazario, iniciando la pareja un noviazgo que cambió las malas costumbres del muchacho.
Tratando de mejorar su situación y enderezar su vida, solicitó Nazario empleo en todos los establecimientos comerciales, flotas pesqueras y negocios del puerto; pero como las malas acciones, tienen un precio que en esta vida pagamos, todas las puertas se le cerraron. Arrepentido y desesperado por no poder encontrar un empleo, el muchacho emigró a los Estados Unidos, no sin antes prometer a su amada que retornaría con los recursos suficientes para contraer matrimonio como Dios y la sociedad lo demandan. Pasaron varios años y fiel a su promesa Nazario regresó, próspero y renovado, habiéndolo convertido el éxito en un hombre de provecho. Feliz la pareja realizó ante la curia los trámites necesarios para contraer esponsales a la mayor brevedad.
Para esa época el padre Braulio en el ocaso de su vida, mantenía la titularidad de su parroquia, dejando el trabajo administrativo y la mayor parte de los oficios, a un joven párroco mandado por el obispo y a las damas del voluntariado; mientras él solo oficiaba misa los domingos, cuando administraba los sacramentos y en ocasiones especiales.
Al llegar la fecha fijada para la celebración de su enlace matrimonial, Nazario y su prometida arribaron a la iglesia acompañados de numerosos familiares y amigos.
Al recibir a la pareja en el atrio de la iglesia, según marca la tradición, el padre Braulio se plantó frente a los novios y antes de proceder a darles la bendición, se quedó observando fijamente al novio, murmurando palabras inteligibles para los asistentes, de pronto, alzó los hombros como restándole importancia al asunto e inició el rito nupcial. Ya en el altar, teniendo a la pareja arrodillada frente a él. El padre Braulio exclamó con una expresión triunfal “Ya me acordé de ti cabrón, No, a ti no te puedo casar, tú siempre rebasas por la derecha y obstruyes el carril central”, y diciendo esto, se dio la media vuelta y apurando el paso salió rápidamente del templo, al momento que ruidosamente imitaba el sonido de un motor.
FIN
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