LOS NIÑOS DE LA GUERRA
La sección C-12 esperaba al enemigo en su trinchera. Conformada por pelados rasos que no superaban la frontera de la infancia, algunos, quizá, jamás la verían. Aquellos niños sabían que esta guerra más temprano que tarde les quitaría la vida. El tiempo era implacable, pero en la batalla de hoy eso no importaba. La densa oscuridad un instante y a lo lejos se partió por la mitad; las luces destruyeron la penumbra fragmentando sombras. Se acercaba el enemigo. Los infantes en posición con las armas listas y ocultos en la oscuridad. El capitán dijo:
–Prepárense para el ataque muchachos.
Todos tragaron saliva, aunque la mayoría ya se la había acabado. Incluso 3 niños, de los nervios, dejaban entre ver sus dientes, delatando su posición. El resto de los pelados, los heridos y más débiles, apoyaría moralmente desde la trinchera.
–Chrish Chsrihs –fue el crujir de unos dientes.
–zzzzzddddzzzzz zzzds zzzzzz –fue el último zumbido de un zancudo antes de ser aplastado y devorado por Fernández, adicto a comer insectos.
–Clap clap– el sonido sistemático del caminar enemigo.
En el silencio se escucharon crujidos de estomago y sorbetes mocosos. Y el enemigo algo debió oír, porque detuvo su marcha un instante antes de continuar.
Cuando el enemigo cruzó con su silueta el umbral y dio un paso en la trinchera la emboscada fue perfecta. Volaron proyectiles y gritos y ruidos explotando el lugar. La luz blanca, artificial, reveló el caos, siguió un silencio breve, luego una gran onda expansiva de risa estallada.
– Menos mal que están enfermos. A la cama ¡Ahora! O mañana no hay jalea –Dijo la enfermera con autoridad y cariño, aun con el dedo en el interruptor de la ampolleta.
Los niños recogieron sus almohadas y rápido se enfundaron en sus sabanas. La enfermera apagó la luz, dio media vuelta y a paso redoblado emprendió la retirada. Ella, por fuera sonreía; por dentro, de su ojo lloviznó. Herida con una salva de agua dulce, había recibido un disparo mortal directo al pecho.
Los niños durmieron con el sabor de la victoria porque en la batalla de cojines vencieron a la pena, muriéndose de risa y no de la prisa de su cáncer.
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