MAGIA NEGRA ®
Los labios gruesos, negros, célibes, tiernos, cuentan historias. Las manos grandes, con las palmas blancas, están acostumbradas a moldear la vida. Allá hace calor. Permanentemente, el sol se encarga de endulzar la playa del río. El agua se regodea por entre las rocas que sobresalen airosas y las hojas que penden de árboles aferrados a las orillas desde épocas en las cuales no se había inventado la escritura. Ella aprendió sus primeras letras de las formas y cantos que aún dibujan el agua y el viento.
La selva espesa olía a verde. La arena, a piel humedecida por el sudor. Las manos de la niña comenzaron a jugar con cada uno de los granos galantes, que le narraban acontecimientos que otras memorias habían olvidado, de cuando las huellas eran portentosas y el cielo no era azul. Acostada bocabajo, ella las escuchaba y las grababa, mientras los dedos seguían garabateando, distraídos.
Estaba desnudita al lado del río, acababa de incorporarse y las manos tejieron una figura humana. Fue la primera de las tantas muñecas que hizo cada día en la arena de la playa del río de la selva. Negras, cobrizas, blancas, diminutas, ataviadas de asombro, escuchaban las historias que ella les regalaba en soplos de vida. Bailaban con la música, saltaban de alegría, se soltaban el pelo, liberaban lágrimas que se escurrían al cauce, se cubrían pudorosas o se negaban a abandonar la desnudez, abrían los ojos sorprendidas, se contaban grandes verdades y mentiritas traviesas, sonreían y corrían, le susurraban afectos, la abrazaban. Y cuando el sol anunciaba la mitad del día, se tomaban de las manos y se lanzaban al río.
Las muñecas se transformaron en historias que resuenan en todos los ríos del Chocó. Ella se hizo maestra y las cuenta, aún maravillada, en bocanadas de palabras de aire a través de sus labios gruesos, negros. Ésta es una de ellas.
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