Singulares manos tenía, ágiles y rapidas como una liebre, pero con tanta gracia; parecia, algunas veces que valseaban, pero otras me hacían creer que eran las alas del hada que alguna vez conocí.
Así eran, maestras del teatro y por lo tanto, de la tragedia.
Siempre creí que eran tan veloces como peligrosas.
Deseé tenerlas cerca, pero ahora que rodean mi cuerpo, e imprimen una fuerza sofocante, me siento satisfecha... y un poco aturdida.