Supongo que cuando me dispuse a avanzar camino de ese lugar ni siquiera pensaba en volver. El camino era amarillo, esta vez no había contrastes, todo amarillo, los árboles, el campo, el polvo del camino. La tristeza del paisaje debía estar provocado por la sequía que acechaba el lugar desde hacía ya más de un año. Pensé que a mi ya no me llovía por dentro, ni siquiera esas gotitas tan molestas que nunca llegan a mojar. Zoa puso cara de aburrida y por fin se recostó en el asiento trasero, ni siquiera ella podía disfrutar del paisaje. El aroma del hinojo entraba por las ventanillas tratando de hacerse hueco entre el humo. Si, supongo que debería dejar de fumar. A pesar de ser una desconocida en el lugar, o quizá por eso, el recibimiento fue espectacular, los ojos se adivinaban tras las cortinas, incluso alguna cabeza se acercó demasiado a husmear por las ventanillas del coche. Humo, hinojo y cabezas, eso era demasiado, aún así intentaba esbozar la mejor de mis sonrisas. Una niña, mas atrevida que los otros treinta habitantes del lugar se acercó risueña a preguntar quién era, fascinada con Zoa se deshizo en caricias y buenas palabras. Por fin pude ver la casa, no respondía a las expectativas, pero eso la hizo mejor, no más acogedora por supuesto, solo mejor. Algún habitante debió pensar que me deslizaba del coche al ritmo de la respiración, pero nadie dijo nada. Un montón de perros pulgosos y con ojos de no haber sido acariciados hace mucho tiempo se acercaba ruidosamente a Zoa, quién parecía disfrutar del destino. Al momento entendí que la niña se quedase fascinada con Zoa y nos siguiese hasta la casa. Pronto sería una buena compañera de estancia, llegué a pensar absurdamente que era hija del trigo.
Los días pasan y no pasa nada, el albergue abandonado me sugiere proyectos que no realizaré, es como si hubieran borrado las horas y con ellas toda la actividad del lugar, la gente parece en paz, pero no feliz.
El quinto día descubrí la placa, tus amigos te van a recordar, o algo así, es extraño, la placa corona una casa a medio construir que pretendía ser hermosa, la niña del trigo ya me ha contado, poco se habla de ello pero la realidad es que demasiadas personas se han ahorcado en la zona, el señor del tractor no quiere hablar de ello pero su mujer me cuenta. Fue un chico joven, construía su casa con aparente ilusión y una mañana le encontraron. No era el primero. Trato de darle un sentido al sinsentido hablando sin parar de la falta de horizonte del lugar, la tristeza de las tierras secas, el albergue abandonado, los perros maltratados, las mujeres sin miras. Parece que entiendo el dolor, pero por su mirada se que percibe que no tengo ni idea, mejor callarse.
Mientras cargo el coche, se que Zoa quiere quedarse, no lo hará por supuesto, los lugareños me obsequian con productos de sus huertos y me hablan del invierno y de los colores de la primavera. La niña del trigo me mira, no hay nada, solo una lágrima por la que se va y el polvo del camino a mis espaldas
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