La ciudad y los perritos. (Por Cako)
I

Un diálogo que se viene repitiendo desde que el tiempo es tiempo, y que demuestra lo cíclico, oculto tan sólo por los pequeños cambios que paso a observar y a exponer:
—Pá ¿Me llevás al circo?
—¿Otra vez querés ver elefantes haciendo el tren? Lo viste el año pasado, hijito…—Responde el padre.
Año 2004. Estoy sentado tranquilo en mi silla favorita. Nada en la TV. Busco un libro, lo abro, el protagonista está a punto de ser golpeado por el matón que se oculta detrás de la puerta, y de repente…
—Pá, ¿vamos al circo?
—Pero… ¿no leíste el afiche, hijo? "Emilce y sus gatitos inteligentes, Andrés y sus palomas sueltas, Los Temibles Leones africanos (educados a la palabra)".
—Igual quiero ir…dale, llevame.
—Bueno —resignación, inspiro, expiro, repito el ejercicio—. Vamos primero a verlo desde afuera.
Al llegar, el olor a basura te voltea. Ya no olor a jungla, o a Bombay en 1815. Olor a Basura con B larga y mayúscula. El cartel que hace décadas decía "No compramos perros ni gatos, no insista, será denunciado", ahora dice "No compramos niños". Y nadie repara en el detalle, ni en el pequeño cráneo con carne aun pegada que asoma entre los pastos de debajo de la jaula.

II
Más publicidad televisiva sobre alimento para mascotas, y menos sobre pañales. Las veredas de Buenos Aires intransitables por la cantidad de excrementos de animales. Todos caminamos por la calle, como si siempre hubiera sido así.
Nadie se asombra.
—¡Hey, señora!... ¡Su perro está cagando en mi vereda y usted mira para otro lado!
Respuesta 1: —¿Y qué quiere que le haga? Esquivelá.
Respuesta 2: —¡Uy! disculpe, ya lo llevo al parque.
Respuesta 3 —¿Vos te quejás por eso?, a mí hace 6 meses que no me pagan la jubilación.
Los buenos ciudadanos empezaron a llevar a sus perros al parque, para no ensuciar la vereda. Entonces en el arenero donde jugaban los chicos, un nene se levanta y dice, mirándose las manitos.
—¡Oia mami! Caca… ¿Me lavás?
Y éste fue el principio del fin: Se formó el grupo "Limpiemos las Veredas".

III
El circo venía todos los años a La Boca, y los leones que llegaban flacos se iban gordos y saludables. Los gatos y los perros empezaron a verse menos.
Las veredas se veían más limpias, las plazas volvieron a ser para los chicos mientras que los dueños de mascotas salían con una bolsa de nylon en la que —con resentimiento oculto— recogían los excrementos de sus animalitos. Daba la impresión de que el barrio se había vuelto cuerdo nuevamente, pero no.
Nadie sospechó que los amantes de los animalitos domésticos consideraban una afrenta lo que había sucedido.
El grupo de "Limpiemos las Veredas" no imaginó que el hecho de permitir ensuciar la vereda era una manifestación del amor a las mascotas y un compartir ese amor con el resto de la ciudadanía. Los perros y los gatos volvieron a enchastrar.
Cuando varios padres furiosos llevaron a sus niños a defecar frente a las puertas de los "Mascoteros", intervino la Municipalidad. Los padres de los chicos contraventores fueron detenidos y no hubo explicación ni abogado que los pudiera sacar. Los Mascoteros estaban ubicados en una escala social un poco más alta que los padres contraventores, y los jueces tenían perritos...

IV
—¡Son Degenerados! –decía doña Clara acariciando a su fox toy. –Exponer a esos chiquitos a la mirada de cualquiera que pase…
Don Rosendo López, el comisario, el marido de doña Clara, por más señas, se negó a contestarle. Él no amaba al fox toy, pero lo soportaba, pues comprendía que su señora, al no haber podido tener hijos, tenía que dar su amor a alguien. Y él no estaba casi nunca en casa.
Tampoco aceptaba don Rosendo el alquiler de vientres humanos para la gestación de esa raza tan cara de perritos. Pero el congreso lo había aprobado y no le habían pedido su opinión. La ley había sido aceptada por las dos cámaras, y él estaba para hacer cumplir la ley.
Veía a las chicas hambreadas que se ofrecían en la puerta de las veterinarias, y apartaba la mirada. Durante la gestación las chicas se alimentaban muy bien.
"Está bien que haya pobreza, pero esto es demasiado", pensaba Don Rosendo, y seguía su camino hacia la comisaría 24, donde le hacía la venia un policía con un gran bigote y un pequeño caniche.
Si don Rosendo hubiera sabido que doña Clara tomaba a escondidas anticonceptivos para no tener hijos, otra hubiera sido su actitud, pero treinta años en La Fuerza no lo habían preparado para sospechar una traición hogareña de esa magnitud.


V

"No se aceptan parejas con chicos".
En el hotel entraban y salían parejas con perros, gatos, cobayos y monitos.
El hotel tenía habitaciones con vista al mar y desde allí se veía gente y mascotas retozando. Se escuchaban risas y música, confusas por la distancia que había desde la playa hasta el balcón.
Mario miró a Laura, con esa cara de "Lo logramos" que ponía cada vez que hacía algo bien.
—Aquí estamos. ¿Viste gorda?... Mar de Plata.
—Pudimos conocer el mar. Nos lo propusimos y lo hicimos. Mario, sos genial.
—Bah, fue un momento de lucidez, no me pasa siempre pero…
Se reían mucho. Habían engañado al conserje, y a la mujer de la limpieza del hotel, esquivado la vigilancia, y hasta al chofer del micro que por poco los descubre cuando de la valija se escucho un berrido.
Acomodaron la ropa en los cajones; vaciaron el resto de las cosas que quedaban en las valijas; le pusieron a su bebé, Gastoncito, el disfraz de Chow chow y salieron de la habitación. Cruzaron la avenida hacia la playa.

VI
Llego con mis nenes al circo, veo el cartel de "No compramos niños". Reparo en que no habrá denuncias si alguien vende un niño... Saco las entradas. Ante la presencia de las parejas que me miran me siento un tanto avergonzado, pero prometí llevar a los chicos a ver una función, y pienso cumplir
Los miro, me agacho y los abrazo.
No los voy a vender —me digo. Y la función comienza.



Fin









Terminado en julio de 2004.