A veces una actitud, una palabra o una imagen, es un buen disparador hacia lo más ínfimo del alma.
Solía perderse en el pasado, ante esas líneas de nostalgias superpuestas con la realidad, donde los cálidos vientos retomaban las mismas avenidas de una infancia. Eran aires de otras tardes los que se asomaban flotando en diminutas hebras, prístinos silencios de arboledas rozando lo eterno de los cielos, ante un sendero de mil huellas. Y la mirada adulta en cada travesura se trasportaba con el tiempo, junto a tantos otros sueños esparcidos en diversas latitudes. Aún sentada sobre el tiempo, volvía a percibir esa risa socorriendo o festejando sus hazañas como la silueta de su hombre en miniatura, mientras giraba sobre ese mismo mundo, con las pupilas impregnadas de un amor que perduraba, sintiendo sus manos deslizarse por la vida, en un mirar lleno de lágrimas. Trató de evadirse otra vez en el antaño, aunque nada se comparaba con tenerle, si todo había disipado en espacio y tiempo, tan lejos de lo que solieron ser, de la vida ramificada en otras savias más tempranas. Seguía amándolo, compartiendo esa frescura de la adolescencia sumida en los indelebles ciclos, para preguntarse al borde de la tarde: ¿Si algo aún podría separarlos?, él sin ella, la vida carente de los dos, ese basto universo de infinitos sueños perdido en otras almas. Nada hubiese importado, si estuvieran juntos...
Se alejó lentamente del suelo, mientras una silla caía a sus espaldas, haciendo que ascendiera colgada de la soga. Esa misma que hoy en el patio, le había hecho recordar aquella trágica partida de su amado...
Ana Cecilia.
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