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La bella mujer solicitaba compulsivamente que se apagase toda llama que estuviera a su alcance. Esto cuando se encontraba fuera de su vivienda porque dentro de ella no soportaba ni cigarrillos, ni velas, ni fogón alguno y en su obsesiva actitud se acostumbró a consumir todos sus alimentos crudos. Cada candil significaba una protesta de su parte y permanecía en su gélida mansión errando de un lado a otro, como una hermosa alma en pena. Tenía estrictamente prohibido a sus dos empleados -un par de viejos resignados a su carácter- todo aquello que originara alguna llama. Los fósforos estaban desterrados y hasta los enchufes eléctricos fueron protegidos contra posibles chispazos que pudieran desencadenar un incendio de proporciones.

Ella era un verdadero misterio ya que había aparecido de pronto en el pueblo, desorientada, sin recuerdos, como una Venus salida de las arenas. Un millonario se hizo cargo de ella, la cuidó y finalmente, absolutamente enamorado de aquel ser tan extrañamente bello, se casó con ella y para eso, la mujer fue rebautizada como Fedra. Después de la muerte de su acaudalado esposo y no existiendo familiares de parte de ambos, ella heredó todas sus posesiones pero eso no parecía importarle mucho a ella, sumida como estaba en un permanente estado de desasosiego que la apartaba de toda la gente. Nadie la visitaba tampoco dado lo inhóspito de su residencia y algunos decían que la mujer era la reencarnación de una maldita bruja que había sido condenada a morir en la hoguera, de allí su enfermiza aversión por el fuego. Los niños le temían y si lograban contemplarla paseándose en su enorme casa huían despavoridos temiendo que ella los transformase en algún repulsivo bicho.

Fedra, la mujer, desconocía en absoluto el origen de todo eso y como carecía de parientes que le pudiesen dar una pista, se resignó a esa forma de vida tan austera que de tanto practicarla, no le incomodaba en lo absoluto. Ya comenzaba a sentir los estragos a causa de su costumbre de digerir solamente alimentos fríos. Una de esas tardes salió de su hogar para realizar un trámite ineludible, algo que a ella le provocaba pavor dado que en las calles se sentía indefensa y corriendo el peligro de encontrarse cara a cara con aquello que tanto temía. Su estampa era imponente ya que era muy alta y delgada y su piel poseía una blancura luminosa que atraía de sobremanera. Todos la admiraban y muchos le temían, puesto que la consideraban una loca sin remedio que deambulaba sin rumbo por las calles solariegas. Efectivamente, ella evitaba el contacto con la gente ya que temía ser dañada por ese vulgo grosero que la miraba con extremada atención.

Quiso la mala suerte que la mujer ingresara a un edificio muy antiguo en el cual se establecían varias oficinas públicas. Adentro estaba atestado de gente y eso provocaba mucha sofocación. Las mujeres, con sus hijos en brazos, se abanicaban con revistas y diarios mientras chivateaban alegremente entre ellas. Fedra se refugió en un lugar retirado y esperó pacientemente su turno. De pronto, un individuo se colocó a su lado y extrajo de entre sus ropas una caja de cerillas para encender un cigarrillo que había colocado en sus labios. Al ver la pequeña llama, la mujer profirió un terrible grito que alertó a toda la gente. Fuera de si, Fedra intentó alejarse de aquel hombre pero la multitud le impedía hacerlo. Ante la imposibilidad de huir, sintió que sus fuerzas se extinguían y se desmayó. Al abrir sus ojos, un hombre la contemplaba con atención. Era un doctor de la clínica a la cual había sido trasladada.
-¿Se siente usted bien señora?- preguntó el hombre.
Ella, desorientada, poco a poco comenzó a recordar el incidente y eso le provocó de nuevo una repentina exaltación. El doctor se aproximó para tranquilizarla pero Fedra le dio un empujón y salió de la habitación despavorida.

Kelly, el doctor, se sintió muy atraído por la extraña mujer. Indagó en los archivos de la clínica tratando de encontrar alguna pista que lo condujera a ella pero todo resultó infructuoso. No faltó, sin embargo, quien le indicó la dirección de Fedra, contándole de paso la leyenda negra que se tejía en torno a ella. Kelly sonrió ya que su espíritu científico le impedía hacer caso de esas habladurías. Por lo tanto, resolvió visitar a la mujer y conocer de sus propios labios la verdadera motivación de su fobia.

Al verlo sonriente en la puerta ella titubeó pero igual le hizo pasar. Fedra era una mujer muy educada que dominaba varios tópicos y conversar con ella resultó muy agradable para Kelly. Todo cambió sin embargo cuando el le preguntó sin ambages cual era la causa de su fobia hacia todo lo que tuviese por constante al fuego. De los ojos de la hermosa mujer se desprendieron dos gruesas lágrimas, comenzó a temblar y a balbucear incoherencias. El le tomó sus manos y se las acarició suavemente y eso al parecer tuvo un efecto inmediato en Fedra, quien, bastante más tranquilizada, le brindó una encantadora sonrisa. Eso lo aprovechó Kelly para acercar sus labios a los de ella. Cuando su boca y la de la bella mujer estaban a un paso de tocarse, ella se levantó violentamente, dando por terminada la reunión.

En todo caso, ambos acordaron que ella se sometería a una sesión de hipnosis para llegar al fondo de su obsesión. Eso acaso trajera paz al angustiado espíritu de Fedra y le permitiese por fin llevar una vida más normal.

El reloj se bamboleaba delante de los ojos de Fedra y a cada instante ella sentía que se sumergía en un algodonoso abismo. Sus párpados le pesaban una enormidad y pronto se sintió desconectada de la realidad para ingresar a un ámbito que se desenvolvía abiertamente en lo onírico. La suave voz de Kelly la dirigía entre las penumbras de su subconsciente. Se veía flotando en medio de un campo yermo, luego aparecía ante sus ojos una hermosa y acogedora casita que contrastaba con los tonos grises del paisaje. Recordó la casa de su abuela y su corazón se regocijó. Se veía a si misma como una tierna niña, más tarde era una adolescente que sonreía, sonreía siempre. Ahora el paisaje era otro, una casona victoriana en la cual se destacaba la estampa severa de su padre. Fedra recordó entonces vagamente que le temía y le respetaba pero su espíritu inquieto la colocaba en abierta contraposición con los dictados del padre. Todo sin embargo era muy confuso, veía a su madre postrada en su lecho, parecía haber sido bellísima pero ahora lucía muy desmejorada. Fedra la abrazaba y conversaban acaso animadamente. Pero ¿Cuál era el mal de esa mujer que irradiaba tanta ternura? El ceño fruncido del padre, las reconvenciones, eso prevalecía ahora en su adormecido recuerdo ¿Por qué?
¿Por qué? Ahora él padre la separa de su madre, lo hace con violencia, la mujer grita, trata de salir de la cama y recibe un puñetazo feroz que la aturde por completo. Fedra se ve a si misma empuñando algo contundente, acaso un atizador, no lo ve muy claro, lo alza y lo descarga con violencia sobre el cráneo de su padre. Esté se desploma y al hacerlo derriba un candelabro encendido. Las llamas se esparcen de inmediato, todo comienza a arder, ella trata de apagar el fuego pero es imposible ya que pronto todo es una enorme hoguera. Grita con desesperación, trata de rescatar a su madre pero el humo la sofoca, se empeña en salvarla y en el paroxismo del miedo y la angustia siente que algo explota en su cerebro…

El voraz incendio acabó con la vida de sus padres, eso es seguro. Ella debió arrastrarse ya ajena a todo vínculo y huyó acaso despavorida como un animalito aterrado. No recuerda bien en donde se encuentra su hogar pero llora con desconsuelo al saberse culpable de la muerte de ambos.

Nuevas sugerencias fueron aventadas en su mente adormecida, Fedra trataba de recordar alguna pista que por pequeña que fuese, podría ser un paso para acercarla a sus orígenes. Su mente escarba desaforada en las imágenes semi apagadas hasta que de pronto surge algo, una señal, es una trilogía de pequeños montes que reinan sobre la comarca. Nelly anotaba todo y esto le pareció muy relevante. Más tarde, consultando los mapas de la región, supo que había dado con el lugar que los llevaría a desentrañar el misterio.

Llegaron a media tarde a un pequeño poblado que se encontraba en la región de XXXXX. Los lugareños se arremolinaron en torno al coche del doctor. A ella le pareció familiar todo eso pero no estaba segura de nada. Cuando descendieron del vehículo, Kelly le consultó a un par de ancianos si les parecía familiar el rostro de la mujer que tenían delante. Ellos negaron con su cabeza pero de pronto, una mujer lanzó una exclamación y luego pronunció un nombre: -¡Susan! ¡Susan! ¿Acaso eres tú?
La mujer se aproximó con el temor pintado en su rostro pero al contemplar con detención a Fedra, comenzó a sollozar.
-¡Lo sabía! ¡Algo me decía que estabas viva! ¿Qué no me recuerdas? ¡Mírame! ¡Soy Carol, tu amiga del alma!
Y la mujer se arrojó a los brazos de la sorprendida Fedra quien comenzó poco a poco a sentir como la luz inundaba sus apagados recuerdos.¡Su amiga de tantas jornadas inolvidables! ¡Por supuesto! Y la alegría la hizo reír como quizás no lo había hecho en años y ambas comenzaron a danzar como si fuesen un par de chicuelas. Pero eso sólo era el comienzo. Ahora recordaba el lugar exacto en donde se levantaba la casa de sus padres. Con paso firme se dirigió al lugar en donde suponía que se levantaría otra construcción. Todos la siguieron en ese reencuentro con su pasado. Una calle, la otra y finalmente ¡Allí se encontraba! ¡Era la misma casa victoriana con sus detalles exactos y los colores que la identificaban. Se aproximó a la pequeña residencia con su corazón galopando. Pensaba que la gente se había conmovido con el suceso y había reconstruido la vivienda que acaso ahora fuese un museo. Antes que sus nudillos se encontraran con la madera de esa puerta de roble, esta se abrió de par en par y aparecieron ante sus ojos asombrados las figuras de dos ancianos que de inmediato reconoció como sus padres. Un grito de alborozo inauguró un festín de emotivas escenas en que padres e hija se reencontraban después de muchísimos años.

Después supo Susan -quien ahora había recobrado su verdadero nombre- que la madre se había recuperado de su larga enfermedad, que alguien les había salvado de las llamas y que durante mucho tiempo sus padres la buscaron con desesperación hasta que pensaron que había enloquecido y quizás hubiese muerto en algún lejano lugar. Esto dio lugar a que ese día se improvisara una animada fiesta por el feliz reencuentro, que se encendieran fuegos de artificio, los que fueron contemplados sin problemas por Susan. Tampoco sintió algún temor cuando Nelly la besó delante de todos ni menos cuando el hombre, durante la cena y a la luz de las velas, le solicitó que fuesen novios. Ella, feliz por haber recuperado su pasado y su vida, le guiñó uno de sus ojos y luego contemplaron ambos como una estrella fugaz cruzaba rauda el firmamento para adherirse a ese hermoso evento…













Texto agregado el 01-09-2005, y leído por 336 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
14-09-2005 no me gusto,es el clasico final feliz, siempre estas lleno de sorpresas y espero mucho mas de vos..... gavyota
 
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