Recuperé la capacidad de asombro. De eso me percaté el lunes recién pasado cuando llegué muy temprano a mi casa - más que de costumbre - y no encontré nada, absolutamente nada. Se lo habían llevado todo, incluso la alfombra que cubría el suelo. Las fotos de mi mujer, de mis hijos, de mis padres y amigos también habían desaparecido del lugar sin dejar rastro alguno. Venía muy cansado del trabajo y no tenía ganas de ponerme a pensar en la razón de dicho suceso, ni menos en tratar de solucionarlo. Lo único que me inquietaba un tanto, era la ausencia del reloj que me había regalado Ramón luego de su viaje a Berlín, al cual le había tomado cierto afecto; bueno, más que afecto, era costumbre. Sí, ya se había convertido en una rutina el llegar a mi casa, colgar la chaqueta, mirar el reloj e irme a recostar un instante antes de cenar. No recuerdo un sólo día en que esto no fuese así, por lo que ese pequeño detalle – por no decirlo menos – me descolocó. Ciertamente y a primera vista, esto resulta algo sorprendente, casi incomprensible, incluso para mí que me encontré perplejo, sin saber que hacer ante tal escenario. Y no digo que fuera por la ausencia de las demás cosas ya que, después de todo, eran sólo recuerdos; malos y buenos, pero al fin y al cabo, recuerdos. No, mi admiración surgió porque, aquel insignificante aparato que más que señalarme la hora, marcaba un instante crucial del día, no se hallaba presente. Antes de caer en un estado de eventual paranoia por aquel imprevisto, encendí la luz. Se encontraban todos; al primero que divisé fue a Ramón, que sostenía entre sus brazos el enorme reloj de madera que me había ocasionado el shock anteriormente descrito. Seguramente lo hacía debido que estaba conciente de lo que este significaba para mí. Luego vi a mi familia. Me miraban fijamente y sonreían como burlándose de mi cara de sorpresa. También se encontraban Miguel y su madre, Cecilia y sus dos hijos pequeños, Arturo, solo como de costumbre, Andrea, Felipe, Rosario, Oscar, Hernán, Camila, y unos cuantos otros que no me daré el tiempo de nombrar. Todos con sus rostros tan felices, como esperando el momento indicado para comenzar.
Uno, dos tres… ¡Cumpleaños feliz, te deseamos a ti… - entonaron todos al unísono. La verdad es que de las pocas cosas que no me esperaba, era una situación semejante a la que estaba ocurriendo en ese preciso instante. En un comienzo, una leve sonrisa se apoderó de mi rostro, pero con el paso de los segundos se fue incrementando más y más. Me reía de ellos, de mí mismo, de mi olvido y de la absurda situación en la que me encontraba hace sólo unos instantes. Solté mi chaqueta y los abracé a todos. Había que festejar. |