Quinientas lunas en alta mar y a lo lejos la fantasmagórica ciudad. Realmente tengo miedo. Veo a los espectros desde lejos, llamados una y otra vez por la sedante canción de las sirenas. No sé cuánto más aguante. Apenas y puedo respirar; se me va el alma en un suspiro. Las olas chocan contra mi cara; la tormenta está muy loca.

Quizá sería mejor no despertar. El terror se empieza a infiltrar en mis huesos y los recuerdos me abandonan como cobardes caprichos malheridos. Ya no veo su cara, sólo una vaga mancha que se difunde y se aleja. Siempre pensé que la tendría conmigo, pero ya ni puedo verla.

Cuando el hombre deja de ser hombre y se convierte únicamente en rencor, ya no vive para sí mismo. Yo vivo para algo ajeno, algo maldito, que pesa y me consume, dejando tan sólo residuos macabros a través de espasmos esporádicos.

Estoy solo, los demás han muerto. Uno tras otro fue alucinando su tesoro; todos ellos se tiraron al mar. Hay una melodía misteriosa que me llama a mí también, pero ya he dejado de sentir. La luna me mira pálida, con tristeza, como si supiera cuál es mi final. ¿A qué he venido? En algún lugar ya cerca han de estar las cavernas y después, el olvido. Así es, vine aquí buscando el olvido. Quizá ya lo he encontrado. Pero a la mitad de la travesía algo terriblemente equivocado pasó. Puedo sentirlo, es un ser maligno y se quiere llevar mi corazón.

Me destapo los oídos después de dos días. Tengo hambre pero no sé porque no dejo de temblar. La extraño. Quiero olvidar que la maté. Quiero regresar a la inocencia. La noche se vuelve arco iris. A lo lejos me llaman; suena tan dulce. Me llaman. Me quieren. Doy un paso más…