Nadamás había que mirarle la cara a uno de esos secuestradores, con eso se daba uno cuenta que no solo buscaban el dinero de Alfredo, sino también torturarlo. A cada golpe que el hombre le daba al joven estudiante, había en los ojos de ese plagiario un profundo placer.
-Era ya tarde, como las cinco. –Le decía Alfredo años después a su novia, cuando le contara confusa y fragmentariamente ese sueño que lo había traumado. –Fue horrible, yo salí de un banco, no recuerdo cual era; ya sabes como son los sueños. Luego dos hombres se bajaron de un taxi y me obligaron a subir en él.
Eran tres hombres. Uno de ellos, feo, pelón, obsceno, con un cinturón de hebilla de placa de policía, golpeaba a Alfredo. A cada golpe con que castigaba al joven, este se retorcía y entonces la brutalidad iba en aumento, al igual que la sonrisa placentera de ese sujeto.
-Fue espantoso el sueño. Me decía: “te voy a matar pendejo. ¡Ya valiste madre! De seguro tu fuiste alguno de los putitos que estuvo en la marcha esa de hace un mes contra la delincuencia, ¿verdad? Qué pendejada. Nosotros somos un chingo y nunca nos van a agarrar. Mira, si te mato voy a estar libre siempre, siempre, siempre...
Y esas palabras se repetían una y otra vez en la mente de Alfredo cuando lo recordaba. Se habían quedado impregnadas en su memoria, aunque solo hubiese sido un mal sueño, que seguía produciendo más pesadillas aún.
-Como por dos horas yo sentí que me estuvieron dando vueltas por toda la ciudad en ese taxi. Y me llevaban acostado, golpeándome sin piedad. Querían más de los dos mil baros que había sacado del banco, ¿y de dónde los sacaba? Por eso me pegaban más y más.
-¿Qué como fue? Pues simplemente horrible. Amanecí pensando que el día anterior me había sucedido eso. Fue tan real el sueño...
“Ya déjenme, ya me quitaron todo”, les decía Alfredo una y otra vez. Pero los sujetos no se conformaban con eso, eran el colmo. El pelón quería más, deseaba ir a la casa de Alfredo y robarle todo lo robable.
-Pasó mucho tiempo. Hasta que era ya de noche y por la ventanilla de ese taxi yo alcanzaba a ver una tienda que según yo conocía, así como pasa en los sueños; hasta quería que me tiraran allí, pero no, todo seguía.
-A ver, ¿que más pasó? –Le dijo su novia- Pero no te pongas así, solo fue un sueño, eso no sucedió.
-Pues luego ese hombre me dijo: “¿lees el periódico compa’? Bueno, pues que mal pedo, por que mañana no podrás leer tu asesinato. Si cabrón, ¿cómo ves? Te voy a matar nomás’ por que me dieron ganas.”
Su boca ya estaba reseca. Alfredo desde los 14 años ya no creía en Dios, pero en esos momentos recordó como rezar.
-¿Te imaginas? Recé un padre nuestro y yo que tenía años sin ir a una iglesia, sin creer en Dios. O sea, tuve la convicción de rezar, hasta eso te lleva la pinche delincuencia, a soñar tan feo que vuelvas a creer en Dios.
El taxi frenó con brusquedad. Uno de los secuestradores le dijo al pelón:
-Ya déjalo aquí, no hagas pendejadas.
-Ni madres, solo quiero que el nene me ruegue. –Y lo sacó del taxi, arrastrándolo de los cabellos.
Alfredo pidió misericordia. Eso era lo que quería escuchar el sujeto, pues verlo sufrir lo hacía gozar. Luego le alzó la cara y le dijo.
-Para que veas que no soy gacho, te perdono la vida. –Y con la hebilla del cinturón le reventó el pómulo, luego le quitó sus zapatos y se los llevó.
Se fueron. Alfredo como pudo se levantó, estaba devastado, su rostro era irreconocible, apenas pudo caminar. Pasó cerca de dos patrullas y lo ignoraron. Luego un auto se paró frente a él. Bajó una mujer, ya anciana, y le dijo: “te asaltaron, ¿verdad? Aquí tiran a todos”
-Esa señora me llevó a mi casa, como si ya supiera donde vivía. Y creéme que desde esa pesadilla volví a creer en Dios. Pero el problema no fue que en el sueño perdiera mi dinero, sino que en la realidad perdí la confianza y la seguridad de andar por la calle.
-Lo bueno que solo fue un sueño, mi amor; afortunadamente eso no te pasó. Y la verdad es que para qué los denunciamos. Tenía razón el pelón ese, je je je... Nunca los van a detener. –Decía su novia- A este país se lo está llevando la chingada...
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