Y ella quedó mirando su rostro inmutable, que permanecía a su lado...
Juana había comprendido bien el mensaje de su acosador en la oficina; unas copas en la discoteca, y luego al apartamento, a probar el encanto de su cuerpo; todos iguales - pensó - Y sin recordar esas tediosas palabras del “macho”, que a su alrededor hacía que trabajaba, se despidió de todos ese viernes. Al final del corredor, Carlos, el galán, agotando sus artes del encanto, se interpuso entre ella y la pared, con un susurro misterioso; - Humm, bebé, si estuvieses a mi lado, estallarías de placer. Juana, sin salir de su perplejidad, lo miró a los ojos casi sin aliento, antes de empujar su musculoso cuerpo, hacia la oficina lindante. Él, con su deseo brotando de los poros, solo festejó el enojo, con una sonrisa ganadora. La noche había quebrado sus fuerzas, en un calor voluminoso, que azotaba toda la ciudad. Ella, después de un baño relajante, acordó una cita con sus dos amigas más cercanas, en el boliche de moda. A las doce, sus cuerpos escurridizos, danzaban en una suerte de preludio sexual, en el centro de la pista; y la diversión se inmortalizó, entre el alcohol, hasta la madrugada, donde partió para su casa. Quizás el destino, o la fatalidad, hizo que Carlos la volviera a cruzar, ahora en su coche deportivo rojo, en una de las calles céntricas. Dicen que con un trago demás, las hormonas suelen desprenderse, de los sentimientos más devotos; cosa que sucedió con Juana. Y después de un sinfín de arrumacos placenteros, ya dentro del departamento, ella soltó toda su piel, en los brazos del conquistador. La foto quedó plasmada en el anecdotario de su vida, cuando al momento de la penetración, la vos entrecortada de su macho, le susurró: -“Te juro que es la primera vez que me pasa...”
Y ella quedó mirando su rostro inmutable, que permanecía a su lado, sin un rasgo de culpa, ni vergüenza ajena.
Ana Cecilia.
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