Había una vez un lugar particular donde las cosas no pasaban como en otros lados, todo se desarrolla en una isla, los insectos y animalitos que allí vivían estaban confabulados en una relación totalmente contraria a lo habitual. Allí...
Las arañas tejían sus telas para que cuando los gusanos de humedad se hicieran una bolita, pudieran tirarse desde una hoja mas alta que la tela y rebotaran varias veces, hasta que caían divertidos en la pansita de un juguetón conejo que se reía por la cosquilla que esto le causaba.
Los pájaros cantaban al son del vaivén de las hojas de la palmeras, mientras un pícaro ratón a la vez que saboreaba un trocito de queso, jugueteaba con la cola de un tranquilo Perezoso que apenas abría un ojo, y entre sueño y sueño, comprobaba que seguía sostenido, desde hacia ya varios días, de la misma rama de un gran pino.
Sobre el resto de pinos, las ardillas se esmeraban en recoger las semillas de la piñas, que se alzaban en formación ordenada por sus ramas. Con esa labor que parece complicada y difícil era con lo que mas se divertían, ya que mientras buscaban las semillas, se interponian en un caminito de hormigas que gustosamente seguían su curso sobre las ardillas, causando esto un continuo oír de risitas. Por su parte, las hormigas, que están acostumbradas a ser muy ordenadas, se tomaban el subir y bajar de las ardillas como una pequeña aventura en su continua tarea.
Los mosquitos, en lugar de molestar con sus picaduras, se formaban en pequeños grupos y sobrevolaban divertidos a un grupo de gallinetas, que al ver la nube de mosquitos aproximarse, se escondían entre cacareos y grititos de sorpresa debajo de unos arbustos, pero en lugar de quedarse allí, volvían a salir por otro lado para que los mosquitos volvieran en su entretenida actividad.
Hasta el sol y la luna participaban a su modo, el sol salía y se ponía todos los días por un lugar diferente, así todos los puntos de isla disfrutaba de un amanecer y un atardecer, y la luna, junto a miles de estrellas, se organizaban para crear todas las noches distintas figuras. Aveces, alguna de las estrellas se acercaba y tocaba mágicamente la nariz de alguien, indicando de este modo que esa noche las figuras estarían dedicadas a el dueño de la afortunada nariz.
Y así transcurrían los tiempos en ese lugar, hasta que un día, una pequeña canoa quedó atrapada por la arena de la playa, por un momento toda la atención se centró en ese hecho inesperado.
De la canoa, tímidamente se asomó la cabecita de una pequeña niña, que asombrada miraba todo a su alrededor.
La niña, que por su atuendo y rasgos pertenecía a alguna tribu indígena de las proximidades, se precipitó corriendo hacia el centro de toda la actividad que allí se desarrollaba, pero esto lejos de causar indiferencia, hizo que todo se desvaneciera, los mosquitos desaparecieron entre unas ramas tupidas de pino, las ardillas en sus madrigueras, al igual que el conejo que con la rapidez que se escondió olvido que tenia sobre él a las pequeñas bolitas de húmeda vida, el ratón dejo su delicioso quesito, las gallinetas ya no salieron de entre los arbustos, y el Perezoso, con claro disgusto se movió de su cómoda posición para poder salir de la visión de la niña.
Entonces, el transcurrir de los segundos y el silencio que se adueñó del lugar, llevó a la niña sentirse tan sola en medio de aquel espacio antes divertido y alegre, que mirando hacia el azul cielo que tenia sobre su cabecita, lanzó un desolador llanto de tristeza y unas lágrimas como perlitas brotaron de sus pequeños y dulces ojitos.
El canto de su dolor hizo que tímidamente todos se asomaran a ver, y comprendieron que ese nuevo ser estaba solo y que el sentir que llevaba era muy distante al que todos allí acostumbraban.
La niña, al comprenderse centro de atención por un breve instante, miro pausadamente a su alrededor con una tímida sonrisa que nacía en su delicada boquita, y aún con una pequeña lágrima sobre una sus mejillas, corrió hasta la canoa. Lentamente, volvió con las manos formando una pequeña cuna. Se detuvo y bajo la atenta mirada de todos las abrió, dejando escapar una alegre mariposa que se alzó volando mientras aleteaba de forma despareja, como dando pequeños saltitos sobre una cuerda invisible.
La mariposa sobrevoló la isla, y como dando a entender que lo que desde allí observaba era de su gusto, fue a posarse confiadamente sobre unas pequeñas flores.
La niña viendo que la mariposa reposaba tranquilamente y que poco a poco el resto de isla retomaba vida, corrió hacia la canoa y de forma inesperada se fue adentrando en el azul del agua, hasta perderse de vista.
La actividad en la isla volvió a su alocada normalidad, pero cada día a la misma hora, la mariposa realizaba un particular aleteo y deteniéndose en una peculiar flor que nació donde la canoa encalló, obligaba a todos a prestar un instante de atenta visión, al punto del horizonte por donde una vez la niña se marchaba.
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