Volar hacia unos brazos que le esperan abiertos. Encontrar el nido del que voló un día en la compañía de la soledad, recordar los viejos chistes infantiles con los que tantas veces reíste, sonreír al recordar las caídas tontas, y los llantos cortos por llamar la atención de los demás.
Tantas cosas que hoy tienen añoranzas en el corazón del vagabundo que volvió en busca de lo más importante que la vida le regaló en su más tierna edad...
El tiempo no le permitió encontrar mayor amor que el que pudo fabricar cuando su corazón aun era inocente, y su alma un diablillo que jugaba a esconderse del mal...
Conmovido regresa al altar que dejó atrás hace algunos años, y las lágrimas caen como rocío haciendo temblar las cuatro paredes de la antigua capilla.
Las palomas revolotean asustadas en lo alto del campanario, y las campanadas empiezan a ser más y más constantes...
De pronto, una mano tibia le acaricia el pelo corto, se gira y encuentra el rostro de su primer y gran amor... Su madre.
Con pocos adjetivos se podría calificar la sensación que tal gesto sincero de complicidad provocó en el jaleo de revoloteos y campanadas anteriores.
Hoy, años después de haber conocido la madurez y el mundo, descubrió por vez primera el verdadero valor de su infancia en su vida.