¡Por fin llegamos!, Exclamó Roberto al divisar a lo lejos los altos edificios que en medio de la neblina mañanera se alcanzaban a divisar desde un recodo de la carretera, mientras el viejo y destartalado bus con su cansado andar y su sonoro resoplar bajaba por la colina siguiendo las eses asfaltadas, mientras lentamente y sudorosos subían los madrugadores ciclistas aficionados, que dejando de lado sus profesiones y oficios se lanzan diariamente a las carreteras hermanándose en el esfuerzo y el sudor, con la única recompensa del ejercicio diario y los kilómetros recorridos.
Al cabo de media hora el bus hizo su entrada a la gran ciudad, los pasajeros poco a poco empezaron a despertar, ya sea por el ruido del tráfico o por los comentarios de los despiertos, mostrando a los niños las altas torres, los grandes parques o las bellas y antiguas iglesias. Roberto despertó a su mujer y a sus dos hijos que incómodamente dormían en el asiento contiguo.
Las grandes avenidas poco a poco fueron quedando atrás y el bus se internó por una serie de estrechas calles, en donde reinaban la pobreza y el desaseo. Un agudo dolor de miedo estremeció a Roberto de solo pensar que pudo haber cometido una equivocación al dejar su parcela y la tranquilidad del campo por llevar a su familia a aventurar nuevos horizontes y nuevas oportunidades en la ciudad, pero todo sea por los niños, para que tengan mas posibilidades de progresar en la vida.
Cuando el bus se detuvo y el ayudante del conductor avisó a Roberto que era el fin del viaje, su temor se convirtió en pánico, pero disimulando sus aprensiones sonrió a su familia y solo atinó a decir: “Bueno, llegamos”. Con mucha tranquilidad se bajó y ayudó a Marina, su mujer, a descender del bus mientras sus hijos con los ojos muy abiertos exploraban todo lo que los rodeaba.
La primera impresión de la familia Quimbaya era que estaban en medio de una gran selva de asfalto y ladrillos, en donde por mas que se quisiera no se podía ver el horizonte por ningún lado, una selva llena de peligros desconocidos y de una fauna extraña de recicladores, vendedores ambulantes, vagos, ladrones, prostitutas y toda clase de raros ejemplares humanos, durante un rato Roberto estuvo intentando ubicarse, recordando por donde debía ir a la casa de su amigo Jesús Troches, su compañero de la infancia que había desertado del campo hacía mucho tiempo y que lo había convencido de realizar ésta odisea.
Gracias a Jesús hizo un viaje de exploración él sólo y tomó la determinación de comenzar una nueva vida, vio que las oportunidades si podían ser reales y que existían muchas más cosas por hacer que en el campo, que la vida se podía ganar de muy diferentes maneras y si muchos lo habían logrado, ¿por qué él no podría?.
Haciendo gala de su memoria por fin llegó a la casa de su amigo, afortunadamente no era muy lejos, comparado con las distancias del campo era ¡allí no más!.
El barrio en donde vivía su gran amigo era un poco menos pobre y feo que el sitio en donde lo dejara el bus, consistía en una serie de pequeñas casas iguales, con muchas vías peatonales, los pequeños antejardines descuidados por lo general encerrados con unas rejas baratas, semejando una hilera de pequeñas jaulas despintadas y abandonadas, de tramo en tramo se veían algunas puertas abiertas y en los interiores se alcanzaban a divisar casi los mismos elementos; dos o tres asientos viejos, un equipo de sonido, un florero de porcelana con algunas flores viejas de plástico, una mesa de comedor con cuatro asientos, una nevera y cortinas hechas con sábanas viejas en el mejor de los casos, e invariablemente tres o cuatro niños semidesnudos correteando y armando algarabía con sus viejos juguetes de madera, al fondo una cuerda con la ropa recién lavada, y sin excepción las paredes despintadas recordando tiempos mejores.
La casa de Jesús era la única que tenía buena pintura, su antejardín bien organizado y la reja de entrada bien arreglada. Cuando los viajeros entraron se encontraron en una sala muy cómoda, nada parecida a las que habían logrado ver en la vecindad, sin duda a Jesús no le iba tan mal en la ciudad. El resto de la casa era en verdad muy acogedora, “arreglada con gusto y amor”, pensó Marina. En eso se presentó el dueño de casa con su mujer, “Bienvenidos paisanos”, exclamó con gusto, “Les presento a mi esposa Rosita”, una mujer entrada en años que al verla por primera vez inspiraba confianza y ternura, se notaba que era una buena mujer, humilde pero muy inteligente.
Después de las presentaciones de rigor los acomodaron en una espaciosa habitación en un segundo piso, tenía un balconcito y una cocineta, además de servicios sanitarios, era lo que se llama un verdadero aparta-estudio.
A eso de las cinco de la mañana se despertó Roberto y bajó al antejardín para ver el amanecer, estaba meditando cuando lo interrumpió Jesús que muy arreglado se alistaba para salir a trabajar y le dijo: “Bueno Roberto, nos vemos esta tarde, esté tranquilo y descanse que mañana haremos un recorrido para mostrarle la ciudad”, a lo cual el interpelado le respondió: “Cómo así, usted cree que yo soy capaz de quedarme aquí metido todo el día y sin hacer nada, no señor, si no es molestia yo lo acompaño”, “muy bien camine pues, desayune y nos vamos”, respondió Jesús.
Una vez desayunados emprendieron camino hacia la plaza de mercado en donde Jesús tenía un puesto de verduras. Por el camino Jesús no dejó de felicitar a Roberto por su determinación de instalarse y comenzar una nueva vida.
Durante el viaje le mostraba las maravillas de la ciudad, pero también le hacía recomendaciones sobre los posibles problemas que se le podrían presentar y sobre cómo debería cuidar de sus hijos, con respecto al niño le advirtió los peligros de las barras o bandas muy comunes en esos barrios, así como los riesgos de las drogas y las malas compañías, de su hija y en son de broma le dijo: “Debe cuidar que por lo menos la preñen después de los quince años y no antes, y que no se le vaya a volar con algún vago de los que abundan por estos lados”. Por supuesto la expresión de Roberto no fue sino de preocupación.
Cuando llegaron a la plaza del mercado, Jesús abrió su negocio y le pidió a Roberto que lo ayudara a acomodar la mercancía en los estantes y que formara unas pilas con las verduras más bonitas y que debía hacer atractivo el local para atraer a los clientes que ya comenzaban a llegar.
A media mañana Jesús le presentó a varios amigos y colegas, además le consiguió trabajo descargando los camiones que llegaban repletos de alimentos.
Muy acucioso como siempre, Roberto se aplicó en su trabajo de una manera muy determinada, tanto así que los otros coteros lo miraban con desconfianza y en varias ocasiones le hicieron trampas y lo molestaron para ver si desistía en su determinación de ser el mejor.
A media tarde comenzaron a llegar varios de los hijos de los vendedores, entre ellos un hijo de Jesús, éste le comentó que los hijos después de estudiar por la mañana se acercaban a los negocios para ayudar a sus padres y así ir aprendiendo el negocio que en un futuro sería de ellos.
Roberto preguntó que en donde estudiaban los niños y le respondieron que en la escuela pública que estaba en otro barrio, pero que como era gratis valía la pena, le comentaron que debían salir con una hora de anticipación y coger un bus que los acercaba bastante.
A la pregunta de “¿Qué les enseñan en la escuela?”, Que hizo Roberto, se rieron y le miraron extrañados diciendo: “Pues hombre lo normal, a leer, escribir, sumar y esas cosas, ¿qué esperaba?”. Roberto cada vez estaba más callado y preocupado y a cada comentario se veía más distante y pensativo.
Jesús trató de tranquilizarlo y le dijo: “Vea hombre, Mire todo lo que ganó hoy, a ese paso muy pronto podrá sacar un préstamo para comprar una casita como la mía, así hice yo y vea, solo me faltan cinco años más y termino de pagarla, el tiempo vuela y uno no se da ni cuenta, los préstamos si quiere son entre quince y veinte años, usted escoge, pero le recomiendo el plazo más amplio pues las cuotas son más bajas”.
Al día siguiente que era domingo salieron las dos familias a recorrer la ciudad, en un bus se transportaron a la zona más bonita, eran los barrios de la gente rica, vieron enormes casonas rodeadas de grandes jardines, bellísimos carros último modelo y todo lo que la opulencia es capaz de dar.
Los grandes centros comerciales con todas sus maravillas deslumbraron a los campesinos y se sintieron cohibidos ante tantas bellezas, las grandes iglesias les infundieron más respeto y adoración por su religión.
Jesús le preguntó a Roberto qué opinaba de lo que había visto y Roberto muy tranquilo le respondió “Pues no sé” y luego guardó silencio por el resto del paseo.
Cuando llegaron a la casa, se sentaron todos en la sala a conversar y muy entusiasmado Jesús interrogó a Roberto sobre su silencio, tras un breve respiro Roberto dijo:
“Pues vea mi estimado amigo, he estado pensando mucho, pues una cosa es que le cuenten y otra muy distinta es lo que uno puede ver y entender, en primer lugar ¿cual es la razón para venir a vivir en la ciudad?”.
“Pues el progresar, las oportunidades” dijo Jesús.
“Muy bien, que oportunidad mejor se puede encontrar aquí, si en el campo yo soy el dueño y el patrón, además yo soy el que contrata, aquí soy un peón mas que si estoy de suerte consigo que hacer”.
“En segundo lugar, los niños, ¿qué hay mejor para ellos aquí?”, Inquirió Roberto.
“¡Ah!, La educación y las relaciones que pueden conseguir”, fue la respuesta de Jesús.
“¿Como un vago o una pandilla?, Pues en el campo se relacionan siempre con gente buena, honrada y trabajadora, además en la escuela les enseñan por lo menos a jornalear y administrar la finca, nuevos métodos de siembras y para mí eso si es progresar”.
“Y por último, ¿en donde vamos a vivir?, Inicialmente pagando arriendo y si las cosas mejoran comprando una casita pequeña y sin patio, allá tengo una casa grande rodeada de jardines más bellos y mejor cuidados que los que vimos hoy en esos barrios de los ricos, mi parcela es por lo menos tres veces más grande que cualquiera de esas casas y no tengo que esperar ni pagar durante veinte años para tenerla porque es mía y será de mis hijos si ningún costo, y como si fuera poco a mí es a quien deben pagar por las cosechas y no tengo que tener dinero en efectivo para comer, tengo gallinas y por ahí derecho huevos y carne, tengo platanera, sementera y peces en un lago, ¿de que me preocupo si no tengo dinero?”.
Ese mismo día la familia regresó al campo feliz de no haber vendido la finca. El que quedó muy preocupado y amargado fue Jesús que ya no tenía raíces en el pueblo ni dinero para regresar. “Carajo el viejo Roberto tiene razón la embarré viniéndome a joder en esta selva de concreto”, Tristemente pensó Jesús.
|