En las arcas de la memoria
quedan los registros
de un viaje en las naves de Verne
que me ha llevado junto a gentes
de todas las razas y edades
a la laguna donde el tiempo se detiene
y las rocas traen tatuados
los ideogramas de todas las bestias,
las formas de las máquinas que aún
no hemos inventado,
las corazas de los caracoles del siglo XXVIII.
El rostro de Dios saluda sin prisa
desde los peñascos sombríos y húmedos
y la voz de las amadas que rugen por la ausencia
desde el hogar,
se transforma en un cardumen de toninas
que acompañan a la nave entre los fiordos,
hasta llegar a puerto.