La felicidad es el 
                             espejismo de la vida 
	                       y la vida es el sus- 
	                       piro de la eternidad 
	 
 
	  Caminaba sin esperanza, desahuciado, cuando una luz incandescente iluminó todo a su alrededor.  Extrañado  miraba el raro negocio que nunca  había  visto  y ahora lo tenía ahí, ante él, a tres pasos de donde estaba parado. Apareció así, de repente. ¿Por qué no lo des-cubrió antes, si había pasado mil veces por ese lugar?  -AQUí VENDEMOS LO QUE USTED BUSCA- Decía el enorme cartel que había en el frente. Entró muy decidido  mirando  con curiosidad un negocio totalmente nuevo para él. 
	-¿Tiene sonrisas, señor?.  
El  señor de los gruesos anteojos, se dio  vuelta  lentamente un  poco sorprendido, tra-tando de descubrir al primer cliente. 
La sorpresa no fue por  el pedido, el niño pasaba por muy  poco la altura del antiguo mostrador. El rostro  muy  pálido enmarcaba a unos  ojos tristes que presagiaban un desen-lace fatal. 
	-¿Sonrisas? 
	-Sí, señor. 
	-¿Y...para quién son las sonrisas que quieres comprar?  
	-Son para mi, señor. 
	-Pero...a  ti  no  creo que te haga falta ninguna. -dijo psicológicamente quien lo atendía, al ver la palidez del niño.  Seguramente te deben sobrar todas las sonrisas del  mundo;  yo  diría... las que quieras. 
	-Por favor, señor. 
El señor contempló inquisitivamente a un niño muy cansado, tratando de descubrir las  tristezas que pudiesen carcomer el alma del pequeño. 	-Y...dime; ¿tienes suficiente dinero para comprar sonrisas? 
	-Sí, señor, tengo un montón. Mire, aquí está. -Y ahí mismo como esperando  su  apro-bación, se paró sobre la  punta de los pies y formó un  pequeño  montoncito  arriba del antiguo mostrador. 
-El anciano miró largamente las monedas, hizo un leve gesto y mordiéndose el labio inferior, volvió a mirar al pequeño y primer cliente del día. Ahí estaba, mirándolo fijamente, deses-perado, suplicante, esperando. 
	-Hijo... -movió la cabeza para ambos lados y balbuceó-no creo que con esas monedas puedas comprar muchas sonrisas. Hmmm... me parece que no te van a alcanzar. Además... 
	-¡No... no tengo más, señor!. 
	-Bueno, vamos a ver si queda alguna. -dándose vuelta, fue a hurgar en una estantería cubierta de polvo. Subió a una escalera para mirar un poco mas arriba, mientras hablaba entre dientes, diciendo cosas que nadie podría entender. Después de un rato dijo:  
	-Lo siento, hijo; no me queda ninguna. 
	-Pero...en el cartel que está afuera dice...¡Aquí, se vende lo que usted busca! 
	-Sí, pequeño, tienes razón. Pero...de acuerdo como van las cosas...bueno, tu debe-rías saber que en primavera hay mucho mas de-manda y se han vendido todas. 
	-Yo...yo quiero aunque sea una señor. 
	-Lo siento pequeño. 
	-Una, nada más señor. Solamente una, una solita. ¡Por favor.!! 
El viejo de los gruesos anteojos, se acaricio con suavidad la blanca barba, contempló al ni-ño y nuevamente al montón de monedas. 
	-Bueno, ahora dime, ¿qué ha pasado con tus sonrisas? ¿Donde las   dejaste? 
	-No señor, no las dejé en ninguna parte. 
	-¿Entonces, qué hiciste con ellas? No me dirás qué las has perdido? Nadie puede perder las sonrisas por si solo. ¿Sabías qué las son-risas de los niños son la verdadera fortuna de los hombres? 
    -Sí, señor. Lo que pasa, es que la reina del bosque me las robó. 
	-¿Cómo? 
	-Sí, para que no jugara con la princesita. 
	-La reina del bosque, la princesita, no entiendo muy bien lo quieres decir. 
	-Sí, señor. Yo estaba muy solo en el bos-que encantado, cuando encontré a la princesi-ta. Me contó que también estaba un poco sola y  
podíamos  pasear juntos. A  mi me alegró mucho porque todos los días nos encontrábamos en el bosque. Escuchábamos el trinar de los pájaros, mirábamos... 
	-¿Te sientes bien pequeño? Creo que estás mareado. 
	-No...no es nada señor. Mirábamos  las  puestas de sol, el colorido de las flores y todas las cosas hermosas que hay en todos los bosques. 
	-Eso está muy bien. 
	-Sí, señor, pero la princesita un día dejó de venir. La esperé mucho y no llegó. Cuando nos encontramos después de un tiempo, nos pusimos muy contentos y me contó porque no había venido mas. 
	-Y... ¿por qué no fue más? 
	-Porque la reina no quería y todos le decían alguna cosa. 
	-¿Qué cosas le decían? 
	-Y...que soy malo para ella. 
	-¿Té contó por qué volvió? 
	-Sí, señor. Dijo que nosotros somos la reencarnación de dos seres que vuelven a encontrarse para vivir eternamente, pero con la condición de no recordar el pasado. 
	-¿Qué ocurre con el pasado? 
	-La princesita dijo que  algunas cosas  no le traían buenos recuerdos. Y así, estuvimos un tiempo, jugando, paseando, charlando, contándonos las cosas que habíamos hecho  antes de conocernos, hasta que un día,  mientras íbamos caminando por  uno  de los senderos del bosque,  apareció  la reina como un fantasma.  Cuando  me  vio, tuvo un ataque de locura.  Me dijo de todo, que no me quería nadie,  que no soy bueno, que no  quería  verme  más y tampoco estar cerca, jugando  o paseando con la princesita. 
	-Y...¿por qué? 
	-Porque ella dice que  soy muy pobre y los niños pobres no tienen suficiente dinero para  pasear con una princesita como ella. Dijo tam-bien que la princesita tenía otros hermanitos mas chicos que no me querían y yo era un mal  ejemplo  para ellos. 
	-¿La princesita dijo eso? 
	-No señor, lo dijo la reina. 
 El viejo caminó  dos  pasos, mientras se pasaba una mano  por el cabello, se sintió  taladrado  por la mirada triste del pequeño y solo atinó a sonreír forzadamente. 
	-¿Cómo  hizo la reina para robarte la sonrisa? Es lo que has dicho. ¿Es así? 
	-Sí, señor. Era el atardecer; Yo estaba sentado junto a un rosal mirando como la luz del sol se filtraba entre los árboles y sin darme cuenta me quedé dormido. Al despertar por el canto de los grillos me faltaban las sonrisas. La reina me las había robado. 
	-¿Cómo sabes que fue la reina? 
    -A la mañana siguiente, al verme muy triste, un ruiseñor me lo contó. 
	-¿Un ruiseñor te contó...qué? 
	-Sí, señor. Un ruiseñor. ¿No me cree, verdad? 
	-Sí, claro. Cómo no te voy a creer. 
	-Ahora, hay cosas que no entiendo muy bien señor. ¿Por qué la reina no querrá que un simple niño como yo, pueda pasear y jugar con 
la princesita si los dos estamos bien? ¿Por qué, señor? 
	El señor, como el pequeño le decía, sintió por primera en muchos años, un escalofrió al oír las palabras del niño. Bajó la cabeza, mirando al suelo comenzó a caminar lentamente hasta salir de atrás del mostrador. Se encaminó hacia el niño, pasándole con ternura un brazo por arriba de los hombros, lo llevó 
hasta un banco que había en un costado del negocio. El niño contempló al señor y pudo ver la extraña vestidura que tenía, compuesta por una túnica blanca y unas sandalias. 
    -Ven, siéntate aquí, a mi lado. Miró al pequeño con dulzura y dijo: 
  -Hijo...¿qué  es  eso  qué has dicho?	 
	-¿Qué, señor? 
	-Eso, de...simple niño. 
	-Y...no se, señor. Yo digo. La reina me lo dijo. Me acuerdo que cuando era mas chiquito, me decían que la  vida es muy linda, que toda la gente es buena, que los niños de todo el mundo son iguales y la gente grande charla y juega con ellos, los tratan bien, les cuentan cuentos al acostarse  para  que  mañana cuando 
crezcan, sean buenos, pero si es así, ¿por qué la reina  me dijo que soy un simple niño para alguien tan especial como la princesita? 
También dijo que la princesita se rodeaba de chicos no tan simples, y yo tenía que estar del otro lado del bosque, donde  están  los niños pobres, simples. De ese lado, la vida está de acuerdo con nosotros. 
-¿Es a así, señor? ¿Es cierto todo eso? ¿Del otro lado del bosque, está lo qué llaman                  felicidad? ¿Cómo es, qué es la felicidad? ¿Es tan hermosa cómo dicen? 
	-Hijo...en la tierra la felicidad es...Cómo te puedo  explicar, la felicidad es algo así cómo... cómo un espejismo. 
	-¿Un espejismo? 
	-Sí. Eso es. La felicidad es el espejismo de la vida. Nada mas. Nada mas que eso. 
	-Si, pero...y la vida, señor? 
 	-La vida, hijo...la vida es el suspiro de la eternidad. 
-¿La eternidad? ¿Qué es la eternidad, señor?  
	-¡La eternidad! Es una muy buena pregunta hijo. La eternidad es, lo que aparece en la imaginación de los que son muy optimistas y todavía tienen esperanza. 
	-¿Esperanza? Señor, usted dice cosas que no entiendo muy bien, porque no se que es esperanza. 
    -Mi pequeño, la esperanza es lo que tendría que estar en la vida misma, porque la vida es esperanza y al igual que la sonrisa, nadie puede  perder. Ahora dime, has leído la Biblia? 
	-No señor. 
	-Bien, te voy a contar algo. ¿Sabías que hace mucho, mucho tiempo, en el paraíso, fue la serpiente quién sembró la maldad para que todos perdieran las esperanzas y la eternidad se transformara en la muerte? 
	-Sí señor. 
	-Bueno, ahora es igual. Por eso hay que tener cuidado pequeño. Del otro  lado  del  bosque, están las serpiente disfrazadas de ternura, marchitando la  alegría de los que desean ser queridos y le roban las sonrisas. 
	-Pero...yo soy un niño, señor. 
¿Para qué puede querer la gente mayor la sonrisa de un niño? 
	-También a los niños como tu, la gente mayor les roba las sonrisas. Hijo, hay personas que no digieren fácilmente una sonrisa, y mucho menos la felicidad de los demas. -El niño estaba cada vez mas pálido, frío, demacrado.  
	-Señor, ¿cómo puede ser que a las personas no les guste las sonrisas? 
-No, pequeño. A las personas les gusta las sonrisas. Lo que no les gusta es  ver  como sonríen los demás. -El señor de la túnica blanca lo miró tiernamente, le acarició la cabeza con  dulzura,  lo besó en la frente y le dijo: 
	-Yo te llevaré al lugar de la esperanza y la sonrisa. Te quiero mucho, pequeño. 
El niño, escuchó  
por primera vez estas  palabras muy emocionado y fue cerrando los ojos con una bella sonrisa. El  señor lo tomó en brazos y salió caminado hacia la calle. 
      ........................ 
	Alguien dijo, que desde la entrada a un terreno baldío, vieron a un señor con barba blanca, elevarse con un niño en brazos para  perderse en el infinito. 
 
 
			      OMAR ORDóÑEZ	 
  
 
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