Estábamos en el living, yo escribiendo, Eulalia, no sé que hacía, creo que leyendo. Fue ahí, cuando lo oímos por primera vez. Un llanto entrecortado, quejumbroso venía de una habitación del fondo. Nos miramos asombrados y enseguida pensamos que podía ser una radio y de mi parte no le di más importancia, hasta que lo oímos por segunda vez y ahí quedamos paralizados. Le hice señas a Eulalia, con un dedo sobre mis labios para que hiciera silencio y caminé lentamente hasta la puerta; la abrí temerosamente y en el centro de la habitación, una jaula, una celda de rejas, cuadrada, de unos dos metros por lado. Adentro de ella, de pie y aferrada a las rejas, una extraña criatura con una enorme cabeza y un llanto de ultratumba. Me miraba fijo y diciéndome, vení. Estaba vestido con algo negro, enterizo, elastizado, muy ajustado al cuerpo y la parte de arriba, sin mangas, como una musculosa. Pelo corto, de unos... no podría decirlo con seguridad, pero más o menos... mejor dicho, parecía tener tres o cuatro años, cuerpo robusto, lo que sí, puedo decir es que tenía cara de viejo, ojos crueles, perversos, aterradores. Todo esto es lo que me pareció a mí, pero no puedo afirmar nada a causa de mi gran confusión. Empezó a llamarme con insistencia y yo a retroceder; él comenzó a agrandarse al mismo tiempo iba pasando a través de la reja como si fuese el hombre invisible o estuviese desmaterializandose.
Me di vuelta atemorizado y la vi a Eulalia asomada a la puerta muy pálida y yo,
totalmente asustado. Le tome la mano y salimos a toda carrera. La criatura detrás. No se como estaba Eulalia, solamente se como estaba yo; aterrorizado. Salimos corriendo para el fondo de la casa y no se porque motivo, me detuve de golpe y la pare a Eulalia. Delante de nosotros, un enorme pozo muy bien camuflado, todo cubierto con... creo que eran papeles de bolsas de Pórtland o cal, no sé. Miré para atrás y vi al Engendro corriéndonos como una saeta. Ni siquiera lo pensé, le apreté fuerte la mano a Eulalia y saltamos por encima del pozo. En la fracción de segundo que tardamos en pasar sobre el pozo, creí ver algo que se movía en el fondo, pero no estoy muy seguro. Seguimos corriendo y al mirar para el frente, realmente tuve terror, como si me hubiesen cambiado la casa. Todo era desconocido. Estábamos en una vieja y extraña edificación cubierta con telarañas y sarcófagos por todas partes. Sobre las tapas de los ataúdes, nombres de personas y leyendas en distintos idiomas. Eulalia miraba con curiosidad lo que yo también había notado. Debajo de los nombres propios, solamente el año de nacimiento. Esto es muy raro pensé mientras trataba de descifrar algunas de las inscripciones de los ataúdes.
Nos miramos como dos desconocidos.
Estabamos en una inmensa sala, poco iluminada, muy antigua, con telarañas por todas partes, menos sobre los sarcófagos. Inmensas columnas sostenían el interminable techo con un cielorraso cubierto con clásicas y tétricas pinturas.
Eulalia, me apretó un brazo, sus ojos asombrados miraban para uno de los rincones casi en penumbras.
Uno de los sarcófagos tenía la tapa levantada. En ese mismo rincón, a unos dos metros de altura, había una ventana abierta
con blancas cortinas. El viento anunciaba su presencia con un extraño silbido y al mover las cortinas, dejaban ver una escalofriante luna sangrienta. No salía de mi asombro, me costaba trabajo comprender lo que estaba pasando, cuando hay cosas que uno cree que solamente pasan en las películas. Quería poner en orden mis ideas, tratar de sentarme en la cama y corroborar que no estaba soñando. Pero... ¿Qué cama? Si no estoy acostado y mucho menos soñando, pensé mientras miraba a cierta distancia el sarcófago abierto. Quería saber que había adentro y se lo dije a Eulalia. Qué extraño, Eulalia también miraba obsesionada, como si estuviese buscando algo.
Le dije que se acercara y no me contestó. Me di vuelta y mi vista se detuvo en el sarcófago abierto.
También yo sentí una rara sensación y curio-sidad por ver adentro del sarcófago y saber que o quién estaba en él. Me volví para decirle a Eulalia que me iba a acercar hasta el sarcófago y un sopor invadió todo mi ser. Eulalia había desaparecido, no estaba más, en su lugar, tirado en el piso, solamente el pañuelo que tenía en el cuello. ¿Qué había pasado, dónde estaba?. El miedo me estaba paralizando, sentí la boca reseca y algo extraño corrió por mi cuerpo al oír ese llanto lastimoso casi aterrador. Presencias invisibles me rodeaban, estaba seguro de ello y lo comprobé al darme cuenta que estaba en un estado totalmente paranoico. Nada podía ser real, los cajones, el sarcófago abierto, el engendro de la jaula con cara de viejo, el pozo del fondo de la casa, nada, nada podía ser cierto; tenía que ser un raro sueño y nada más.
¿Cómo podía ser? ¿Qué había sido de mi casa
Dónde estaban las cosas que siempre veía.
Se dio vuelta sorprendido al escuchar el llanto de alguien. A través de la ventana se escuchó un aullido estremecedor, de esos que aterran al más valiente. Su mente comenzó a viajar por el pasado, por ese pasado que muy poco recordaba y deseaba recordar Su niñez, su mágica y dulce niñez. Su primer amor a los diez años, primer amor en su mente, ya que ella nunca lo supo. Sus travesuras, Su adolescencia, sus primeras salidas, sus...
Su mente volvió al presente al oír un ala-
rido estremecedor paralizando su corazón. Todo se estaba poniendo oscuro, por la ventana, se veía la luz de la luna y los relámpagos en el preludio de una noche tenebrosa. La ventana se golpeaba por el fuerte viento que arreciaba temerosamente. Me sentí atontado por lo que me estaba pasan do y quedé inmóvil al ver agigantarse una sombra siniestra que se abalanzaba sobe mi.
Curiosamente debo decir que no sentí temor, pero mi instinto de conservación agilizaron mis pies y a toda carrera salí corriendo para el lado de la puerta, la sombra detrás de mí queriéndome envolver en su macabro manto. Estaba llegando a la puerta cuando el terror se apoderó de mí, parándome de golpe.
Con las piernas abiertas y las manos en la cintura, el engendro me obstruía el paso, mirándome con ojos endemoniados y una sonrisa que congelaba la sangre. Me di vuelta para salir corriendo y en la otra punta de la inmensa sala, una luz blanca incandescente iluminaba el sarcófago abierto
Arrodillada ante él, Eulalia llorando des-consoladamente. Comencé a caminar despacio hacia ella, olvidándome de todo lo que me había pasado ese día, pero acordándome con lujo de detalles todo mi pasado. Veía con toda claridad hechos que estaba seguro de no haber vivido. Estaba a unos cinco metros de Eulalia cuando el temor volvió a apoderarse de mí. Al darme vuelta para salir corriendo
El engendro parado con un brazo levantado
estaba señalando con el índice al sarcófago
Abierto. Volví a darme vuelta y había desa-parecido todo lo que había visto antes.
Nada era lo mismo; había desaparecido él
tétrico cielorraso, las telarañas, la luna sangrienta, la ventana, los sarcófagos.
La gran sala se había trasformado en un largo túnel con una niebla brillante, por
donde empecé a caminar. Allá, al final, muy
Iluminado, estaba el sarcófago abierto a cinco pasos de mí. Miré para atrás, y el
Engendro señalaba con el dedo al sarcófago abierto para que a él me dirigiera. Seguí caminando y una paz invadió toda mi alma. Me acerqué al sarcófago y la niebla me cubrió totalmente y me sentí flotar en el espacio. Desde arriba miré el sarcófago abierto mientras me iba alejando por el interminable túnel y vi que había en el
solitario sarcófago. Adentro estaba yo, iluminado por una luz extraña. Solo, completamente solo, y nadie lloraba a mí alrededor. Desde él espacio vi sonreír al engendro acercándose al sarcófago para cerrarme los ojos.
OMAR ORDÓÑEZ
23-12-2002
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