Era la segunda vez que íbamos juntos a ese pueblo. Eulalia tiene unos amigos desde hace muchos años y nos invitaron pasar unos días con ellos.
Marisa y Doménico; un matrimonio de clase media con un buen pasar económico, una buena casa y un coche.
Marisa, se dedica a la inmobiliaria y Domenico, ya no hace casi nada a causa de una enfermedad, no sé cuál es pero tengo enten-dido por Eulalia, que se va agravando con el tiempo. Domenico, nació en Italia y está radicado en La Argentina desde la ado-lescencia. Algo menos de setenta años, de cabello casi blanco, bajito, de cuerpo menudito, un espléndido carácter y muy ilustrado. Eulalia lo conoció cuando trabajaba en una fábrica de telas donde diseñaba los dibujos de las toallas y Domenico era jefe de taller.
Estabamos almorzando cuando, así, como al pasar, casi como esbozando una sonrisa mental, Eulalia dijo: - Hable por telé-fono con Domenico, te manda saludos y nos invito a pasar unos días con ellos. -Nos vendría bien, para distraemos un poco.
¿Té parece? No me dio tiempo ni a contestar. Enseguida conti-nuó: - Cómo no estabas, le dije que si, que a vos te iba a encantar. ¿Te parece bien? "Papuchino" -"Papuchino, soy yo"- Eulalia es así. Cuándo se pone cariñosa (muy de vez en cuando) me dice, ¡Papuchino! Con decir que una sola vez, porque se le debe haber escapado, me dijo dulcemente; amor. Como dije: Eulalia es así.
Cuando llegamos a la terminal, por los parlantes se oía el clá-sico llamado, anunciando la salida del micro. Subimos al coche, y ya nos había ganado de mano el que reparte las tarjetas de sordomudos y había dejado una en nuestros asientos. El micro se puso en marcha y ya estabamos en camino, hacia Tres Lagos. Eulalia, apoyó la cabeza sobre mi hombro y se quedó dormida. Da la sensación que los micros se hicieron para que Eulalia duerma tranquila. En todos los viajes duerme.
La desperté‚ cuando estabamos llegamos a la terminal de Tres Lagos.
-¿Ya llegamos? -Preguntó Eulalia, medio dormida-.
-Ahí está Domenico. –dije, mirándolo por la ventanilla mientras él, nos saludaba con la mano.
Después de los eufóricos saludos "como estás" y todas esas cosas que se dicen los que hace mucho tiempo que no se ven, subimos al auto de Domenico y nos fuimos para la casa.
Como eran casi las cinco de la tarde, Marisa nos estaba espe-rando con la mesa preparada con té y masas finas. Y así, entre té, masas, como están, que han hecho, esta hermosa la casa y todo eso, fue pasando el tiempo, hasta que Marisa le dijo a Eulalia, si la acompañaba hasta la inmobiliaria.
Yo me quede‚ con Domenico escuchando fragmentos de operas. Debo decir que Domenico es un verdadero experto en música lírica.
Eran las ocho pasadas (estabamos escuchando "Una furtiva lagrima de Elixir de amour” por Pavarotti) cuando llegaron Eulalia y Marisa con la cena comprada en una rotiseria. Marisa se puso a preparar todo para cenar y le dijo a Eulalia que se sentara con nosotros que Domenico iba a servir un copetín. Un poco después de las nueve, nos pusimos a cenar con el Cascanueces de Tchaicovski como música de fondo. Mientras cenábamos Marisa comento:
-¿Sabes? (a Domenico) -Eulalia quedó Fascinada con la casa del arqueólogo.
Sí, tenes que verla, es hermosa! La vimos de afuera, nada más. - Me dijo Eulalia, muy contenta- A mí me extrañó ver a Eulalia tan eufórica y demostrativa, cosa poco habitual en ella.
-¿Cómo es la casa del arqueólogo? -pregunte-
-Es una casa que mandó hacer uno,- comento Domenico- según dicen es arqueólogo, o era no se sabe bien...
Digo era, porque desapareció como si se esfumara en el espacio, es todo lo que se sabe. Unos dicen que era medio (hizo girar el índice sobre la cien) loco. Nosotros lo conocimos de verlo pasar y... buenos días, buenas tardes y para mí es una persona normal, eso sí, muy correcta. Según se comenta, el mismo, diseñó la casa con varias ideas que trajo de Egipto y el mismo día que entro a la casa para habitarla, desapareció y nunca más lo volvieron a ver.
-¿Y la casa, está vacía, no vive nadie? -Preguntó Eulalia, algo intrigada, mirando a Marisa-.
-No sabemos. Nunca vimos a nadie, pero de noche casi a la madrugada, algunos aseguran haber visto una extraña luz y alguna sombra en el desván. La puerta de calle está herméti-camente cerrada, hasta telas de arañas tiene y no se le ve cerradura.
-¿Y adentro cómo es? - pregunté-
-Nadie sabe como es. - Contestó Domenico- Los que conocen a los que se cree que entraron, no los vieron nunca más. Lo poco que se sabe de la casa, es por la hermana que paro un tiempo en el hotel que está justo aquí enfrente. Charlamos muchas veces con ella.
Cuando desapareció Sigfrido; así se llama el arqueólogo, las autoridades localizaron a la hermana (también es arqueóloga) en Grecia, donde se encontraba realizando una investigación sobre la dudosa muerte de Thisbe, una princesa de la mitología griega.
Algunos de los charlatanes, de esos locos que andan sueltos, dicen que Pralia; (Pralia es el nombre de esta arqueóloga) es la reencarnación de Thisbe. Según dicen, a Thisbe se le formó por un susto, una mancha color sangre detrás de una oreja, algo así cómo un jeroglífico. La misma mancha, siempre por boca de los charlatanes, la tiene la mismísima Pralia, pero, ustedes saben como son las habladurías. A Pralia le dio mucha gracia cuando se lo comenté. Entonces me contó la historia de Thisbe y Píramo. Fíjese usted, Sr. Domenico, la similitud con Romeo y Julieta; son iguales. Shakespeare no tuvo ningún trabajo en escribirla, directamente la copió, le cambió los nombres y los hizo morir en forma diferente y ya tenía lista una obra muy famosa. Domenico hizo un alto en el relato. Si los aburro díganme.
-No, no. -Dijo Eulalia como poseída por la curiosidad. Seguí, qué es interesante- Yo, que conocía la historia de Piramo y Thisbe, confieso que me sentí algo intrigado y también le pedí que continuara.
Pralia siguió diciendo, que había dos familias que se odiaban, los hijos mas chicos de ambas familias, en este caso Píramo y Thisbe, se enamoraron. Como los padres no aceptaban esa unión, los enamorados deciden escapar y encontrarse en un lugar apartado de la ciudad. El primero en llegar, fue ella, Thisbe. Mientras esperaba a Píramo, Escuchó rugir a un león y como tuvo temor, rápidamente se escondió detrás de unos matorrales y al salir corriendo se le cayó el pañuelo que tenía en el cuello.
El león que había estado comiendo una presa, olfateó el pañuelo manchándolo con sangre. Al llegar Piramo para encontrarse con su amada y ver el pañuelo ensangrentado, pensó que una fiera había devorado a su amada Thisbe. No pudiendo resistir tan terrible pérdida, se suicidó clavándose la espada.
Al volver Thisbe de su escondite y ver a su amado Piramo, muer- to, con la misma espada que se había suicidado Piramo, se mato, cayendo sobre su amado. Domenico, después de tomar un sorbo de vino, nos comentó: yo no entendía nada y estaba pensando que tenía que ver toda esa historia, con la casa del hermano y en ese momento dijo:
-Ahora mismo voy a ir para ver como está la casa de Sigfrido.
Y ahí, aproveché para decirle:
-¿Usted sabe que las puertas no tiene cerraduras?
-¿Qué te contestó? -Preguntó Eulalia-
-Nada. -Dijo Domenico- Y les digo más; creo haber visto una mirada maliciosa cuando miró para otro lado, seguramente para no contestar. Como yo estaba con el auto, me ofrecí a llevarla. Pralia, sin titubear aceptó encantada. Cuando se sentó a mi lado, aprecié su cuerpo perfecto. Hermosas piernas, rostro felino, demasiado lindan para un ser real.
Acordándome de todo lo que charla la gente, vi que el cabello le cubría por completo las dos orejas. Eso me llamó la atención.
-¿Qué tiene que ver eso de las orejas? -dijo Marisa-.
A Eulalia tampoco se le ven las orejas. Muchas mujeres usan el cabello así, no creo que eso sea motivo para preocuparse.
-No, yo solamente decía por lo que dicen, no porque crea ese chismerío. El caso es que la dejé en la puerta de la casa y bajó. Ni se movió del lugar hasta que arranqué. Estaba aleján-dome y miré por el espejo, todavía seguía parada. En la esquina doblé‚ y no la vi más. Eso es todo. Desde ese día nadie la volvió a ver.
-¿Cuánto hace de esto? -pregunté-
Más de un año. - Respondió Marisa.
-¿Entró a la casa? - preguntó Eulalia con vehemencia.
- Se cree que no. La policía estuvo investigando y no encontraron nada. El juez dio la orden de allanar la casa, pero no pudieron entrar. No hubo forma de poder abrir ni puertas ni ventanas. Salió en todos los diarios y vinieron expertos para examinar las aberturas y dijeron que estaban hechas con un metal desconocido para la ciencia. No pudieron perforar la puerta ni con autógena ni pudieron levantar el techo.
Al otro día de haber salido en el diario, el pueblo entero quería mirar la casa, pero tuvieron que mirarla desde lejos, ya que la policía tenía acordonado el lugar. Al anochecer de ese mismo día, apareció un testigo diciendo que un año atrás estaba con un amigo y dos chicas cerca del lugar y la vieron bajar de un auto color gris y cuando el auto se alejó ella entró a la casa, pero no sabía como, aunque, siempre según el testigo, la chica que estaba con su compañero, vio a la ar-queóloga cambiar de color al llegar a la puerta de entrada, pero no pudo ver como entró porque en ese momento su amigo le preguntó algo y eso la distrajo.
-¿Cómo, cambió de color?, ¿Qué era, un camaleón? -Dije sonriendo-
-No te rías. Dijo Eulalia, reprochándome. Me pareció que él, "no te rías" lo dijo ofendida.
-Eso es lo que dice este muchacho.-Dijo Domenico.
-¿Y la chica, que dice? –Pregunté- Eulalia estaba como petrificada en la silla; totalmente pálida.
-Espera, que sigo contando. Los muchachos fueron en moto, y cada uno con su chica. El que cuenta todo esto, se le descom-puso la moto y mientras trataba de arreglarla, los otros tres fueron por atrás de la casa para ver como era. Él terminó de arreglar la moto y se hizo de noche. Comenzó a pasar el tiempo y sus amigos no llegaban. Estuvo - según él- más de tres horas esperando, hasta que escuchó un extraño zumbido o una especie de quejido escalofriante, no sabe bien. Lo que sí, está segu-ro, que venía del lado de la casa y se asustó tanto que subió a la moto y arrancó a toda velocidad. A los pocos días, antes de quedar loco, dijo que cuando arranco con la moto, tuvo la sensación que algo maligno lo perseguía.
Después de sonreír irónicamente, pregunté:
-¿Cómo enloqueció el muchacho?
-No se sabe nada. Los médicos que lo vieron dicen que no tiene nada, otros alegan que se hace el loco, pero el caso es, que lo tienen con camisa de fuerza de acero porque las comunes las destroza como si fueran de papel.
Ahora que‚ decís eso,- dijo Marisa a Domenico –
-Me olvidé‚ de comentarte. Esta mañana cuando estaba en la oficina, me comentaron que había desaparecido. Encontraron la camisa de acero toda rota. Creo que lo están buscando.
-Hay algo que no me quedó claro. - comenté- En ese momento me interrumpió el timbre de la puerta. Marisa fue a ver quién era y escuchamos claramente:
-Aquí vive el Sr. Doménico Broncatto? Somos de la policía. -Domenico, mientras se levantaba, dijo: ya me parecía que alguna vez tenían que venir. Salió y escuchamos que lo citaban para la mañana.
- Justo te iba a preguntar si el coche gris que vieron los chicos, era el tuyo.
-Claro! -Dijo Domenico- Pero a los chicos no recuerdo haberlos visto.
-Domenico, -dijo Marisa- tenés que tomar el remedio, son las doce. Le alcanzó un vaso con agua y unas pastillas. Domenico, de mala gana las tomó y dijo: me gustaría quedarme,
pero estoy un poco cansado. Ustedes sigan charlando, yo tengo que ir temprano a la comisaría, cuando vuelva les cuento que pasó. Hasta mañana.
-Hasta mañana. Contestamos y se fue. Un rato después, también nosotros fuimos a dormir.
A la mañana cuando nos levantamos cerca de las diez, Dómenico ya había vuelto de la comisaría y Marisa estaba en la oficina.
-¿Para qué te citaron? -Preguntó, Eulalia.
-¿Se acuerdan que les conté‚ que había llevado a la arqueóloga? Bueno, parece que la policía recibió un anónimo diciendo que la habían visto subir al auto y yo les conté‚ lo que les dije a ustedes, nada más que eso. Cualquier cosa que surja, me van a llamar.
Como era sábado, a la tarde no se trabajaba y Eulalia le dijo Domenico:
-A la tarde podemos ir a dar una vuelta por el mar. ¨
-¿Té parece, Domenico?
-Creo que hoy vienen unos compradores de unas casas y Marisa va a estar ocupada. Por nosotros no se hagan problemas, se llevan el auto y mañana salimos los cuatro.
Sería la una, cuando llegó Marisa, y le preguntó a Dómenico como le había ido en la comisaría. Después almorzamos, charlamos un largo rato y Domenico nos dio las llaves del auto diciendo que nos fijáramos como andaba de nafta.
-¿Querés manejar vos? -Le pregunté a Eulalia-
-Uhh! hace tanto que‚ no manejo. -Dijo sonriendo- ¿Donde está la primera, en este auto? -Me pregunto- Le expliqué y arran-camos. Dimos unas vueltas por la ciudad, entramos a una confi-tería a tomar algo fresco y le pregunte;
-¿Donde queda la casa del arqueólogo?
-Ahora vamos a pasar. Es hermosa!
Pagamos la consumición y salimos. Nos alejamos un kilometro y medio de la ciudad y allí, en un páramo se veía la ya famosa casa del arqueólogo. Estaríamos a unos treinta metros cuando el coche empezó a fallar.
¡La nafta, nos olvidamos! -dije con bronca- Y efectivamente, la falla era por falta de nafta. Miré para todos lados y no había nada. Era un verdadero desierto, ni pasto se veía, solamente la casa del arqueólogo. Parecía un monumento en el medio del desierto. Confieso que sentí algo inquietante al mirar la casa. Eulalia, estaba totalmente feliz. Nunca la había visto así.
-¿Viste que hermosa es? Vamos a verla de cerca.
No voy a negar que tuve mis dudas, pero fuimos. Yo escuchaba un... no se que, pero escuchaba algo.
-¿No escuchaste nada? -Le pregunté a Eulalia.
-Estás sugestionado. -Dijo muy seria. Diría que demasiado seria. Llegamos hasta la entrada y con asombro vi que la puerta estaba apenas abierta. Eulalia, feliz. Decididamente golpeó las manos y nada. Volvió a golpear mientras miraba la casa. A mí me pareció que la puerta se abrió un poco más y se lo comentó a Eulalia. Ella radiante.
-Mirá que suerte! Se está abriendo. -Dijo- Yo, como atraído por una fuerza magnética, toque la puerta y se abrió del todo.
- Adelante!- Escuchamos desde adentro.
Entramos. Eulalia detrás de mí. Más asombrado quedé al ver la casa por dentro. Estaba totalmente vacía. No había nada, ni un mueble, nada, nadie. Paredes y techo y en un costado, solamente una escalera, que debía ser para subir al desván que dijo Domenico. No se porque, pero comencé‚ a subir la escalera. Al llegar al desván, me di cuenta que estaba solo, Eulalia había desaparecido, y en el medio del desván un extrañisimo y arcaico baúl que despedía un potente brillo y tenía inscripciones jeroglíficas. Me acerque sin querer ni saber porque. Una fuerza desconocida me empujaba hacia el misterioso y brillante baúl. Estaba inmovilizado ante él, como estampillado en el piso por el terror. Algo empujó mi mano para que abriera el baúl. Cuando lo abrí, una luz encegue-cedora salió del interior, dejándome pasmado, petrificado. Se me endurecieron las facciones, se me paralizaron las piernas y brazos, algo así como una estatua pensante. -Y así, como muy lejano, se oía el colérico sonar de un reloj. Papuchino! -Era Eulalia, tenía una de mis piernas apreta-das entre las suyas, y me acariciaba la cabeza.
-Es hora de levantarse mi amor. - Cuando escuché mi amor, me di cuenta que estaba soñando. La veía junto a mí, hermosa como siempre. Aun medio dormido, estuve a punto de decirle; Te quiero; Pero me contuve al recordar que Eulalia no lo dice y no le gusta que se lo digan; solo la besé suavemente y vi detrás de una oreja, la extraña mancha roja, con un jeroglífico.
OMAR ORDÒÑEZ
24-12-99
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