Echo de menos el tictac del reloj que había en el comedor familiar. Es la única cadena que echo de menos: el tiempo. Y si renuncié a ella también cuando me convertí en Dueña no fue para ser consecuente con mi rol de dominatriz liberada, sino porque no casaba para nada un reloj en la nueva casa.
Quizás también tenga otra cadena: la de lo ornamentalmente correcto. Pienso en ello mientras dejo que mis brazos, cuya piel compite en textura suave y delicada con el ajustado vestido oriental y las sabanas de seda de la cama modelo \"fuang-long\". Unos doseles preciosos, por cierto. ¿Cuándo los compré?
El problema del tiempo lo solucioné, puertas para adentro, ordenando a Micky que hiciera sonar un pequeño gong cada hora. Él lleva reloj de pulsera, se lo regalé, yo. Un precioso Rolex de oro, tan clásico como... bueno, muy clásico.
Me apetece fumar, pero no tengo cigarros para ponerles la boquilla de marfil, y no voy a enviar a Micky a por una cajetilla. No, más que nada porque después que tocó el gong a las 5 de la tarde, lo até con varios metros de cuerdas y un par de pañuelos. Un poco de bondage nunca viene mal, ni para el esclavo ni para su diosa.
Opto entonces por la pipa de agua. Aunque más acorde con el estilo manchú, tampoco casa del todo con la decoración de la casa, así que la tengo metida en un cuarto trastero. Me pregunto, al abrir la puerta, por qué no he puesto allí también el reloj, o un reloj, uno de cuco. Aunque no funcionara, ni marcara con su tictac el paso del tiempo, me gustaría tenerlo. Pero sólo hay muebles viejos y ropa llena de polvo. Es bastante deprimente, así que cojo rápido la pipa de agua y me alejo de esa estancia. El repiqueteo de mis tacones me consuela no poco.
Micky está tumbado boca arriba, tal y como lo dejé después de inmovilizarlo. Tiene una erección. Si estuviera en el suelo, sirviéndome de alfombra o escabel, se la pisaría con saña, pero está sobre el largo sofá. Frustrada en mi arrebato sádico, me siento sobre su estómago y dejo la pipa encima justo de sus genitales.
Manten la pipa en equilibrio o seré muy, muy severa. - le advierto.
Como ordenes, ama. - y se retuerce bajo mi peso para poder acomodarse y resistir con los dos pesos sobre su vientre y genitales.
Pongo la pastilla de carbón y la enciendo, dejando que Micky apague la cerilla con un soplo. Es muy travieso a veces, y en esta ocasión dejó que la llama casi hubiera llegado a mis dedos antes de suspirar sobre ella y transformarla en una liviana voluta de humo.
La primera calada es un poco insípida, la segunda no tanto, y a la tercera es ya perfectamente reconocible el gusto a fresas del tabaco. Lo disfruto cerrando los ojos y restregando mis muslos entre sí, para finalmente colocar una pierna sobre la otra. Miro un instante la erección de Micky y doy la siguiente calada.
Perfecto... Puro relax. Olvido mis preocupaciones presentes y pasadas y dejo que mi imaginación vuele sobre escenarios de dolor y placer, de poder y humillación, de mí y de un universo de esclavos a mis pies. Y humo sabor a fresas acariciando labios rojos... |