Primero halagó lo estilizado de mis manos, luego el celeste de mis ojos, mas tarde mi intelecto. Desnudos, sobre la arrugada sabana, con los restos aún húmedos de nuestros cuerpos, me habló de la maravilla que envuelve a la música de Bach, de la riqueza del latín, del imbécil de su jefe. Mientras me vestía ofreció café, lo tomamos en silencio.
Texto agregado el 30-09-2003, y leído por 721
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Lectores Opinan
04-11-2004
Buena historia. Akeronte
04-02-2004
hasta parece que mediste en vasos ja (me agradó) Nocturna