La cama me recibió ansiosa, pero no podía dormir. Los recuerdos me atormentaban... No me entiendas mal, no los recuerdos de Gia y Stella. Ese recuerdo era hermoso, apasionado. Estaba lleno de vida. Era aquella lágrima la que me atormentaba. Miré mi reloj y suspiré. Las cuatro y media de la mañana. Me levanté dispuesto a salir a fumerme un cigarrillo y cuando me había puesto los pantalones unas suaves pero insistentes llamadas a la puerta me detuvieron. Volví a observar el reloj. ¿Quién demonios llamaría a mi puerta a las cuatro y cuarenta de la mañana? El corazón se me aceleró mientras me dirigía a la puerta. A mitad de camino me detuve y susurré un “Pase”. Una sombra pequeña entró. La verdad el cuarto no era muy grande así que estabamos solo a unos pasos. Alzó la vista a mis ojos y allí estaba la lágrima perversa, atormentadora de mi insomnio. La abracé ante de que pudiera decir nada. Aquella mujer sería mi tormento eterno. Lo sabía y estaba dispuesto a aceptarlo, como todo buen idiota aceptaba el amor.
- Lo odio, Edward. – No dijo más, pero comprendí. Entendí que era una mujer apasionada que amaba la libertad, que no soportaría atarse a un hombre que claramente la despreciaba. Susurré algo que ni yo mismo recuerdo, producto del momento. Algo que quizá no fuera más que un gemido. Volvió a mirame a los ojos y pude ver su alma entre la laguna negra de sus cuencas. No pude evitarlo... Aún hoy, no cambiaría el momento. La besé sin pensar, con la confianza del desconfiado. Con la seguridad de que no me rechazaría... No a mí que la quería tanto. Me detuve al roze de sus labios y moviendo delicadamente el rostro la besé en la mejilla, en el punto exacto donde termina la boca. Me miró confundida... - ¿Qué quieres de mí, Edward?
- En una noche como ésta solo deseo tus besos, niña dulce. Solo tus dedos en mi piel, tan delicados y bellos que se sientan como un pecado del alma. Bésame, Giogia... – Sí, me besó. Me besó... pero fue un beso sin pasión, tranquilo, suave... desinhibido y lleno de una dulzura acumulada durante toda una vida. Su beso, a diferencia de cualquier otro que me hayan dado en la vida, me hizo sentir más solo que nunca. Fue una soledad avasallante que me desostro los sentidos y me acercó más a ella. La abrazé fuertemente intentando cobrar fuerzas para continuar o detenerme, pero no fue suficiente. La separé de mí y la miré a los ojos largamente. Me observó desesperada y una lágrima se deslizó por su mejilla. Un hambre voraz me lleno e intercepté la lágrima con mis labios... y no pude detenerme. Besé su cuello, mordisquie el lóbulo de su oreja, recorrí con mi lengua de su oreja a su cuello y mordí suavemente su piel blanca. Tomé sus manos entre las mías y entralazé nuestros dedos conduciéndola a la cama. Me senté primero y ella quedó de pie ante mi rostro, su vientre ovalado al nivel de mis labios. Alzé la cabeza y la miré a los ojos mientras por encima del camisón blanco besaba y mordía cerca de su ombligo. Estiré las manos hasta posarlas en su cintura y la atraje hacia mí, apasionado. Su olor me excitaba. Ella me despegó el rostro de su cuerpo y alejándose un poco me miró entre las sombras. Su camisón se deslizó por su piel como satén del más fino y mis manos volvieron a atraer su cuerpo desnudo al mío. Se arrodilló entre mis piernas abiertas y ladeó la cabeza para mirarme. Su cabello rizo, suelto sobre su espalda me rozaba el pantalón y cada movimiento me excitaba. Cada movimiento de su cuerpo arañaba mi piel. Posé mi mirada en sus ojos tratando de entender como era posible que solo unos momentos atrás compartiera tal intimidad con otra. Sabía que sus carnes aún estaban calientes por otro cuerpo que no era el mío y de alguna manera, estoy seguro, ella sabía que yo sabía. Mis manos tocaron sus hombros y mis dedos desendieron por sus brazos, ligeros... El solo roze de su piel me parecía pecado, pero era un pecado por el que estaba dispuesto a irme al infierno. Su piel suave me llamaba, gritaba mi nombre entre mis arrebatos de pasión acalorada. La piel que posiblemente no volviera a tocar nunca. La que me atormentaría en mis noche solitarias hasta la muerte. Ese pensamiento me detuvo. Nunca más la tendría... Gia me miró anhelante y poniendo sus manos pequeñas en mi pecho desnudo me besó el cuello.
- Edward, caro, esto... Yo estaría utilizándote.
- ¡Úsame!
- Sabes que no te amo de esa manera.
- ¡No me ames pero bésame!
- ¡Me odiarás!
- ¡Nunca!
- ¡Me odiaré!
- ¿Por qué?
- ¡Te odiaré!
- ¡Ódiame! – Ella suspiró largamente y luego sonrió.
- Sé que me amas, Edward; por eso debes prometerme que me harás un favor.
- Lo que desees, querida. – Dije besándole el hombro y mordiéndolo suavemente.
- Solo promételo y el favor lo pediré mañana. – Eso me detuvo del recorrido de mis besos por su cuerpo. La miré curioso pero algo en ellos me suplicaba con desesperación.
- Lo prometo. – Sólo entonces me besó con una pasión inigualable. Jamás me han vuelto a besar así y sin embargo, había algo helado en sus besos. No importaba... era mía por una noche. Besé sus labios, su cuello, y bajé suavemente hasta sus senos llenos. Los tomé entre mis manos y dejé que mis pulgares juguetearan con sus pezones mientras mi boca recorría el valle entre ellos. Ella gimió y sin poder controlarme tomé con mis labios su pezón derecho. Que delicia, mi lengua daba vueltas, mis dientes mordían... Ella arqueaba su cuerpo a cada movimiento de mi lengua, acercando más sus pechos a mi boca, ansiosa, deseando ser amada, poseída. Cambié de pezón y mi pulgar volvió a su sitio para continuar moviéndose ansioso. Ella pasó su lengua por sus labios resecos y me despegó de su cuerpo. Con un movimiento brusco pero firme me tumbó en la cama y comenzó a quitarme los pantalones. Los bajó por mis piernas sin contemplaciones y descubrió mi miembro erecto, esperando ansioso el roze de su lengua que no se hizo esperar. Empezó timidamente y poco a poco cobró confianza... y yo... yo estaba tirado muriéndome de deseo, de ansias... La paré antes de que terminará allí mismo entre aquellos labios húmedos y aquella boca caliente. La recosté suavemente en la cama y comenzé a besarla, allí donde besar toma otro sentido. Besé con éxtasis, y bebí cada líquido que derramó su cuerpo como si fuera el oasis de una vida completa con sed. Cuando me hube bebido aquel néctar acomodé mi miembro entre sus piernas abiertas y empujé. El cuerpo de ella se apretó como cartón prensado.
- Relájate, Gia. – Ella lo hizo y empujé un poco más, besándola suavemente en el cuello y susurrándole al oído para relajarla. Cuando volví a empujar ella hundió sus uñas en mis hombros pero no me importó. Le dijé algo que la hizo reír y aproveché para terminar de penetrarla hasta el fondo. Ella gritó ligeramente y apretó los dientes. Me detuve dejando que su cuerpo y el mío se amoldaran. Poco a poco se fue relajando y comenzé un movimiento de entrada y salida de su cuerpo. Gia fue acomodándose a mi paso y poco después volvía a gemir bajo mis besos y caricias. Cada vez más rápido penetraba y salía con frenesí... más rápido... con desesperación hasta que alcanzando el climax me dejé caer extenuado sobre su cuerpo. Rodé sin separar su cuerpo y el mío, dejándola encima de mí. Nuestros cuerpos sudados eran deliciosamente resbalosos. Su cabello se pegaba a mi pecho y a sus senos volviéndome loco una vez más, pero me calmé. La abrazé fuertemente y ella me besó el pecho y los labios, cansada. Apoyé mi barbilla en su cabeza y apretándola fuertemente contra mí, me quedé dormido.
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