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Sin percibir calor o luz alguna, el ser soplaba, resoplaba dando vueltas sin saberlo. Caía exhausto, acostumbrado a golpear su coraza maltratada, cubierto de cicatrices en lo que alguna vez debió ser melena. Sin fuerzas para recordar qué le daba sentido, quién era. No había bramidos, solo queja ya sin intentar dar con la salida. Sin camino. El laberinto convertido en resignada morada. Lamía el piso, dejaba todo a la inercia.
Aún presintiendo que alguien se acercaba, fue incapaz en ser sagaz. Se sorprendió de ver que no afilaba sus garras en el piso. Su sangre no reclamaba salir del cuerpo. No había calor, No había sed, No tenía cómo asegurarse la revancha. Ignoraba la razón que lo hacía temible.
En su sorpresa, se incorporó sin darse cuenta. Sus grandes pies no se hincharon en preparación de buscar victorioso a la futura presa. Cualquiera.
Estiró su cuello. Descubrió sus manos. Palpó las superficies, todas.
Abrió los ojos.
La luz se hizo.
Gracias, hechicera.
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Texto agregado el 30-09-2003, y leído por 177
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