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Casi colgando y apenas agarrado de un fierro de la pisadera del autobús, se encontró ahí parado entre un montón de hastiados pasajeros cuando el enorme vehículo a petróleo aceleró por la Alameda en dirección hacia el poniente de Santiago. Siempre él se las ingeniaba para encontrar la manera de hacerse de algo seguro de donde agarrarse bien; en ese horario los autobuses circulaban repletos de gente; el taco era tremendo.

Entre cuerpos apretujados, bolsos, carteras, mochilas, maletines, y paraguas; estiró con dificultad el brazo para entregar las monedas y hacerse del boleto, sin siquiera ver el rostro del chofer. El micro repleto de gente parecía un verdadero tarro de sardinas metido a la fuerza en otro tarro de sardinas repleto.

Al llegar a Estación Central el chofer sin ningún tipo de compasión procedió a cerrar la puerta delantera de la máquina ante la presencia de carabineros que controlaban el tupido tránsito. Con enorme desesperación y ante la fuerza ejercida por el aire comprimido de la puerta, los pasajeros de los primeros escalones – y entre ellos él - tuvieron que encontrar rápidamente la fórmula de quedar dentro, aunque el resultado fuese un enredo de rodillas, brazos y torsos. Esta situación dió lugar a la más compacta aglomeración de individuos de las más disímiles razas, estirpes y condiciones en apenas un espacio 1x1 metros, que eran las dimensiones de la pisadera, algo así como una masa informe de plasticina de los más variados colores, olores y tamaños.

Tras acomodarse, vio que delante suyo se puso de espaldas una mujer de pelo largo caoba y ondulado hasta las caderas, la piel de su fino cuello era de color canela y estaba todo cubierto de pecas. La ineludible proximidad de su cuerpo con su humanidad provocaba que el pelo fuera a meterse insistentemente en sus ojos y nariz, dando lugar a sus incontenibles ganas de estornudar. Detrás una mochila de escolar le presionaba el espinazo.

Su respiración daba justo en la nuca de la joven mujer. Con nitidez notó el agradable olor de su perfume.

Por más que intentó hacerse el tonto con el roce de su piel, no pudo evitar su erección, era casi imposible teniéndola allí tan cerca, pegada a su cuerpo. Su pelvis contrariada daba justo en el centro de su hermoso y contorneado trasero, la presión hacía que su bulto quedara asentado con descaro en aquella parte posterior de su cuerpo. Ella llevaba puesta una falda de lanilla a la rodilla, blusa, corta viento impermeable y botas de cuero a la rodilla.

Caprichosamente el bamboleo del micro hizo que su cuerpo en cada viraje intempestivo, presionara fuerte la zona de su bajo vientre, convertido a esas alturas en un candente e insoslayable bulto carnoso. Él nada de tonto, se apretujaba bien de las agarraderas antes de cada giro para resistir la inercia de su cuerpo y de paso envestir con descaro el de ella, mientras se empeñaba en hacerla sentir su jadeante respiración de modo progresivo sobre su cuello. Parecía que a la mujer esta situación no la incomodaba o al menos daba la impresión que aun no se daba cuenta de su candente e inevitable acoso.

Con las mejillas encendidas sintió clara la respuesta de ella cuando sin viraje alguno de por medio, presionó disimuladamente contra él su acaramelado derrier contorneado, mientras con absoluto desenfado, él no demoraba en poner la mano en su cintura, rodeándola hasta el otro extremo de su cintura. De inmediato percibió el abrupto cambio de ritmo en su respiración y la evidente calentura de su cuerpo. Sobre su cuello las gotitas de transpiración la delataron. Parecía extraño pero aun no podía ver su rostro; solo su espalda y su aperfumada cabellera sobre sus ojos. Pegado a sus hombros unos paraguas y la espalda húmeda de un menor enroscado en una gruesa bufanda. Ella estaba encendida y eso lo notó. De pronto y sin más trámite el desenfreno se apoderó de sus actos y sin una leve pizca de pudor se atrevió a rodear su cintura con el brazo y llevar la mano sobre su pelvis, mientras ella muy abrumada se contraía dando un leve y sensual quejido que solo él alcanzó a percibir, procurando evitar con celos ser sorprendida por los demás pasajeros que desbordaban la capacidad del autobús.

Conforme avanzaban en el recorrido sus actos pasaron a transformarse en verdaderas acciones temerarias, al punto de osar meter la mano por debajo de su blusa acariciando su vientre y sus senos, sin que nadie alcanzara a percatarse de ello. Ninguna palabra, solo leves quejidos y algunas contracciones. La humedad inundó la ropa fina interior cuando con el más absoluto descaro él introdujo sus dedos por debajo del diminuto calzón. Ambos conectados a un enchufe se empeñaban en pasar desapercibidos.




La bajada era por las dos puertas traseras de la máquina, mientras que el lugar donde se ubicaban ambos era la subida. Con todo y pese a la señalética que indicaba a los pasajeros que la bajada era por la parte trasera del autobús, sorpresivamente sintió abrirse las puertas, mientras entre la gente aprisionada una señora con su bebé en los brazos intentaba abrirse paso para bajar. Él tuvo que saltar de la escalinata para permitir su desembarco. Apenas la señora estuvo abajo el chofer emprendió la marcha quedándole apenas tiempo para subir nuevamente.

Cuando estuvo otra vez arriba del autobús, ella ya se había perdido para siempre entre los pasajeros. Por más que se esforzó en tratar de acercase, no pudo, nadie estaba dispuesto a ceder un centímetro de territorio.

Al bajar en el paradero de su casa, todo abrumado giró la sesera para tratar de ver su rostro desde la vereda; la luz del semáforo aun permanecía en rojo. Por más que se esmeró en tratar de conseguirlo no lo pudo lograr; la humedad empañaba los enormes vidrios de la máquina.

Ya camino a su casa por el oscuro callejón de la esquina con nostalgia llevó los dedos hasta su nariz, con el propósito de oler por última vez el perfume de su tuétano. Un intenso y libidinoso suspiro se abrió paso entre la bruma nocturna.

Texto agregado el 30-09-2003, y leído por 689 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
27-04-2004 cuanta sutilesa!, es muy emocionante leer un texto así, como siempre cada cosa que leo de ti me gusta mucho. te felicito!! janine
02-10-2003 Como decirlo... tu narración tuvo el tiempo presiso y el tono presiso para el tema específico del erotismo. ¿te pasó o lo inventaste? me mataría de la risa si fuera asi. felicitacinoes, chau. ANegro
01-10-2003 Muy bien amigo Cao, una narración al detalle en el género erótico, tiene el riesgo de terminar siendo vulgar y prosaica. Sus párrafos finales le rescatan y le ubican en su posición definitiva: Un buen cuento. Saludos y un abrazo. FALCON
01-10-2003 que se puede decir, ah ya lo tengo "uffffffff". Me encantó... Mira ese final "Un intenso y libidinoso suspiro se abrió paso entre la bruma nocturna", ahí se marca la diferencia.Un abrazo burbuja
30-09-2003 "el escritor no puede permitirse el lujo (...) por ningún motivo, de verse envuelto en emociones y nisiquiera en los amores (...) que pretende utilizar luego en la creación de una obra de arte. ¿Y ello por qué? Porque el escritor que hay en el hombre, se traga al hombre..." (Alfredo Bryce Echenique, Antologia Erótica de Cuentos Subidos de Tono © 2003) Extraordinario, Cao. Como discipulo autodidacta de Echenique que sabe plasmar en otras vertientes y facetas de narrativa tu genialidad, has demostrado con esta pieza la conquista de otro género en prosa, el erotismo que únicamente es vehículo y finalidad de los sentimientos de un buen narrador. Buen trabajo. Gabrielly
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