Alguna vez alguien me dijo:
-Cuando no pueda ver mi rostro en un espejo, entonces sabré que estoy haciendo las cosas mal.
Esa mañana no pude mírame en el espejo.
Recorría la habitación sin parar y de un extremo a otro, me detenía y sentía aquella culpa apoderándose de mí, entonces volvía a caminar para olvidar, para que se alejaran aquellos pensamientos, me sacudía en un acto inconsciente para botar algo de lo que me atormentaba, todavía era temprano el reloj marcaba las diez de la mañana.
El cuarto parecía basurero, en la cama nadie, en el suelo un montón de ropa que dificultaban mis pasos, vasos en la mesa de noche, cigarros en el piso y olor a alcantarilla sin embargo no me atrevía a salir del cuarto. Miraba mis pies al caminar, mis manos, mi guata miraba alrededor la habitación parecía más pequeña las paredes más altas y oscuras el espejo que colgaba de una pared resultaba extrañamente más grande, me había pasado la mañana tratando de esquivarlo, no podía mirar al maldito espejo, que esperaba ahí paciente, mientras yo perdía la paciencia, no podía verme en el y entonces recordé a mi amigo y no lo supe, sólo confirme la frase.
Me senté en la orilla de la cama y empecé a comerme las uñas, despacio deje fluir todo lo que estaba detenido, mi culpa, mi rabia, mi conocimiento de todo aquella mierda, mi falta de honor, mi poca palabra pero sobre todo la culpa.
Busqué una posición cómoda, me recosté de espaldas mirando el techo, repasando los miles de días transcurridos y sin duda podría seguir mintiendo muchas veces, cada segundo y sin duda volverían a creer en mí. Ahora con los ojos cerrados, relajé todos los músculos e hice lo único que podía hacer… llorar.
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