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Inicio / Cuenteros Locales / Keiji / 323) La historia de la muerte y sus amigas.

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Tres niñas nacieron como tantas el mismo día de vientos, pero el unicornio de los linajes, les miró a ellas y designio suyo fue que fuesen inseparables, amigas que irremediablemente se encontraran para nunca apartarse, cómplices del destino que decidieran compartir.

Crecieron sin saberlo conectadas y al pasar de los años de infancias disociadas, pronto al alcanzar las diecisiete vueltas al sol, se conocieron.

Shymere, Phymere y Mhymere les llamaron, y la coincidencia fue mucho más lejos de los nombres y el nacimiento, las tres presentaban la misma cicatriz o cardenal si alguna se golpeaba, al igual que las tres temían a los mismos demonios de la infancia, bailaban con los mismos pies que parecieran flotaban, condenadas por el extraño destino matrero que las había unido bajo un mismo canto privilegiado y una belleza indescriptible.

Soñaban consigo mismas acompañadas sin mirarse nunca los rostros, acompañadas de dos ninfas que flotando danzaban en derredor de la que caminara hacia un pasaje interminable, que se perdía en la niebla de la lejanía que ronda los sueños mágicos.

Al despertar al mismo tiempo empezaron a llamarse por la madrugada y a saber que lo mismo les ocurría, porque asombradas comenzaron prontamente a percibir las múltiples “coincidencias”.

Dominaban con la mirada intimidando con su belleza hasta al más osado, solitarias permanecían de no tomar la iniciativa y propiciar el contacto por el que ansiosas esperaran durante años. Un día de lluvia y su oscura y mojada noche, tentaron a la suerte y jugando a hacer conjuros de amor, invocaron a la muerte.

La muerte cansada de esas cosas salió pronto a su encuentro, en realidad estaba cansada ya de todo y miles de años sobre la tierra le pesaban en los pies… Se materializó frente a ellas con forma femenina y tranquila se sentó en un sillón que estaba al fondo de la habitación.

-¿Qué desean niñas..?- La muerte cansada preguntó.

-Belleza eterna, juventud, salud, amor…- Contestaron al unísono las tres jóvenes sorprendidas y emocionadas.

-Muy bien muy bien, ¿y que ofrecen a cambio? ¿Qué podría yo desear de ustedes si lo único que tienen es lo que desean conservar más?

-Lo que sea, queremos ser amigas para siempre, pero que no pasen los años, ser jóvenes y lindas como lo somos ahora, pero no tenemos mucho que ofrecerle señora…- Aceptaron también.

-Bueno, bueno, yo ya estoy cansada de ser la muerte ¿saben? Pero mis poderes son limitados además, yo no puedo hacerlas más hermosas de lo que ya son, ni más jóvenes, pero puedo hacer que el tiempo no pase sobre ustedes, el señor tiempo me debe algunos favores y no creo que tenga inconveniente en permitir que tres niñas como ustedes pasen a ser inmortales, pero el amor sólo el amor lo puede dar.

-¿Qué podemos ofrecerle entonces? ¿A cambio de la inmortalidad y la juventud eternas?- Preguntó Phymere que era la más curiosa de las tres.

-Mmmm, pues en vista de que no tienen nada más que ofrecerme, entonces tomará cada una mi lugar, y cuando se cansen de ser jóvenes por siempre, y cuando les legue el hastío de ser tan hermosas, empezarán su trabajo por mí recorriendo el mundo en busca de seres que deban morir, de personas que las necesiten, pero recuerden ya les llegará el momento y las malas obras que realicen se les revertirán por triplicado, entonces de nada les servirá ser inmortales como yo.

-Nunca nos cansaremos de ser jóvenes y bellas, eso seguro.- Dijo entre risas compartidas Mhymere, la más juguetona de las tres.

-Como ustedes lo crean, pero invariablemente tomarán mi lugar, más tarde que temprano, pero al fin podré descansar de tantas cosas que me han seguido durante tantos y tantos años, de pronto se pierde la cuenta, y lo que era tan divertido antes, se torna monótono con el pasar y el pesar de los años, sobre todo cuando no tienes a nadie… -Dijo la muerte un poco melancólica.

-Sí, además podemos recorrer el mundo a nuestro antojo y entre las tres no será, ni tan aburrido ni tan grande el mundo para nosotras, no puede ser tan malo como lo pintas. –Continuó Shymere, que era la más confiada de las tres.

-Será como ustedes quieran, entonces es un hecho, sólo firmen en el aire y nuestro pacto estará sellado. Ah, una última cosa, para dejar de ser la muerte, tendrán que buscar cada una a tres personas que quieran tomar su lugar, de lo contrario continuarán con la obligación de cumplir con su trabajo. ¿Entendido?


-Sí, muchas gracias señora hemos entendido, pero no tenemos una fecha para empezar a hacer su trabajo ¿verdad? –Preguntó Phymere.

-En lo absoluto, ustedes tienen esa pequeña libertad, pero tal vez la decisión la tomen juntas, aunque con una sola de ustedes que no esté de acuerdo deshacemos el trato…
-No, para nada. ¿Verdad chicas? –Les preguntó muy segura Shymere.

-Pues parece que no tenemos nada que perder, más que el peso de los años, por mí encantada.- Dijo alegremente Mhymere muy convencida. Y las tres firmaron con el índice sus nombres en el aire, dando final al rito que habían comenzado con la lluvia que de pronto se marchó.

No se diga más, no hace falta un amanuense o testigo alguno para terminar este convenio, hemos terminado, o empezado quizá…- Dijo aviesa sonrisa la muerte en los labios. -Hasta mas nunca-. Y entre brumas la muerte desapareció, justo como había llegado a presentarse.

Las niñas no cabían de emoción y asombro, y sin imaginar los execrables días que les deparaba la eternidad se dieron emocionadas un emotivo abrazo, el último de su tipo, tan inocente. Decidieron entonces no alejarse nunca una de las otras y en vistas de la situación que ahora imperaba, no molestarse nunca para nunca romper esa valiosa amistad que las unía.

Al inicio del nuevo día salieron a caminar por las calles que concurridas les esperaban, estaban dispuestas a disfrutar cada día de su hermosura y el poder que ahora las embriagaba, y así pasaron muchos, muchos años.

Todo fue bueno en un principio, si por alguna extraña razón o accidente algo les lastimaba, la cicatriz desaparecía en breves instantes, permanecían inmutables ante cualquier hecho y nada en ellas cambiaba, ni el cabello les crecía ni hambre experimentaban, no sudaban nunca ni un aroma mínimo sus hermosos cuerpos despedían, pero tampoco cambiaban sus infantiles rostros, no crecían más.

Cuando sintieron la flecha del amor en sus juveniles corazones, y entablaron contacto alguno con quienes les agradaran, invariablemente al contacto de las jóvenes caían enfermos, moribundos, o llanamente fulminados. Tenían en si mismas a la muerte instalada dentro de sus bellos cuerpos, el toque mortal del Midas que ahora todo a su paso lo convertía en cadáver. Animales, plantas o seres humanos se desvanecían si tenían la mala fortuna de atravesar por su camino y sufrir su mortal contacto.

Sin la posibilidad de amar, ni de ser realmente amadas, no tardaron mucho más en darse cuenta de lo que habían logrado con sólo firmar al aire, y empezaron las riñas y los disgustos frustrados que un buen o mal día finalmente las separaron, y cada una tomando un diferente rumbo, a hacer su trabajo se resignaron llenas de rencor.

Mhymere inmadura como siempre, jugaba con los hombres y con las mujeres, los enamoraba a placer y después simplemente se acercaba, se dejaba besar, y con eso bastaba para que el juego terminara, pero pronto se aburrió. Entonces ideó nuevos y mordaces juegos que también pronto la aburrieron y se dedicó a hacer bien su trabajo.

Phymere intrigada como siempre, intentaba buscar la cura y a estudiar posibilidades dedicó el mayor de su tiempo, pero cansada sin resultados volcó sus frustraciones sobre la gente menos favorecida, de todos modos pensaba nadie les echaría en falta, y escupía en sus escasos alimentos o les mandaba besos llenos de enfermedades, mataba al ganado y provocaba hambrunas, tal era su odio que hacía pelear a dos hermanos cautivados por su belleza o podía hacer que dos naciones se atacaran hasta provocar guerras mundiales.

Shymere la más triste de las tres, soñaba repetidamente con ser madre, pero además de que ningún hombre la contemplara como mujer, el que se animaba terminaba siempre muerto antes de haber logrado tener una relación íntima que a ella dejara embarazada, entonces volcó sus frustraciones sobre las futuras madres y en los partos aparecía y tocaba a uno o al otro, hijo o madre que corrían la misma suerte, suerte que compartían los amantes que de enfermedad hades venéreas enfermaban y al poco tiempo muertos resultaban.

Así pasaron los años sin pasar por ellas tres, y llegó el día en que de nuevo se volvieron a reunir, notaron que en nada habían cambiado salvo en el brillo de sus ojos, mentalmente eran si mayores, pero prisioneras de sus bellos metalescentes y deliciosos cuerpos pueriles llenos de recelo y rencor eran infantiles como siempre.

No pudieron hacer más que besarse tiernamente en los labios y llorar la imposibilidad de encontrar tres incautas personas que tomar su lugar quisieran, para poder así liberarse de tan penoso conjuro, y ante la imposibilidad de ser amadas por mas nadie, unidas como en el inicio de sus días, continuaron vagando por el mundo cumpliendo con sus múltiples y mortales encargos, enamoradas de ellas mismas por siempre.

Texto agregado el 29-08-2005, y leído por 141 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
10-05-2006 Wow, me ha gustado y tuve una mezcla de sentimentos. Que cosas. andyengel
30-08-2005 NOTABLE***** LAPLUMA
30-08-2005 es bueno, me ha gustado mucho leerte :D naixem
30-08-2005 me gusto y me dolio; realmente esta bellisimo aria
 
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