Si su reloj digital marcaba las 7:18, era la hora de ejercitarse con la tabla de musculación.
Esa mañana debía estar un poco somnoliento, por que iba con retraso: en tres cuartos de hora debía completar la tabla de ejercicios.
A las 8:13 tomó un desayuno completo; zumo, cereales, una tostada untada con mermelada, y una naranja. Era importante comenzar la jornada con energía. Sintió ganas de ir al lavabo pero eso haría que incumpliera el horario previsto, lo cual sería un error. Se aguantó.
A las 9:15 llegó al despacho. Revisó la agenda. Durante cuarenta y cinco minutos comprobó que los últimos informes estaban en orden; luego mantuvo la primera reunión, que concluyó a la hora acordada.
Sus siguientes consultas a la agenda supusieron: a las 10:30, visita de unos proveedores; a las 11:15, amonestación a la secretaria por sus constantes errores; a las 11:45, descanso de cinco minutos, tiempo suficiente para escuchar dos veces su canción preferida; a las 11:50, telefonear a su hermana, que cumplía años, llamada que terminó a los 11:54, dos minutos antes de lo imaginado, lo que le permitió escuchar una vez más su canción favorita.
Al llegar a las siete y media de la tarde, consultó su agenda que, como en las treinta y ocho veces anteriores del mismo día, indicaba un nuevo punto: «Abrir la ventana, coger carrerilla, dar un gran salto».
¿Era posible? Por primera vez tenía una cita de ese estilo; aquello significaba un cambio definitivo respecto a su futuro. Comprobó las hojas siguientes; estaban en blanco.
La agenda nunca se había equivocado, así que no le quedaron más opciones que abrir la ventana, tomar carrerilla, y saltar.
A las 19:31 su reloj digital de pulsera se estrelló contra el pavimento.
A las 20:20 una ambulancia trasladó el cadáver al hospital del municipio.
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