¿UN SUEÑO O UNA VIDA?
¿Qué me ha pasado? Me encuentro extraño. No sé si estoy soñando o si esto es realidad.
Bajo un estado de confusión e incertidumbre total miro a mí alrededor y veo multitud de gente en lo que parece una gigantesca playa. Gente de todas las razas, colores, edades... parece un pequeño y particular mundo condensado en lo que podría ser un cuadro, toda la esencia de la vida encuadrada en el límite de unos marcos dorados.
Ahora me observo a mí mismo, allí sólo entre tanta gente, arrodillado a la orilla de la playa con el agua acariciando mis piernas. ¡No puede ser!, Después de mirarme de arriba abajo descubro que soy un adulto prisionero en un cuerpo de niño. Tengo la misma inocencia, la misma fragilidad, la misma dificultad de andar y de articular palabra alguna que tiene un niño de escasa edad pero con la capacidad de reflexionar que puede tener un adulto.
Sin saber muy bien qué hacer ni a dónde ir miro hacia arriba. El sol comienza a ofrecernos sus primeros rayos de sol indicándonos que un día espléndido está amaneciendo. Su luz y su calor se pelean por penetrar entre las pequeñas pero compactas nubes con la intención de alcanzarme y dorar mi piel. Instintivamente y como queriendo escapar del cálido recibimiento del astro rey, comienzo a avanzar en un gateo interminable que hace que mis piernas se mezclen con la suave y blanca arena de la playa, depositada ahí gracias a muchos años de insistencia y esfuerzo por parte del mar.
A medida que avanzo veo cómo algunos niños y niñas de mi edad se acercan a mí. Jugamos, reímos, e incluso algunos me acompañan en mi constante gateo. Echo mi mirada atrás y observo los rostros de los que se han quedado. Unos me siguen con su melancólica mirada mientras me alejo, otros en cambio me observan levemente y continúan riendo y jugando. Yo, sin poder volver sobre mis pasos, continuo mi singular trayecto junto a los demás niños que por unas causas u otras han decidido acompañarme.
De todos nosotros, alguno se va quedando por el camino al mismo tiempo que, otros cuantos, seguimos unidos y vamos creciendo juntos. Muchas son las cosas que compartiremos a lo largo del recorrido y muchas otras cosas son las que vamos dejando atrás. A la vez que sigo caminando, voy conociendo a nuevos chicos y chicas, a otros tantos los voy dejando estacionados en el recuerdo o en el a veces injusto sótano del olvido. Pero el caminante debe continuar en su particular peregrinaje hacia un destino desconocido... y así lo hago, continúo. Me veo ahora como un adolescente en el ecuador del día y me detengo unos momentos antes de reanudar el viaje.
El sol luce intensamente sobre nuestras cabezas mientras observo que va quedando menos camino por recorrer. Vuelvo de nuevo mi mirada hacia atrás no sin cierto temor, temor a recordar el cariño y la amistad, temor a volver a vivir cientos de sensaciones buenas y malas, temor, al fin y al cabo, a la melancolía que en este mismo instante provoca que mis ojos se humedezcan con lágrimas repletas de sentimientos añejos.
Sabiendo que no puedo regresar para cambiar todo lo que me gustaría, vuelvo mi vista al frente, y animado por los demás compañeros pongo rumbo de nuevo hacia algún lugar de esa interminable playa.
Como si de un juego se tratara, el sol parece querer llegar antes que yo al otro extremo de la playa, juego que en ese mismo instante es interrumpido por la profunda mirada de una de las chicas del grupo de acompañantes. Yo la miro y ella me responde clavando sus ojos en mí como si en ello le fuera la vida. Se acerca mas y más hacia mi y yo inmovilizado por la belleza y el pánico no soy capaz de apartar mi mirada de sus ojos.
Posa su mano en mi mejilla, acaricia suavemente mi piel y finalmente poniendo su mano bajo mi mentón me atrae hacia su rostro y me besa. En ese mismo instante una explosión de sentimientos se entremezcla en mi pecho. Después me agarra de la mano y juntos seguimos avanzando. Vamos dejando atrás a muchos de los que hasta ese momento me habían acompañado en mi deambular y con mi nueva ilusión de la mano continua mi aventura.
El sol ha dejado ya de lucir con tanta intensidad y se está preparando para dejarnos con el espectáculo de su ocaso y la magia de la noche. Es justo este momento en el que veo que el tiempo ha dejado sus huellas en nuestros cuerpos y me doy cuenta de que seguimos siendo los mismos que antes pero con algunos años más.
Mi carrera contra el sol está a punto de finalizar. Cientos de huellas dejadas en la arena asemejan otras tantas tumbas de zapatos. Mientras el sol se esconde, como queriendo evitar ser testigo de algo que ha de suceder.
En el mismo momento en el que las nubes se tiñen de un romántico y melancólico color anaranjado, la mano de esa bella mujer, que aún sigue conservando una profunda mirada, suelta la mía y la deja caer como si de una piedra tirada al vacío se tratase. Es en ese instante, a la vez que mi mano se desploma a lo largo de mi cuerpo, cuando el sol finalmente deja paso al reino de la oscuridad, al imperio de las dudas, al país de los recuerdos y de los sueños...
Ahora no deseo continuar, no encuentro sentido a mí caminar y mucho menos a mi existencia en aquel lugar, pero movido por una especie de motor interno sigo adelante guiado exclusivamente por la pálida luz de la luna.
Casi a tientas alcanzo a ver una formación rocosa que en un momento me recuerda al rostro de aquella mujer. Avanzo hacia ella arrastrando mis pies por la arena, dejando una estela sobre la misma de lo que fui y de lo que pude ser.
Por fin he llegado a mi destino. Destino que quizá estuviera escrito incluso mucho antes de nacer, destino que por una causa u otra me ha traído hasta aquí, destino que ha hecho que conozca a gente encantadora y otra no tanto que significaron en su momento un antes y un después en este deambular por la arena del tiempo y de la vida.
Me acerco ahora a la orilla del mar con mis piernas demasiado cansadas como para mantenerme mucho tiempo más en pie. Observo cómo el agua del mar, en un intento por aliviarme todo mi pesar, acaricia mis cansados y doloridos pies. Me adentro un poco más en el agua que tanto alivia mis viejos huesos y sorprendido, veo mi figura reflejada en el agua. Una figura triste, cansada, un rostro que muestra cientos de marcas provocadas por el paso del tiempo. Tiempo pasado que no volverá, tiempo que te sobra cuando eres joven y que apenas te queda cuando eres viejo, tiempo que la soledad transforma en una eternidad, tiempo que te obliga a vivir el presente, soñar con el futuro y recordar el pasado.
Mientras todo esto pasa por mi cabeza, me dejo caer sobre una roca como se deja caer la última hoja de un viejo árbol que espera ansiosamente la llegada del invierno para congelarse y alcanzar un sueño eterno. Ahora miro a la luna intentando buscar compañía, bajo mi mirada, y vuelvo a observar mi reflejo sobre el agua a la vez que una lágrima plateada resbala por mí arrugado y curtido rostro para terminar mezclándose con la inmensidad del agua salada del mar. Mi cuerpo al darse cuenta de que la luz de la luna se va extinguiendo y que ahora no tiene más compañía que la de esa silenciosa soledad, decide hacerse uno con las rocas y dejar así que el paso del tiempo y el constante golpeo del agua lo terminen de desgastar.
¿Qué me ha pasado? Me vuelvo a encontrar extraño. Esta vez sé exactamente dónde estoy; levantàndome de la cama, pensando en que todo ha sido un sueño, mirando hacia el exterior y viendo un nuevo amanecer. Abro la ventana y al mismo tiempo que el aire otoñal despeja mi rostro con un cálido recibimiento, respiro profundamente. “Todo ha sido un sueño”, me digo, pero también sé que a partir de ahora me dedicaré a vivir cada instante intensamente, a disfrutar de lo que la vida y el destino me ofrezcan, a labrarme mi propio camino decidiendo en cada momento qué quiero y cómo lo quiero y esta vez intentaré ser algo más que una roca solitaria desgastada por el mar del tiempo.
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