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Naturaleza muerta con rascacielos

Víctima de su propia ambición, Dick Ochoa cayó en una racha de mala suerte que llevaba seis meses castigándolo con una cadena de infortunios que parecía nunca terminar. Cuando entró a su apartamento, que quedaba en el piso catorce de un moderno edificio en el centro de la ciudad, se dirigió directamente al balcón. Regresaba del hipódromo, y algo parecía mortificarlo profundamente porque entró casi corriendo y dejó la puerta abierta, ignorando a Sonia, su perra salchicha, que lo había recibido con ladridos cariñosos y saltos de perrita feliz. Cruzó la sala en dos horcajadas, abrió las puertas dobles y salió a enfrentar la vista panorámica de la ciudad, que se extendía hasta el horizonte. Coqueta, en busca del cariño de bienvenida, Sonia trotó detrás de él. Dick montó la baranda, se balanceó en ella por un momento y saltó al vacío en un torpe salto del ángel. Un largo alarido y catorce pisos después, se estrelló de bruces contra la acera de concreto, asustando al valet del edificio que en ese momento se encontraba ayudando a unos inquilinos a sacar unas bolsas del auto. Arriba, Sonia, sin saber exactamente qué hacer, ladró dos veces, llamó a su amo con un quejido entrecortado y se rascó la oreja. Luego se sentó a esperarlo.

Pasaron varios minutos antes de concluir que Dick no regresaría. Entró al apartamento y se dirigió a la cocina, donde olfateó primero su plato de comida, que estaba seca porque Dick no la cambiaba desde hacía dos días, y luego el del agua, al que metió tres lengüetazos desganados. Olfateó sin rumbo fijo; se detuvo frente a la lavadora de platos y siguió el riachuelo de cerveza rancia que se escurría del tarro de basura. Continuó con el lavadero y la refrigeradora, y luego salió de la cocina. Recorrió una de las paredes de la sala, caminó alrededor de un sillón blanco y llegó a la puerta principal, que parecía una enorme boca abierta. Sacó la cabeza con cautela, miró a su derecha, miró a su izquierda y llenándose de valor, inició el viaje al fondo del pasillo.

Se detuvo frente a los elevadores a rascarse la oreja. Cruzó el pasillo y olió el lugar que olía siempre que Dick la sacaba a hacer sus necesidades. Paralela a la pared, alzó una pata trasera, pero tuvo que interrumpir la maniobra porque las puertas de uno de los elevadores se abrieron con un ding y de él emergieron tres personas, dos hombres y una mujer, que charlaban animadamente. Sonia miró las tres espaldas alejarse, y apenas tuvo tiempo de escurrirse por entre las puertas que se cerraban sin hacer ruido. Nunca había abordado el elevador sola; se sentó en la esquina y se limitó a observar los números luminosos que saltaban de un lado a otro en el tablero con cada piso que pasaba hacia arriba.

El elevador llegó a su destino y abrió las puertas con el mismo ding. Desde ahí se lograban escuchar los gritos que el conserje daba por el teléfono y que resonaban huecos en el lobby vacío. Sonia caminó sin rumbo fijo entre las palmeras artificiales y los sillones, hasta que llegó al enorme escritorio de ornamentos dorados y se sentó a esperar a que el joven de uniforme rojo terminara de gritar. Cuando lo vio colgar el teléfono, se tumbó patas arriba, meneó la cola, sacó la lengua y esperó la caricia acostumbrada, pero el conserje pasó de largo sin siquiera mirarla. Sonia se volteó de un salto, corrió tras él y ambos salieron por el mismo arco de la puerta giratoria. Llegaron a un tumulto de personas que rodeaban y miraban como hipnotizados los restos del suicida. El conserje se acercó al celador que se había hecho cargo de la situación y le informó que la ambulancia estaba en camino.

El celador asintió con la cabeza. “Por favor, damas y caballeros”, dijo con tono profesional, agarrando la macana que traía colgada de la cintura. “Necesitamos espacio. Hagan lugar, por favor”.

Mientras esto sucedía, Sonia olfateaba un hidrante y daba vueltas a su alrededor usando la nariz como pivote. De pronto se detuvo y miró en dirección al grupo; se sentó en sus cuartos traseros y expelió un chorrito amarillo mientras movía las orejas de lado a lado, así como queriendo captar simultáneamente los sonidos de varias direcciones. Después de limpiarse las patas, caminó a la rueda de gente, donde se metió entre el enrejado de piernas y rodillas que rodeaban al muerto. Trazó un hilo de entradas y salidas, que cerró cuando le dio una vuelta completa al círculo. Tan absorbida estaba la gente con el espectáculo, que nadie le prestó atención, no hasta que se acercó al cuerpo.

Se detuvo como a medio metro de Dick, a los pies del celador, y la brisa suave le llevó el olor de carne recién muerta. El celador trató de ahuyentarla con el pie. Sonia retrocedió un par de pasos pero también se acercó un poco más al cadáver. Levantó el hocico y olfateó el aire. Una mujer se inclinó hacia ella y la llamó.

“Ven, chiquita, ven para acá”. La mujer trató de acariciarla pero Sonia le mostró los dientes y meneó la cola como si fuera un metrónomo.

“Pobrecita. Está asustada”, dijo la mujer y varios de los presentes asintieron con la cabeza. Extendió la mano y la ofreció palma arriba. Sonia saltó y cerró la boca en un sonoro mordisco, pero la mujer fue lo suficientemente rápido y esquivó la dentellada. El celador entró a defenderla y le propinó una patada en la panza a Sonia, que chilló y saltó hacia atrás, pero en vez de retirarse, agarró impulso y arremetió contra él, logrando atraparlo por la pantalonera. El celador empezó a saltar en una pierna y a agitar la otra y Sonia tiraba hacia el lado contrario y la sirena de la ambulancia se escuchó en la distancia.

“¡Quieto, perro! ¡Quieto!”, gritaba el celador malhumorado, a punto de perder el equilibrio, jalándose el pantalón.

Sonia no lo soltaba. Gruñía, jalaba, trataba de rasgar la tela, movía la cabeza hacia todos lados. Miraba a la gente con los ojos desorbitados y jalaba hacia todas direcciones, como esperando que alguien, cualquiera, la atacara en cualquier momento. Un hombre de pelo ensortijado la alzó y la sostuvo contra el pecho, intentando calmarla. Sonia se resistió a las caricias y las palabras de aliento y se retorció en los brazos que la aprisionaban, hasta que el hombre tuvo que soltarla. En cuanto tocó el suelo, volvió a la carga contra el celador, que había desenfundado la macana y estaba listo para hacerle frente a la pequeña locomotora que se le acercaba a todo vapor. Quiso detenerla con un garrotazo, pero Sonia esquivó el swing, y sin lograr calcular bien la distancia, fue a dar directamente con el cuerpo de su amo.

La ambulancia arribó en su acostumbrado escándalo de luces y sirenas. Entre tanto movimiento, abrir y cerrar de puertas, preparar equipo y comunicaciones por walkie-talkie, Sonia pareció perder el ánimo y el sentido de la orientación. Se pegó al concreto lo más que pudo y, gimiendo lastimeramente, se arrastró hasta llegar a la cabeza de Dick. Lamió un cachete gris, recogiendo de paso un poco de la sustancia que había escurrido del cráneo fracturado. Levantó el hocico al cielo y un aullido largo y adolorido le salió de lo más hondo del pecho.

El macanazo fue tal, que varios de los testigos dieron un paso atrás y parpadearon nerviosamente. Al llegar a su objetivo, la macana tronó como madera astillándose. El celador, ignorando las expresiones de los espectadores, se volteó a recibir a los paramédicos, que eran dos y vestían de blanco. Sonia yacía con los ojos abiertos, y las patas le temblaban como si estuviera teniendo una pesadilla. Después quedó quieta.

“Por favor, damas y caballeros. Dejen trabajar”, dijo el celador abriéndose camino entre la gente.

Los paramédicos recogieron los dos cadáveres y los metieron en la misma bolsa de polietileno verde. El grupo de gente se fue dispersando y 30 minutos después el día había regresado a la normalidad. Al caer la tarde, cuando el sol bañaba de anaranjado la fachada del edificio, dos trabajadores de mantenimiento limpiaron la acera con agua tibia y desinfectante.

Texto agregado el 29-08-2005, y leído por 432 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
29-08-2005 Una buena historia. Disculpa si el comentario no es tan largo, pero me siento algo mal. Naty15
 
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