De pequeña soñaba con correr en la arena, en el mar, en la hierba, hasta por el cielo entre las nubes algodonosas soñé andar. Mis piernas hacían fuerza bajo las sábanas tratando de lograrlo, pero todo se volvía a convertir en una pesadilla cuando al abrir los ojos recordaba aquel desgraciado accidente de verano que le quitó la vida a mis piernas y parte de mi cuerpo, dejándome tirada en una cuneta de carretera, sin saber qué me pasaba, ni qué ocurriría después de aquella larga espera atada en una ambulancia con sirenas encendidas.
Años después, sigo despertando impotente y rompo a llorar hasta el lejano amanecer... Mi madre acude a mis brazos y calma mi desesperanza con besos y consejos de perseverancia que nunca veo llegar. La intermitencia entre lo físico y lo mental me vuelve loca sabiendo que no tenía sentido vivir de aquel modo, sin poder hacer nada por el mundo ni por mí misma, sin razones para seguir...
Años y médicos pasaron por mi vida inútilmente, esperanzas que se diluían en la espesa amargura. El remedio se iba haciendo más limitado, mis sueños se convertían en pesadillas, en continuas imágenes inmóviles que reflejaban mi situación actual... Ya no podía más... Una noche que no paraba de llover, la sangre se confundía con los charcos de agua y mi vida se esfumó, dejando un silencio irreconocible, sin huellas, sin nada... Aquella noche toqué las nubes con mis pies y por primera vez, desde mi desgracia, pude sentirme libre completamente...
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