En el ambiente la brisa fresca, todo de un color blanco y celeste. El piano de Thelonious Monk envuelve el escenario con sus melodías aglutinantes. La mecedora tallada a mano, se balancea con rítmico compás, en ella, aletargado él.
Está desnudo, un poco arrugado. Cabizbajo y con la mirada perdida en los pies, bebe pausadamente del vaso cargado de láudano. En los intervalos, absorbe grandes bocanadas de humo del habano elaborado bajo su propia supervisión.
Toma sol en el jardín, no se siente a gusto en la mansión que construyó, esta llena de gente aburrida, de empleados lambiscones que se pasan el tiempo pidiéndole favores y condonaciones. A estos no les basta la hospitalidad de su anfitrión, siempre quieren más. Le resulta muy difícil ser amigable con tantas personas. Su amo de llaves y confidente, es uno de los pocos con los que puede entablar una conversación interesante. Se conocen hace muchos años y mantienen una relación de mutua confianza. También considera como un amigo a su hijo, aunque siempre fue un poco rebelde, tuvo problemas con la ley. Por esta razón fue duramente castigado y si bien su madre piensa que esta loco y su padre lo confirme, ambos lo aman mucho. Hace tiempo decidió no meterse más en la vida de su primogénito, ya no le obliga a trabajar en su empresa y permite que disfrute de unas vacaciones bien merecidas. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, pocas personas llegan hasta su hogar para solicitar asilo, pero él piensa que está bien, que así se puede coexistir un poco mejor. Está realmente harto del hacinamiento.
Le queda poco en el vaso, el puro ya casi consumido por completo. No es la primera vez que escapa de todo el barullo domestico, y tampoco es la primera oportunidad en que se pregunta la razón por la cual le tocó ser Dios y por qué ahora siente que debe repensar la Creación.
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