Mis manos cansadas siguen sosteniendo las flores de tu partida. Estoy parado aquí, al pie de tu tumba; el sol me ha abandonado para irse al otro lado del mundo y los pocos faroles de tu nueva morada hacen que mi sombra abrace tu lápida; el viento levanta las hojas secas, caídas, que audaces cubrían la tierra removida que ha sido acumulada sobre tu lecho y susurran a los árboles, en un lenguaje desconocido, algún mensaje que los vivos no entendemos, mientras que yo esbozo un gemido y dejo suspendida en la espera una lágrima que te deberé mientras mi corazón se empeñe en latir.
Quiero recordar tu última sonrisa y solo consigo imaginarte retozando como una estatua de arcilla, como un desierto de sonidos; y descubro horrorizado, en cada pasaje de cordura, que tú te me has ido.
Me quedo en silencio a cada segundo y aunque quiera expresarme no lo consigo porque mi alma ha caído en un estado de coma consciente al cual me resigno porque no me has llevado contigo.
Mi mente emerge buscando tu sitio e intento encontrarte para decirte “amor mío”, hay tantos sentimientos que no pude compartirlos que ahora me esfuerzo por ser uno de los tuyos para dártelos. Pero tan solo puedo esperar que mi llama se extinga para poder unirme a tu oscuridad.
La luna me acosa y me obliga a dejarte esperándome, confundiéndote con el polvo, y me alejo por el camino de tu ausencia y al final de él descubro que aún sostengo las flores que te había llevado.