“Fue allí”, dijo Ernesto señalando por la ventana del bus.“Parece como si hubiera ocurrido hoy en la mañana”, acotó. El sol resaltaba su perfil de pájaro y los cuatro o cinco pelos burlones que crecían en su lampiña quijada. “Me iba en bicicleta a jugar “Play Station”, cuando oí el ruido clásico de una frenada en seco”, continuó con el relato concentrado en el punto del accidente. “Tenía entonces unos once años, así que, esas cosas siempre me daban miedo”. Por un instante traté de imaginar la enorme Enatru aparecer a velocidad por la pista, como un voraz monstruo persiguiendo algún asustado muchacho; y luego, el chillido de las zapatas haciendo contacto con el metal desesperándose por detenerse a tiempo.“La gente alrededor miraba a la mujer inerte; el chofer bajó pálido – él, parecía el cadáver, ¡ja! -; seguían acercándose personas. Yo, miraba desde esa esquina -señaló un cruce-, dudando en acercarme. Las sirenas se oían a lo lejos. Unas señoras querían pegarle al chofer; un hombre que se parecía a “Ferrando”, a ronca voz preguntaba si alguien conocía a la accidentada...”. Se calló, seguramente, perdido en algún recuerdo de ese momento. El bus retomó la marcha. Yo seguía imaginando detalles de cómo pudo ser aquel accidente y pensando en cosas como cuando uno sale de casa y no sabe si va a regresar. La muerte siempre está allí, en cualquier esquina. “¡María Valdivia!”, Dijo exaltado pero sin dejar de mirar por la ventana. “¿Cómo?”, Le interrogué sin saber a que se refería. “María Valdivia era el nombre de la atropellada, todavía lo recuerdo, además estaba embarazada, tenía ocho meses, bueno eso dijeron las noticias del día siguiente”. Concluyó apoyando su rostro en la ventana, “¿Bueno, y al final qué hiciste?,¿Te acercaste?”, Le pregunté. Entonces, por primera vez en todo el viaje, giró la cabeza para responder: “No, seguí montando y me fui a jugar Play Station.”
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