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Esculpiendo su cuerpo con lánguidos labios, promiscua le resulto la idea de un amanecer. Mientras afuera todo era claro en su cuarto tendida aun estaba la noche, el trinar de las aves en sus oídos era como opera nocturna de grillos. Las bocinas de la calle principal nunca perturbaron su silencio, solo el respirar de aquel dueto rompía el mutismo de la alcoba. Ni las constantes llamadas de su mujer detuvieron el concubinato, en esa habitación no hubo tiempo y menos especio. La oscuridad trémula seria quien mas tarde llenaría de recuerdos la cabeza del hombre ahora con una mirada bacía esperando la venida de la pequeña, quien no hacia mas que lamentar el fatídico encuentro.
Esa mañana parecía ser igual a las demás, era un oscuro amanecer de Abril, su padre condujo el automóvil velozmente por el laberinto de asfalto hasta llegar a la puerta del establecimiento, beso la mejilla de su pequeña y la dejo allí. Cada cual tomo su camino, su padre hacia la corporación de la cual era gerente y ella a su nueva aula. Ese día pasó rápidamente ya que no congenio con ninguno de sus compañeros, le parecían tan extraños, tan ajenos que sintió culpa por no haber hecho más que contentarse con la compañía de su antiguo cuaderno.
Al dar unos cuantos pasos se encontró con una hermosa plaza, se sentó en la única banca del lugar junto a un hombre que parecía olvidado. No imagino jamás que ese hombre estaría presente en su vida. Al observarlo noto que lloraba en silencio y no pudo ignorar sus lagrimas. Se acerco y hablo unas cuantas horas con él, olvido que en su hogar la esperaba su padre conmocionado pues su pequeña aun no regresaba de la escuela. Se hacia tarde y pronto se prendieron los farolitos de la plaza, el hombre se puso de pie y la pequeña como en un efecto reflejo también lo hizo, lo siguió hasta su departamento, a él no le importo.
Pasaron juntos la noche, ella secando sus lagrimas y él abrazado a su débil cuerpo. Como en un sueño la pequeña fue seducida por la penumbra de la habitación, no razonaron nada solo dieron rienda suelta a su fugaz amor.
Aclaro el día y él aun continuaba bañado del tierno sudor de su inexperta compañera, dieron las 12 y las campanadas de la iglesia despertaron a la pareja. Ella se dirigió a su casa, esperaba lo peor, pero su padre no le reprendió nada. Tomo su antiguo cuaderno y escribió en el lo sucedido, aquellas hojas serian las únicas que atestiguarían el fatídico deceso.
No volvió a saber nada más del hombre, pero en su vientre crecía la secuela del magno amor. El hombre con férrea determinación había unido a las vigas una sabana, la misma de aquella noche, aun estaba impregnada del perfume de la pequeña, la ato de tal manera que pronto tomo forma de un lazo y subiendo a silla puso fin a su dolor. La traición de la cual había sido artífice no le hubiese permitido vivir en paz.
La pequeña espero que pasara el tiempo y con el eco del desengaño entre sus brazos fue por primera vez a visitar al hombre, pero ya era demasiado tarde, el conserje del edificio se aproximo a ella y le contó lo sucedido. Ella solo le pidió que abriera el cuarto y le permitiera quedarse ahí una noche. La pequeña criatura aun con su madre comenzó a sentir el tierno abrazo de la correa en su cuello, pronto su llanto se apago en la oscuridad y el último recuerdo el hombre se fue en el mismo sitio donde conoció el amor.

Texto agregado el 28-08-2005, y leído por 111 visitantes. (0 votos)


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