Se juntaban al atardecer, como todos los días, en la plaza del lugar a conversar y a contarse sus vidas desde hacía mucho tiempo.
Sin darse cuenta, en aquellas reuniones nostálgicas, había nacido una amistad duradera y a pesar de que cada uno sabía gran parte de los secretos del otro, nada podían hacer para arreglar las cosas y se aceptaban tal cual eran.
El resto de la vecindad les observaba con cierta distancia ya que todos sabían las relaciones que habían existido entre ellos anteriormente, sin embargo los tres amigos no parecían darse cuenta o no les importaba y aún así y a pesar del tiempo transcurrido, no habían terminado de contarse sus secretos más íntimos.
Uno de los integrantes del grupo, el más joven, había sido un esposo y padre ejemplar y por esas cosas del destino ya no podía ver ni juntarse con su amada familia. Les echaba de menos y les recordaba con pena y nostalgia y casi siempre contaba detalles de su feliz vida cuando vivían juntos.
El otro, más maduro, había tenido una vida tormentosa y sufrida desde niño.
Se había fugado de la casa a temprana edad y su mundo había sido la calle, el delito y las violaciones y su última acción criminal había terminado con la vida de un inocente, con siete puñaladas en el pecho.
No se arrepentía de ello ni tenía mucha conciencia de lo que había hecho ya que en su vida de delincuente había asestado cientos de puñaladas a otros hombres, en peleas y robos y esta última había sido sólo una más, sin embargo no tenía el mismo significado para la pobre victima y para su familia.
A pesar de todo aquello, el tiempo había pasado inexorablemente y ya no cometía fechorías. Estaba en un proceso de arrepentimiento y a la espera del perdón definitivo. Con ello su alma podría descansar y aquietarse definitivamente. Ese era su mayor anhelo.
El otro amigo del grupo era una mujer. Había sido prostituta toda su vida y también ostentaba un pasado truculento y difícil de olvidar, sin embargo había dejado el pecado y estaba pronto a reconciliarse con ella misma y con la sociedad. Tenia sentimientos encontrados casi siempre, debido a que en su pasado , a pesar de que vivía ofreciendo amor, éste le había sido siempre un esquivo compañero.
Este singular y disímil grupo de personajes, se aceptaba tal cual y nadie hacía preguntas sobre el pasado del otro, casi todo lo contrario, tenían por interés común, cultivar aquella amistad cada día más y lo estaban logrando por medio de la animada conversación de las tardes, en aquella tranquila plaza.
–A mi me pasa que siento, que me estoy arrepintiendo de lo que hice –remarcó una tarde el violador y asesino– y no puedo cambiar lo sucedido, a pesar de que quisiera. De haber tenido conciencia del mal que hice robando, violando y asesinando, seguro que no lo habría hecho, es más, si tuviera una segunda oportunidad, me gustaría estudiar y ser policía…
–Yo de lo único que me arrepiento, comentó la mujer, es de no haber sido más cuidadosa con mi higiene, no fue mi intención contagiar a tantos hombres. Si lo hubiese sabido a tiempo, me habría cuidado mejor…pobres tipos, murieron sin tener culpa ninguna, sólo el haber contratado mis servicios. Aunque igual lo pasé bien y había muchos de ellos que me gustaban, la mayoría de las veces tenía que fingir, creo que casi todo el tiempo fingía, estaba harta de tener sexo con tipos malolientes, con borrachos y mujeres promiscuas y con jovencitos metidos a grande. Recuerdo que uno me visitaba seguido. Era bien parecido; moreno, fuerte y experto en las artes del amor, tanto que me hacía sentir loca y justo cuando empecé a enamorarme…nunca más lo vi.
Una lástima, creo que lo hecho de menos un poco–
La mujer había empezado a derramar unas penosas lágrimas cuando habló el hombre joven.
–Aunque no lo crean, yo siento que mi vida ha sido buena conmigo; tuve una familia maravillosa. Mi esposa es muy hermosa y trabajadora, además se preocupa de mis hijos de una forma ejemplar…y me quería. Sé bien que me quería y mis hijos me adoraban y yo a ellos. Salía a trabajar de madrugada todos los días, por que quería darles una buena educación y hacerlos felices…sin embargo el destino quiso otra cosa y miren donde estoy ahora, sin poder hacer nada. Mi único pecado fue el haber atropellado a esa mujer imprudente y vean en lo que me he convertido…
Siempre la conversación terminaba de esa manera y luego cada uno se despedía y se dirigía a su lugar de costumbre. Al día siguiente al atardecer, se juntaban nuevamente y retomaban la conversación. Se podría decir que era una especie de terapia, de alguna forma al comentar sus intimidades, aparte de ir conociéndose mejor, sentían que liberaban su alma y se sentían más reconfortados.
En una oportunidad, y al parecer, la última vez que se les vio juntos en la plaza, el asesino le confidenció a la mujer porqué estaba allí:
–Me enfermé – le comentó un poco avergonzado –, y no tuve remedio, no pude recuperarme y me venció !Maldita la puta esa!… la mataría si pudiera.
La mujer por primera vez sintió que una corriente eléctrica recorría todo su cuerpo y se apartó horrorizada. Ahora que lo veía con más detenimiento, aquel asesino se parecía al hombre que había robado su corazón!
Al día siguiente no apareció como de costumbre por la plaza y los hombres extrañados la esperaron conversando hasta que se puso el sol.
–No se porqué – le dijo el asesino al hombre joven, cuando regresaban, – pero tengo el presentimiento de que a esta mujer la conozco de antes…no se donde la he visto–, murmuró en voz baja.
–A mi me pasa algo parecido, dijo el hombre joven pensativo, – se parece a la mujer que atropellé aquella noche –
Se despidieron amablemente como todas las noches y entonces el hombre joven, pensando en lo que había dicho, creyó reconocer al violador. No sabía donde ni cuando, pero su penetrante mirada le parecía familiar, se parecía mucho a la de aquel asaltante que lo había atacado la última vez. Quedó con su mente confusa y trató de encajar los acontecimientos pero no lograba desentrañar esa inquietante sensación de estar muy cerca de alguien conocido, pero sin poder saber quien era, finalmente le estrechó la mano y dirigió sus pasos hasta sus aposentos.
El violador también sintió aquella chispa de incertidumbre en los ojos del hombre joven y trató de imaginar donde le había visto, su rostro le recordaba lejanamente a aquella victima inocente que había dejado de existir agarrado firmemente de sus brazos mientras asestaba el mortal apuñalamiento.
Estrechó la mano de su amigo y apuró su caminar, dándole la espalda y perdiéndose en la bruma de la noche.
Nunca más se les vio juntos en la plaza. El resto de los paseantes rumoreaban y cuchicheaban por lo bajo, algunos decían que la mujer se había fugado en mitad de la noche y otros decían que había desaparecido misteriosamente.
Del hombre joven se comentaba que finalmente le habían perdonado y había sido liberado, en un acto de solemne justicia.
Del asesino no se sabía mucho y se decía que le habían revocado su libertad y enfrentaba un nuevo juicio, esta vez más severo que el anterior.
Así todo, las tres tumbas de aquellos eternos amigos, seguían donde mismo.
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